La vida viaja en maletas verdes. Refrigeradas. Con ruedas. La vida viaja envuelta en bolsas estériles y suero salino que aún aguantará unas horas congelado. La arrastran por el largo pasillo central del Hospital Can Misses cuatro médicos y una enfermera del Hospital Vall d'Hebron de Barcelona. La vida son dos pulmones y un hígado que hay que implantar lo antes posible. Rondan las tres de la tarde y esos cinco sanitarios recorren, en el sentido inverso, el mismo camino que hace apenas tres horas, cuando, a las doce del mediodía, han entrado en el bloque quirúrgico del hospital ibicenco para intervenir en una extracción de órganos.

Han llegado en un avión sanitario. A pie de pista les estaba esperando una ambulancia del 061, en la que se han subido los cuatro cirujanos, la enfermera y todas sus maletas. Las verdes, vacías aún. Una amarilla con material e información. Y algunas azules, con más instrumental. Hoy sólo es necesaria una ambulancia. Si desde Barcelona se hubiera desplazado una segunda enfermera de quirófano hubieran sido necesarias dos. En el mismo momento en el que el equipo extractor desplazado desde Barcelona (una pareja de cirujanos torácicos que se harán cargo de los pulmones y otra de cirujanos hepáticos) enfila la carretera del aeropuerto, el equipo de Trasplantes del Hospital Can Misses (formado por el médico Eduardo Escudero y las enfermeras Amelia Martínez y Ascensión Navarro) y el personal implicado en la donación de órganos no para ni un segundo. Todo debe estar preparado para cuando lleguen.

El trabajo ha comenzado muchas horas antes, en la Unidad de Cuidados Intensivos de Can Misses, con la muerte encefálica del donante y las explicaciones a la familia, a la que se le plantea una pregunta clave: «¿Qué opinaba el fallecido sobre la donación de órganos?». Una pregunta que el año pasado el equipo de Trasplantes de Can Misses planteó en cinco ocasiones. No recibió ninguna negativa. Cada vez más, las familias de la persona fallecida, una figura clave en los trasplantes, dan su consentimiento a la donación. Sin ellos, sin ese sí entre lágrimas y dolor, no sería posible. Con ese sí comienza la carrera para conseguir que los órganos de la persona que acaba de morir lleguen en las mejores condiciones a la extracción, primero, y a un nuevo cuerpo, después.

No hay ni un segundo de respiro. Can Misses informa a la Organización Nacional de Trasplantes (ONT) de las características del donante: edad, peso, talla, perímetro abdominal y torácico... «Los órganos que se extraen de ese cuerpo deben entrar en el de otra persona. La morfología es importante», indica el coordinador antes de enumerar las pruebas que se practican: analítica de enfermedades infecciosas, ecografía abdominal o escáner de las vísceras para comprobar los riñones y el hígado, ecocardiograma para valorar la funcionalidad del corazón y radiografía, TAC y análisis para ver la validez de los pulmones. Datos, todos ellos, con los que la ONT empieza a buscar un receptor.

No hay una alerta cero, un receptor de máxima prioridad, alguien cuya supervivencia inmediata depende de recibir un órgano, básicamente un corazón. O un pulmón. También un hígado, aunque menos. En ese caso se desplazarían a Can Misses equipos extractores de cualquier hospital de España. No hay una urgencia cero, así que la ONT los ofrece a los hospitales de la región catalanobalear a la que pertenece Ibiza en la distribución de trasplantes. «En esos centros de Cataluña están los posibles receptores de Balears», comenta Escudero. Los riñones, salvo que haya una urgencia en Cataluña, se quedan en Son Espases, que también los implanta.

El dispositivo, en el caso de las Pitiusas, es complejo. Los cirujanos deben venir en avión. Y eso, a veces, retrasa la extracción. Debe haber aviones disponibles. Y el aeropuerto de Ibiza debe estar abierto. Las obras que se realizan en las pistas durante la noche han retrasado ya alguna donación. La ONT informa a Can Misses, que debe enviar a la ambulancia al aeropuerto, de que los equipos llegarán sobre las once y media de la mañana. A Escudero, además, le gusta seguir el vuelo en una aplicación de su móvil para que la sincronización sea absoluta: «No me gusta que el donante esté mucho tiempo antes en el quirófano. El traslado desde la UCI puede desestabilizar al paciente y con la aplicación veo a tiempo real en qué punto se encuentra el avión. Cuando vemos que se está aproximando activamos el traslado, que tarda una media hora, y así el donante está en la sala de operaciones en el momento justo. Ni mucho tiempo antes ni trasladado con prisas».

Cuando el equipo de Trasplantes recibe a los cirujanos de Barcelona en la puerta de Urgencias, el donante está ya en el quirófano, cubierto de yodo y anestesiado. Un celador ayuda con el material específico que han traído mientras se cambian, a toda prisa, en el vestuario antes de llegar al quirófano número 8 de Can Misses. Siempre es el 8. Es el más amplio. Algo necesario para una intervención como la que están a punto de abordar en la que, en algunos momentos, llegará a haber una quincena de profesionales. Eso sólo en la sala de operaciones, porque se calcula que para cada donación de órganos se moviliza un centenar de personas entre sanitarios, administrativos, pilotos, personal del aeropuerto, trabajadores de la ONT y de la Organització Catalana de Trasplantaments (Ocatt) y hasta cuerpos de seguridad para abrir camino a la ambulancia en el caso de que haya tráfico y los órganos sean para una alerta cero.

