Es el ave marina más abundante en las islas, la que siempre está cerca, la que desciende a los patios de los colegios y a los contenedores de los mercados, la que se atreve a arrebatarte un pedazo de bocadillo de las manos si le das tiempo a tomar confianza, la que mayoritariamente sigue la estela de las barcas de pesca y la que merodea por los muelles con su intenso graznido y la agresividad de su mirada, con la que rastrea comida con perseverancia.

La belleza de su plumaje blanco y gris, de su metro y medio de envergadura, de la fortaleza de sus alas y de su espléndido vuelo quedan diluidos por su omnipresencia; son tan familiares y hay tantas que parece resultar difícil apreciarlas. Se habla de ellas como una plaga y el Govern balear lleva años sacrificándolas intentando evitar la superpoblación. Pero las estampas marineras lo serían menos sin ellas y los atardeceres, cuando ellas regresan a sus dormideros en acantilados e islotes, serían menos poéticos.

La gaviota patiamarilla (Larus michaellis en su nombre científico y gavina de peus grocs en su nombre poular en catalán) es un ave controvertida y a menudo injustamente menospreciada, aunque en los últimos años ha ido ganando para su causa a científicos dispuestos a defenderlas y a poner en duda el alcance de los daños que esta especie provoca, daños con los que se justifica, año tras año, su sacrificio.

Hasta 20.000 en el archipiélago

Años atrás, se consideraba una subespecie de la gaviota argéntea europea, muy similar morfológicamente pero diferente en la intensidad del amarillo del pico, en el anillo ocular rojo que muestran los ejemplares adultos deLarus michahellis y en el color de sus patas, rasgo que, al quedar las dos especies diferenciadas, prosperó como nombre popular. Se calcula, según los datos facilitados por la conselleria balear de Medio Ambiente, que puede haber, en todo el archipiélago, entre 18.000 y 20.000 gaviotas patiamarillas que, en realidad y para precisar aún más, son de la subespecie L. michahellis michahellis, la que habita en el litoral mediterráneo. Existen otras dos clases en la costa peninsular hasta Canarias y desde las costas gallegas hasta el País Vasco, y en los últimos años han colonizado humedales y ríos hacia el interior de España y diversas zonas hasta el Canal de la Mancha y Europa Central.

La gaviota patiamarilla es una de las seis aves marinas nidificantes en las islas, pero la única de la que se considera que existe superpoblación y que está catalogada como una amenaza para la prosperidad del resto de las especies. Desde hace décadas, y sin que ninguna asociación animalista lo lamente, centenares de estas gaviotas son acribilladas a tiros en Balears, en puntos como el vertedero de Cala Llonga, con el objetivo de controlar así la población de una especie oportunista con un elevado éxito reproductor, muy adaptable a cualquier hábitat (aunque para criar prefiere acantilados e islotes como el resto del grupo de aves marinas), carroñera, pescadora y capaz de comer casi cualquier cosa, lo que tenga más a mano. Este sacrificio de ejemplares adultos es conocido con el término inglés culling. Y el plan Lilford, el último proyecto de conservacion de aves marinas del Govern, también incluye el culling en su programa, con el objetivo de eliminar el diez por ciento de la población de patiamarillas. La justificación de la medida es que estas vigorosas gaviotas depredan huevos o polluelos de otras especies que deben ser protegidas y que se incluyen entre las cinco que patrocina el plan Lilford (la gaviota de Audouin, el cormorán moñudo, la pardela balear, la pardela cenicienta y el paiño europeo).

Sin embargo, la idoneidad de esta práctica para lograr los fines que persigue tiene cada días más detractores, que aseguran que los problemas que causa esta ave se han sobredimensionado y que destacan que no existen estudios que determinen que matar gaviotas patiamarillas redunde en mayor protección del resto de las especies.

Sin criterio

En este sentido, el biólogo Manolo Igual, del Grupo de Ecología de Poblaciones del Imedea (Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados) indica que la decisión de matar específicamente al diez por ciento de la población no está avalada por ningún criterio científico y hace referencia a una particularidad del comportamiento de las gaviotas que no se tiene en consideración al establecer planes de eliminación: «Ni matando miles de gaviotas, un problema de este tipo se soluciona si quedan gaviotas especialistas, por ejemplo, en atacar virots (pardela balear)». Y es que «las gaviotas son tan interesantes, que si bien es una especie generalista, los individuos pueden ser especialistas en un tipo de recurso. Es una manera de reducir la competencia intraespecífica». De manera que es probable que sólo un pequeño grupo de gaviotas se haya especializado en depredar a otras especies y difícilmente será ese el que se elimine disparando a las aves en el vertedero.

Problema de gestión de residuos

Y es precisamente en ese lugar, en el escenario del plan de eliminación, donde se halla el verdadero problema. Tanto Manolo Igual como el también biólogo experto en aves marinas Miguel McMinn resaltan que la superpoblación de gaviotas revela un problema de gestión de residuos; la causa de que haya tantos individuos es la facilidad de encontrar mucho alimento en un vertedero al aire libre.

El Grupo de Ecología de Poblaciones del Imedea ha estudiado el efecto de la supresión del vertedero de son Reus (en el invierno de 2009-2010) en la colonia del islote de sa Dragonera y se ha comprobado que, con menor disponibilidad de comida, los ejemplares disminuyen su tamaño y peso medio y en las puestas se reduce el número de huevos; si lo habitual son tres huevos, al reducirse el alimento, pasan a ser de dos o uno.

Con los años, se espera una recuperación y un reajuste, y puede que se diversifique el tipo de alimentación, teniendo en cuenta, además, la capacidad de dispersión de la especie y los movimientos que realizan en busca de comida. De hecho, se han avistado gaviotas anilladas en sa Dragonera alimentándose en el vertedero de Cala Llonga, por lo que el cierre de este recinto podría añadir una nueva variable a los estudios con patiamarillas que se llevan a cabo en Mallorca.

La gaviota patiamarilla paga el precio de su mala reputación, de su carácter agresivo y oportunista, de su capacidad de adaptación, en definitiva. Y, al final, su fortaleza se convierte en su debilidad, porque ser fuerte también tiene un precio.