La palabra espía suele llevar unas connotaciones de aventura, éxito, reconocimiento y un cierto glamour. Esta visión, inculcada por ciertas películas, de las que las de James Bond son las principales, no son un reflejo, en lo más mínimo, de la realidad. Si bien su autor pertenecía a los Servicios Secretos británicos y, al parecer se inspiró en Alan Hug Hillgarth, que fue vicecónsul honorario británico en Mallorca durante la Guerra Civil, su retrato de un espía, un agente de información, no fue demasiado fiel a la realidad.

Hay espías oficiales que actúan desde las legaciones diplomáticas y que se encargan de recoger información abierta, es decir, de dominio público. También hay simples ciudadanos que intentan conseguir información como forma de apoyar a una causa de la única manera que pueden, hay algunos que lo hacen por intereses menos nobles y luego hay los verdaderos agentes, preparados concienzudamente para esa labor. Si bien, como vemos, hay varias clases de espía, todas ellas comparten una cosa, que en la mayoría de los casos su fin suele ser el mismo. Los que se libran de la muerte se pueden contar con los dedos y, por eso son famosos, fundamentalmente por haber sobrevivido.

Pero ¿ha habido espías en Balears? Lo cierto es que sí, y, al parecer en grandes cantidades. El tema del espionaje en las islas fue un tema recurrente y que provocó una gran polémica en los años treinta. Ciertamente Balears eran un objetivo muy apetecible tanto para Francia como para Italia. Quizás el texto escrito que mejor retrata el tema del espionaje italiano en las islas es el libro de Camilo Berneri 'Mussolini a la conquista de las Baleares', publicado en 1937. El libro es una exposición de los documentos secretos abandonados apresuradamente en el Consulado italiano de Barcelona tras el fracaso del golpe militar. Berneri detalla en su libro el interés de Mussolini por Balears y la infiltración de varios agentes, fundamentalmente en Mallorca. Es posible que si no hubiese muerto poco tiempo después de su publicación, durante los hechos de mayo de 1937 que tan bien describió Orwell, hubiese seguido investigando el tema y los indicios que presenta pasasen a ser evidencias claras.

Molestias la turismo

El tema del espionaje llegó a preocupar seriamente a las autoridades que tomaron una serie de decisiones, que si bien lógicas desde el punto de vista de la seguridad, molestaron a un sector turístico en expansión, tal como señaló Joan Carles Cirer en uno de sus trabajos. La base de las quejas eran sendos decretos de 12 de diciembre de 1933 y 27 de febrero de 1934, sin embargo, el origen de ambos es muy posible que fuese un Plan General de Defensa de noviembre de 1933, con el sucinto nombre de 'Memoria sobre la defensa de las Islas Baleares', cuyo autor era el jefe de la Comandancia Militar de Balears desde el 12 de febrero de 1933, el general de brigada Francisco Franco Bahamonde.

Predominio y superioridad

En dicho estudio, Franco ya afirma que la posesión por cualquier país de estas islas da al país en cuestión «un predominio y superioridad en esta zona del mar» y que su importancia militar es muy tenida en cuenta en todas las Escuelas de Guerra y Estados Mayores extranjeros. El estudio, muy completo desde el punto de vista militar, afirma que si bien Mallorca e Ibiza podrían sostenerse ante cualquier bloqueo, no ocurriría así con Menorca. Sin embargo, presenta a Ibiza, Formentera y Cabrera como las más indefensas militarmente y, cuando habla de las Pitiüses afirma que están «desde el punto de vista militar en el más grande de los abandonos» y que su fuerza movilizable es de 2.612 hombres.

Las trabas generadas a los extranjeros, que querían residir o viajar a Balears fueron objeto de varios artículos quejándose de las medidas tomadas, entre otros podemos citar el 'Paraíso Perdido', de José María Salaverria en el ABC del 30 de diciembre de 1933 y 'Un atentado gravísimo al turismo de Mallorca', que apareció en el Heraldo de Madrid el 13 de febrero de 1934. No fueron los únicos artículos al respecto en los que se recalcaban los inconvenientes y el perjuicio económico que representaban estas medidas, artículos que se fueron repitiendo durante ese año y el siguiente.

Menos de 30 días

La queja principal era la prohibición de que los extranjeros pudiesen estar en las islas más de 30 días, prorrogables a 45, sin obtener un certificado de residencia avalado por dos españoles. Sin embargo, visto el cariz que estaban tomando las cosas a nivel europeo y los reiterados avisos de espionaje, el 23 de febrero de 1934 el Gobierno decreta que las edificaciones y compras de fincas en las islas en los cinco primeros kilómetros de la costa estarían supeditados a la autorización militar. Lo cierto es que ambas medidas, desde el punto de vista de la seguridad, y en el contexto en el que fueron tomadas, eran más que lógicas.

Tan solo unas semanas después de que Salaverria asegurase en su artículo que no había espías, se detuvo en Barcelona a seis personas, dos españoles, un inglés, un argelino y dos italianos, acusados de espionaje y se incautaron de dibujos de las fortificaciones de defensas costeras de Cataluña y Balears. Por lo que sabemos, los dos italianos, Víctor Lascasin Moroni y Guido Daldíaz, fueron condenados a tres y dos años respectivamente, mientras que el resto fueron liberados.

El tema provocó una serie de artículos periodísticos a favor de las medidas tomadas, justificadas por la actividad de los servicios de espionaje foráneos en nuestro país y por la necesidad de aumentar la seguridad del Estado contra esta amenaza. Entre otros los publicados por El Siglo Futuro el 29 de diciembre de 1934, y los publicados por el Sol, algunos con títulos tan claros como 'Espionaje a todo trapo' (El Sol de 12de febrero de 1934). La medida más señalada tomada al efecto fue la reforma y ampliación de las penas que señalaba el Código de Justicia militar por espionaje.