Pasan de las doce y media cuando los cirujanos entran en el quirófano, donde está preparado todo el instrumental y donde el personal de Can Misses acaba de disponer todo lo necesario para la intervención. Los médicos de Vall d'Hebron se lavan las manos y los brazos a conciencia y en silencio. Cruzan la segunda puerta del quirófano número 8, la que da acceso a la sala de operaciones, les ponen una bata de papel larga hasta los pies y los guantes. Empieza entonces una coreografía que se prolongará durante horas. Cuatro cirujanos se arremolinan alrededor del donante. Los torácicos, más cerca de la cabeza, se concentran en la extracción de los pulmones.Pegados a ellos, a la altura de la cintura del fallecido, los cirujanos hepáticos se afanan con el hígado. A escaso medio metro, detrás de una cortina que impide que el personal congregado en el quirófano vea el rostro de quien está en la mesa de operaciones, el anestesista cuida del donante. De vez en cuando se asoma sobre la tela y observa el trabajo de sus compañeros.

Frente con frente en el quirófano

Las enormes lámparas del quirófano iluminan el torso del fallecido. La luz se cuela entre las cuatro cabezas que apenas apartan la mirada de los órganos que, en unas horas, si todo va bien, se implantarán a los enfermos que los esperan en Barcelona. Los cirujanos trabajan frente con frente, casi tocándose. Completamente inmersos en su labor, extirpar los pulmones y el hígado, parecen ajenos a todo lo que ocurre a su alrededor.

«Los equipos que vienen de fuera nos ayudan mucho», indica Escudero, que, al igual que la enfermera de Vall de d'Hebron, no se separa del móvil. «Saben que vienen a un hospital pequeño con un volumen de donaciones que, aunque supone una tasa alta para la población, es pequeño en números totales. No hay un gran rodaje», indica antes de destacar que la extracción de órganos es una operación como cualquier otra en la que se emplea el mismo instrumental que se utilizaría en cualquier otra intervención abdominal o torácica.

Golpes. Fuertes. Constantes. El ruido se cuela en la operación cuando el reloj del quirófano, bajo el que se encuentra Maica, la responsable de organizar la sala de operaciones, marca las 12.44. Los cirujanos no se inmutan. Están acostumbrados. El estruendo procede de la antesala del quirófano, donde un celador y Amelia, una de las coordinadoras de la unidad de Trasplantes, arrodillados en el suelo, golpean con unas mazas metálicas unas botellas de suero salino congelado. Pican el hielo que, dentro de un rato, será necesario para conservar los órganos extraídos.

Los cirujanos torácicos dan por buenos los pulmones nada más verlos. Es el momento del teléfono. El coordinador de Ibiza llama a la ONT, que está informada en todo momento del proceso, para informar de que son válidos. La enfermera de Vall d'Hebron también sale del quirófano para llamar a su hospital. Es un momento clave. Hasta entonces, los responsables de las listas de espera de órganos han buscado a los receptores más compatibles entre los que más urgentemente los necesitan. Aún no se ha llamado a ningún enfermo para pedirle, si no está ya ingresado, que acuda al hospital porque va a recibir su ansiado pulmón. Esas esperadas llamadas se empezarán a hacer ahora, después de que los cirujanos comprueben, después de verlos, que el estado de los pulmones se corresponde con lo que decían las pruebas.

El corazón se para

No siempre es así. Por desgracia, algunos órganos que parecían sanos, se descubre que no lo son tras abrir la cavidad torácica. «El hígado tiene mal aspecto», comenta una de las cirujanas hepáticas. Son las 13.30 y una de las enfermeras pide silencio en el quirófano, donde la tensión es máxima. El personal de enfermería prepara las mesas metálicas en las que, dentro de unos minutos, los médicos realizarán la cirugía de banco. También los botes para las muestras de ganglios y de bazo para nuevos análisis y pruebas, las bolsas de líquido de conservación que se perfundirá a los órganos y que cuelgan ya de unas perchas, bateas con hielo, gasas...

«¿Tenemos el hielo listo?», pregunta a las 13.37 uno de los médicos, momento en el que varios de los profesionales cortan a toda velocidad con unas tijeras las botellas de suero salino congelado. Parte de este hielo lo colocan en la cavidad abdominal y torácica, junto a los órganos que están a punto de extirpar. El hígado, a pesar de la primera impresión, es válido. Funciona, está en buen estado y alargará la vida de alguien que lo necesita. Todos en el quirófano se preparan para el clampaje. Es un instante clave. A partir de este momento, las 13.42, el corazón, que se ha mantenido en funcionamiento con medidas mecánicas y farmacológicas, deja de latir. Se corta el riego sanguíneo de los órganos, que comienzan a deteriorarse. Empieza el tiempo de descuento para su implante.

