Vivir, medio año, con 430 euros al mes. Haciendo malabarismos para llegar al día 31. Así es el invierno de muchos de los trabajadores de temporada en la isla. Sobre todo de aquellos cuyos contratos no superan los seis o siete meses.

Es la situación que se les plantea ahora a Piedad y Emma, madre e hija, que acuden juntas a la oficina del Servei d'Ocupació de les Illes Balears (SOIB). Emma, de 39 años, ha trabajado este año, como todos los veranos desde 2001, como ayudante de dependienta en un souvenir de es Canar. Ella, de lo de alargar la temporada con lo que tanto se llenan la boca los políticos, no se ha enterado. Lleva muchos años alternando seis meses de trabajo con seis de desempleo.

«No puedo vivir con los 430 euros de ayuda», afirma. Y eso que ya se ha desprendido del principal gasto, el alquiler, y ella y su hija Lucía, de tres años, han vuelto a vivir con sus padres. «Volví a casa por problemas con la vivienda, con el alquiler, como todo el mundo», indica Emma, a la que, ahora que la niña ya va al colegio, le gustaría encontrar un trabajo para todo el año. Librarse del coste de la guardería -«eso es casi una hipoteca»- ha supuesto un alivio para la economía familiar. Y eso que sus padres la ayudaban haciéndose cargo de la pequeña por las tardes. Emma tiene el turno partido -de una a cuatro del mediodía y de siete a once de la noche- y la abuela, que sale a las cinco, se hacía cargo de Lucía. «Si no tuviera a mis padres, que la cuidan y la acuestan, no podría trabajar», confiesa.

Empezar «con ganas» el verano

Empezar «con ganas» el veranoEso sí, el inicio del curso ha supuesto toda una cuesta de septiembre. «Ha habido que comprar todo el material y la ropa», indica Emma, que asegura que los seis meses de paro se le hacen cortos: «Cuando quiero darme cuenta ya ha pasado enero y queda poco para empezar». Asegura que pilla «con ganas» la temporada, pero reconoce que a finales de agosto el ritmo de trabajo hace que tenga deseos de terminar.

Algo parecido le ocurre a su madre, Piedad, quien a sus 59 años lleva 30 trabajando como camarera de pisos. Pasa del agotamiento del verano a las estrecheces del invierno: «El paro no da para vivir. Antes eran 426 euros al mes, ahora 430. Es imposible asumir el coste del día a día si durante el verano si no has hecho un poco de hucha durante la temporada». Ella tampoco ha notado la desestacionalización. Ha trabajado «como siempre», siete meses, el tiempo que están abiertos los apartamentos turísticos de es Canar donde está contratada. «Cuando cierran las discotecas notamos el bajón», comenta.

Dejando a un lado los 430 euros mensuales, el invierno lo pasa «relajada». No se plantea trabajar todo el año. «Ahora ya no», matiza. No podría. «Se me hace muy duro. Cada vez tenemos más habitaciones y más cosas que limpiar. Llego a casa reventada, pero lo peor es levantarme al día siguiente. Me cuesta. Me duele todo el cuerpo», detalla Piedad, a la que le gustaría poder jubilarse a los 60 años, como pide el colectivo de las kellys. «Ya estaría a punto», comenta, soñadora, esta mujer que explica que esos cinco meses de desempleo no para. Aprovecha para coser, que le encanta, y sigue cuidando de sus tres nietos cuando hace falta. «Eso es más cansado que hacer habitaciones, pero lo disfruto mucho más», indica, riéndose tras salir de las instalaciones del SOIB, donde no paran de entrar trabajadores, mujeres, en su mayoría.

Entre quienes aguardan su turno hay algunos hombres. Aunque ellos se muestran menos dispuestos a hablar sobre su situación. Uno de ellos es David, cántabro de 27 años, que aguarda a que un amigo salga de arreglar los papeles del paro, un trámite que él hizo hace un par de semanas, cuando cerró el bar de Platja d'en Bossa en el que trabajaba. Para él la temporada ha sido «corta». Dejó su empleo empezada la temporada y tardó un par de semanas en encontrar otro: «Llevaba años trabajando en el mismo restaurante, pero al llegar este verano éramos tres menos. Cobrábamos lo mismo, pero el trabajo era inasumible. No dábamos abasto. Acababa agotado y, además, los comentarios de los clientes, hartos de la lentitud del servicio, me dejaban hecho polvo». El dinero que cobra del paro, poco más de 500 euros, lo dedica casi íntegro a pagar el alquiler de un piso compartido. Las propinas, que ha guardado religiosamente y de las que no ha gastado «ni un céntimo», así como lo que saca de algunos trabajos esporádicos -«me llaman de vez en cuando para echar unas horas los fines de semana en bares y restaurantes»- le permiten pasar el invierno. A David le gustaría encontrar un trabajo fijo, «de todo el año o, como mucho, para un par de meses», sin embargo, en los seis años que lleva en Ibiza no lo ha conseguido. «La hostelería es lo que tiene», reflexiona dándole una calada a un cigarrillo.

«Vivo al día», apunta Piedad, baztetana de 53 años que, tras acudir a su cita para arreglar los papeles del desempleo, lee con atención algunos de los anuncios colgados en el cristal. Es camarera de piso desde 1987. Hace más de 30 años. «Un clásico», afirma colocándose bien el asa de su capazo, decorado con una estrella de lentejuelas de colores. Su contrato acabó el pasado 23 de octubre y la temporada ha sido «como siempre»: «Son siete meses, a veces quince días más y a veces quince días menos». Entre lo que gana en la temporada y lo que percibe de ayuda le da para vivir. «El alquiler, la comida, el transporte... Todo hay que pagarlo. Una gana un dinerito, pero todo cuesta dinero también. No es que falte, pero tienes que saber controlarte», opina esta trabajadora que explica que en los cinco meses de desempleo hace «lo normal»: «Vienes al SOIB, pides la prestación por desempleo, sellas, limpias la casa a fondo, nos hacemos un viajecito para ver a la familia y poca cosa más».

Imposible trabajar todo el año

Imposible trabajar todo el año

Como su tocaya zamorana, Piedad no cree que su cuerpo pudiera soportar trabajar todo el año: «El de camarera de piso es un trabajo muy duro, no creo que ya pudiera resistir todo el año». Y eso que, según explica, en el hotel en el que trabaja no le han aumentado el número de habitaciones y, a pesar de que lo han reformado «y puesto muy bonito», las instalaciones no suponen un extra de trabajo.

Aunque es consciente de las estrecheces de los cinco meses de desempleo, Piedad asegura que hay un momento en pleno verano, cuando la temporada fuerte da sus últimos coletazos, que es «un descanso» saber que se acerca el final. De la misma manera, cuando llega la primavera, afronta «bien» el regreso al trabajo: «Tienes que hacer la temporada porque hay que vivir y hay que comer. Es tu trabajo y tienes que hacerlo lo mejor que sepas y puedas». Además, indica Piedad, en el trabajo hay «instantes buenos» en los que se ríe mucho: «El trabajo es duro y cada cual se concentra en lo suyo, pero un momentico de risa siempre hay».