Su relación con la Simfònica de Balears viene ya de lejos, pero ¿qué se siente sabiendo que es ella la que estrena su primera sinfonía?

Es cierto que la relación con la Simfònica de Balears es larga, fructífera y muy generosa por su parte. Ésta es la sexta ocasión en la que interpretan una de mis obras, lo que para mí es un privilegio. Les agradezco mucho que, como compositor de Balears, hayan apadrinado mi música. En este caso concreto, para mí 'Sinfonía, De profundis' es una obra importante, son 32 minutos de música, y no es fácil que un compositor vivo consiga estrenar una pieza de estas dimensiones, así que, por supuesto, estoy muy satisfecho y agradecido.

¿Le impuso enfrentarse a una obra de tal calibre?

Lo de escribir una sinfonía, en general, es algo que impone mucho desde el punto de vista del compositor por la gran tradición de dos siglos y medio de grandes sinfonías que existe. Es un género difícil de abordar. Yo no lo había hecho nunca, ni me lo había plantado ni había sentido la necesidad de hacerlo. Una sinfonía tiene que tener un contenido intenso, sin él no deberías ponerte a trabajar en ella. No hay sinfonías superficiales, un composición de este tipo tiene que ser intensa y profunda por definición. Después está el problema de la forma, que tiene que estar muy cuidada, y de las dimensiones, que son muy grandes. Hay que saber manejar un género de esta magnitud.

¿Qué le llevó entonces a proponérselo en 2016?

Realmente el motivo es personal. Tuve una época entre 2014 y 2016 muy intensa emocionalmente y esta sinfonía surgió en ese último año de forma totalmente honesta, sincera y natural. Esta composición dio forma expresiva a mis vivencias personales de aquel tiempo. La sinfonía es autobiográfica y terapéutica. Para mí fue una terapia.

Aparte de ser un medio para expresar sus emociones, ¿quiso trasladar algún mensaje universal con esta obra?

Si la composición incluye un texto sí que puedes transmitir un mensaje claramente, pero si no lo tiene, como es el caso, es mucho más abstracto. Tengo títulos de obras que contienen un mensaje social. Es el caso de 'Antífona y salmos para las víctimas del genocidio'. En ese caso quería expresar mi disgusto y dolor por el genocidio de Darfur y muchos otros como el de Bosnia. Sin embargo, en una música sin coros ni texto como la sinfonía el oyente tiene que trasladar lo que la música le dice a su propias vivencias. Sí que el título 'De profundis' puede sugerir un mensaje muy universal.

¿Por qué bautizó su primera sinfonía como 'De profundis'?

Se refiere al salmo 'De profundis clamavi', con el que titulo el tercer movimiento de la sinfonía, que está basado cien por cien, y eso fue un reto musical creativo que me impuse, en las notas de esta melodía medieval gregoriana. 'De profundis clamavi ad te domine' es una especie de plegaria o grito desde las profundidades anímicas. Eso es lo que significa ese salmo y es un concepto muy universal, por eso ha sido uno de los salmos utilizado más a menudo por los compositores. Muy poca gente no tendría algo que gritar desde las profundidades del alma, es un concepto muy universal. En mi caso particular, en ese momento la sinfonía era un poco mi grito desde las profundidades, pero luego cada uno lo interpretará como quiera. En realidad, el éxito de una obra es que consiga despertar en las personas unas vivencias emotivas que le hagan a cada uno responder a esa música de una forma personal.

Hemos hablado antes de la complejidad de este género, pero, ahondando en ello, ¿cuáles son los principales hándicaps a los que hay que hacer frente para componer una sinfonía?

La sinfonía está formada por cuatro movimientos, que tienen que tener un ritmo interno y una forma con una coherencia, porque se trata de una obra única, no de cuatro sin relación entre sí, y eso es siempre una dificultad para un compositor. Cada uno de los movimientos tiene un título y todos ellos están relacionados entre sí. Respecto a la forma, la cuestión que siempre me ha preocupado como autor y como creador es la dicotomía entre respetar la tradición o romper con el pasado y hacer algo totalmente novedoso y distinto, si es posible eso. Yo opto siempre, ante esta disyuntiva, por establecer un diálogo con el pasado desde el presente, integrándolo, en lugar de romper con él.