Los cirujanos perfunden, con unas jeringas de gran tamaño y a través de las venas y arterias, líquido de conservación a los órganos, que continúan aún en la cavidad torácica. «Tengo las manos congeladas», confiesa uno de los cirujanos torácicos segundos antes de extraer, con mucho cuidado, los pulmones, que deposita en una batea con hielo y plástico estéril. Sorprende su color, marfil. Nada que ver con el rosa de muchos dibujos. «Sólo son rosas los de los niños», comenta Escudero. Los cirujanos hepáticos continúan aún sobre el cuerpo del donante mientras los torácicos inician la llamada «cirugía de banco». Los médicos, de pie, preparan los pulmones para su implante. Quitan imperfecciones, retiran zonas grasas y revisan meticulosamente que las venas y arterias que entran y salen de ellos estén en buenas condiciones. No hay prisa. El avión no tiene que despegar inmediatamente y los hepáticos aún no han acabado, así que pueden tomarse su tiempo para separar los pulmones y prepararlos. El objetivo es que, al llegar a Vall d'Hebron, tengan que hacer lo mínimo posible antes de implantarlo. El tiempo cuenta. «Hay que trabajar rápido pero seguro. Lo importante es que la rapidez no perjudique la viabilidad del órgano», indica el coordinador.

A las 14.17 los cirujanos separan los pulmones, que quedan ya en dos bateas separadas. La enfermera de Barcelona prepara uno de ellos, el primero en estar listo, para su traslado. Cuida que la bolsa esté bien sellada y lo transporta en la batea metálica, hasta una de las maletas verdes. Mientras los cirujanos acaban con el otro pulmón, el personal de enfermería coge las muestras de ganglios y del bazo para hacerles una biopsia. «Si apareciera un tumor agresivo no se podrían implantar los órganos», justifica el coordinador de Trasplantes de las Pitiusas. Nada en las pruebas hace pensar que eso sea así, pero siempre, por si acaso, el hospital en el que está previsto implantar los órganos vuelve a analizarlos antes del implante. En esas maletas refrigeradas también se llevan varios tubos de sangre del donante «para repetir algunas de las pruebas» que ya se han hecho en Can Misses (cultivos de orina, de sangre y de esputo) para descubrir si hay alguna enfermedad infecciosa. De hecho, dentro de unos días, si alguna de estas pruebas diera positivo, el hospital ibicenco lo comunicaría a Vall d'Hebron para que aplicaran a los receptores de estos órgano, el tratamiento apropiado.

Entran el urólogo y el cirujano

Los cirujanos torácicos se cruzan en la puerta del quirófano con Diego Alonso, urólogo de Can Misses, y Jorge Verdés, cirujano. Los primeros, que ya han acabado, se quitan las batas manchadas de sangre antes de salir hacia el vestuario. Se les nota relajados. Dan las gracias al equipo. Se despiden. Sonríen. Si quieren, tienen tiempo de tomar un bocado. Can Misses siempre les ofrece comida. «Es algo que sorprende a los equipos que vienen de fuera, pero es que llevan muchas horas y aún, hasta que acaben, pueden pasar ocho o diez más», indica.

«¿Os tenéis que llevar un riñón?», pregunta Alonso a los tres profesionales de Vall d'Hebrón que continúan en el quirófano 8. Los riñones se envían siempre a Son Espases, donde los implantan. Sin embargo, acaba de producirse otra donación de órganos en Mallorca, hay cuatro riñones disponibles y la ONT y la Ocatt están estudiando si alguien, en Cataluña, lo necesita con más urgencia. Antes de concentrarse en los riñones, Alonso y Vergés piden al personal de enfermería que les coloque la lámpara de nuevo sobre el cuerpo. El quirófano está ahora tranquilo. Casi silencioso comparado con un par de horas antes. Los cirujanos hepáticos ultiman la preparación del hígado, que la enfermera del hospital barcelonés, como ha hecho con cada uno de los pulmones, coloca en una batea e introduce en las maletas refrigeradas. Uno de los cirujanos se sienta en un taburete. Por primera vez desde que ha llegado se le nota relajado. Le cambia, incluso, la mirada. Observa con calma todo lo que ocurre a su alrededor antes de abandonar el quirófano de Can Misses.

Son las tres de la tarde cuando los cuatro médicos y la enfermera del hospital Vall d'Hebron recorren el largo pasillo de Can Misses con sus maletas verdes. Refrigeradas. Con ruedas. Ésas en las que la vida (dos pulmones y un hígado) viaja envuelta en suero salino. En unos minutos, los recogerá la ambulancia para llevarlos al aeropuerto de Ibiza, a pie de pista, donde les espera el avión con el que regresarán a Barcelona. Mientras, en el quirófano 8 del hospital ibicenco, el urólogo Diego Alonso extrae y prepara, en un silencio casi absoluto, los riñones que se implantarán, finalmente, en el hospital de Son Espases. A su lado, alumbrado por una de las lámparas, el cirujano Jorge Verdés cose, con mucho mimo, el cuerpo de esa persona que, generosa, decidió, con su muerte regalar vida.