Póngame un ejemplo de ese diálogo con el pasado.

Uno de los movimientos, el segundo, es un antiguo baile tradicional de origen español, la folía, muy popular en el período barroco. Vivimos en un tiempo de locura y el tema de la folía, que significa eso mismo, parece muy apropiado. La folía es una danza pasada que yo adapto en el presente.

Centrándonos ya en otros temas, ¿cómo ve el panorama musical de las Pitiusas?

Yo me fui de la isla a estudiar a Madrid en el 70 y antes de eso en Ibiza no había absolutamente nada en cuanto a música se refiere que te permitiera establecer una carrera profesional. Las cosas cambiaron mucho, sobre todo con la aparición de las dos grandes instituciones educativas, el Conservatorio y el Patronato municipal de música de Ibiza. A partir de él se fueron creando otros organismos como la Orquestra Simfònica Ciutat d'Ibiza.

¿Qué opina de su situación actual?

Este año no veo que haya programado ningún concierto. La Banda Simfònica Ciutat d'Ibiza continúa, pero la gestión de la Orquestra Simfònica, en mi opinión, está siendo un desastre total. Es muy triste que se haya conseguido crear partiendo de la nada una orquesta sinfónica y ahora se deje, de momento, en suspenso. Si es una agrupación mínimamente seria tiene que continuar siempre. Abrir un paréntesis en una orquesta sinfónica lleva muchas veces a su desaparición total y eso sería trágico para Ibiza. Es lo más triste que veo en estos momentos, esta situación de falta de gestión. Ahora mismo no existe la orquesta, está escondida. Por lo demás, hay otras iniciativas muy laudables como el concurso de piano de Sant Carles y ciclos ocasionales de música organizados por las diversas instituciones. Todo lo que hay está muy bien y, como digo, es más de lo que había habido nunca antes, pero lo que hay que conseguir es establecer una tradición que pueda durar. Algo como una orquesta sinfónica da una gran tradición musical a una ciudad, pero tiene que establecerse y tener continuidad, no de repente, por no sé por qué razón, dejarla en suspenso.

¿Ha visitado últimamente las instalaciones del Conservatorio?

Es una chapuza totalmente inaceptable lo que hicieron allí. Esto no tiene nada que ver, por supuesto, con la calidad de las enseñanzas que allí se imparten y con el nivel de profesores y estudiantes, y, de hecho, no tiene nada que ver con Ibiza, porque el Conservatorio es del Govern. Es totalmente deplorable que por fin haya un conservatorio y que no se pueda construir un edificio en condiciones. Estamos hablando de cosas tercermundistas, como que haya goteras y que en las aulas no haya calefacción. Pero bueno, ¿en qué país vivimos? Es lamentable.

¿Está trabajando en alguna nueva composición en este momento?

Mi problema, o mi ventaja, es que tengo una carrera muy polifacética. Estamos hablando de mi faceta como compositor, pero soy también autor de libros de texto universitarios, tengo publicados dos y de uno de ellos este mes se sacará la tercera edición. Preparar su revisión me ha llevado dos años de trabajo y, normalmente, cuando estoy centrado en un proyecto me dedico plenamente a ello, no puedo enfocarme en otra cosa. A todo eso hay que sumar mis clases como profesor de Teoría Musical y Composición en el conservatorio de la Universidad de Cincinnati y que, además, publico como investigador musicólogo sobre el renacimiento musical español, mi especialidad. Sigo haciendo las tres cosas a la vez, pero tengo que compartimentar un poco. Tengo varios proyectos en mente, pero, de momento, tengo que acabar el libro.

¿Le queda algún sueño por cumplir?

Tengo 65 años y me quedan muchos años de trabajo por delante, porque no tengo plan de jubilarme, de momento. Lo que hago me gusta y me llena mucho y estoy ocupadísimo, en plena marcha. He producido una barbaridad, lo suficiente como para llenar mi vida varias veces. He compuesto como cincuenta obras, he publicado dos libros y más de treinta artículos de investigación, así que en realidad sueños de producción ya no me quedan. Pero mi gran ambición es algún día dejar de trabajar y pasar más tiempo en la playa.