El colectivo Basta Ya de Maltrato Animal ha instado, mediante un escrito al Juzgado de Instrucción número 1 de Ibiza, que se evite una nueva matanza de cabras en es Vedrà. No quieren, alegan, que se repita el sacrificio que tuvo lugar en 2016, en el que «no se contó con los conocimientos tradicionales de los vedraners para realizar el vaciado sanitario de la manera menos cruenta». Afirman que matarlas a disparos, el sistema que usó la conselleria de Medio Ambiente, «es ineficaz y, para más inri, produce sufrimientos indecibles a las cabras». Apuesta el colectivo animalista por «organizar una salida de captura con los vedraners vedranersque se ofrezcan, uniendo el método ancestral y los medios modernos de los que puede disponer la conselleria» para llevar a cabo «el vaciado sanitario compatible y respetuoso con el bienestar animal».

Pero esa visión idílica de la caza que cada miércoles de Semana Santa y la víspera del Domingo de Pascua llevaban a cabo los vedraners en el islote contrasta con las fotografías y el relato de un reportaje escrito por Xescu Prats en Diario de Ibiza en abril de 1995. 'La captura de la cabra en es Vedrà', como fue titulado, no era precisamente «incruenta», como creen los animalistas. En las imágenes (algunas de las cuales no se han reproducido en este artículo por su crudeza) se observa cómo la persecución por es Vedrà acaba en algunos casos con los rumiantes despeñándose por las afiladas rocas de ese abrupto territorio.

Rocas ensangrentadas

En las fotografías, captadas aquel 15 de abril de 1995 por Juan Antonio Riera, se observa cómo las rocas quedaron aquella jornada impregnadas por la sangre de los chivos. El abogado de Basta Ya, Francisco Capacete, defendió el pasado lunes el método empleado por los vedraners, asegurando que antiguamente «capturaban a los animales sin sacrificarlos, al menos hasta que eran llevados a las fincas de los payeses». Pero en el reportaje fotográfico, incluso en el texto (en que se soslayan los episodios de violencia), se aprecia cómo tres animales acaban muertos, incluso cómo algunos,tras caer por los riscos , son degollados con un afilado cuchillo que penetra, hasta el mango, en el cuello del animal.

Las cuchillas cuelgan de los cintos de los vedraners y la sangre reseca les impregna desde los antebrazos hasta las manos, estas totalmente teñidas, tal como se aprecia en ese reportaje a todo color.

Aquella crónica deja, además, en evidencia otra de las afirmaciones a las que se agarran los animalistas para asegurar que se podría respetar la vida de parte de esos rumiantes en es Vedrà: «La carga ganadera que puede soportar el islote es de cinco individuos, por lo que, con capturar seis, sería suficiente para proteger la flora de la reserva natural», alegan, para lo que cita el «propio expediente administrativo». Pero esa carga es más letal para los endemismos de esa isla de lo que cree la asociación Basta Ya de Maltrato Animal.

De cinco a 40

En 1995 hacía tres años que los vedraners. Tal como relata Xescu Prats en ese reportaje, en 1992 transportaron hasta allí, en llaüts, «a cinco hembras y un macho». En abril de 1995, se habían reproducido de tal modo que, al margen de la endogamia, la manada era enorme: «Se calcula que a lo largo de la isla habitan cuarenta ejemplares, separados en tres manadas». En una de las imágenes del reportaje aparece un rebaño compuesto por una veintena de individuos.

La expedición de vedraners en busca de los chivos partió aquel 15 de abril de 1995 a las ocho de la mañana en dos llaüts desde Cala d'Hort: «Se les veía ansiosos por llegar», contó Prats. «En la cara norte, sobre la sierra des Mataret, se divisaron los primeros ejemplares. No había que buscar los otros rebaños. Por entre los verdes y espesos matorrales se veían suficientes machos. La aventura comenzaba», escribió.

Acorralamiento y muerte

Once hombres desembarcaron junto a la Pujada des Mort (la toponimia del islote se las trae): «La comitiva no tenía que subir hasta el punto más alto. Su objetivo consistía en rodear la manada», mientras desde el mar, sobre un llaüt, el cap de los propietarios del islote, entonces Vicent d'en Marc, «vigilaba atentamente los movimientos de los animales para movilizar a sus hombres». Estos debían, en grupos de dos, forzar al rebaño a bajar hasta un lugar junto al mar en el que comenzaba «la lucha cuerpo a cuerpo con el boc».

«Los hombres [muchos calzados con espardenyes] corrían sobre las peñas arrinconando cada vez más a las cabras». En grupos de dos vedraners, cerraban «todos los pasos por donde pudiesen escapar los chivos». En la secuencia de imágenes que encabeza este reportaje se ve cómo, acorralada, una cabra acaba despeñándose al tratar de driblar a un hombre. Conmocionada, luego fue atrapada.

Fuerza y cuernos

Es lo que los vedraners denominan «el juego del arrinconamiento», que en un paraje tan agreste como ese, repleto de cortantes rocas y acantilados de decenas de metros, no debe ser muy relajante para el animal.

Arrinconada la manada en el Corralador Vell, unas cuevas pegadas al mar que poseen un estrecho pasillo al borde del acantilado como única vía de escape, comenzó «la verdadera lucha entre el hombre y el animal». A las hembras y cabritillos «se les deja escapar», se lee en el artículo. «No se utiliza ningún tipo de arma. Son las manos, la velocidad y la fuerza contra la agilidad y la dura y puntiaguda cornamenta de los chivos», añade. No se explica, sin embargo, cómo acaban desvanecidos en las rocas, ensangrentados, aunque se admite que son «sacrificados», sin especificar cómo. Que mueren, se ve claramente en las fotos, pues las ataduras sólo servían para poder transportarlos hasta las embarcaciones. Sin vida, no necesitaban más nudos.

En las imágenes de Riera se ve el largo cuchillo clavado hasta el mango en un cuello. El fotógrafo recuerda cómo eran acorralados, se les echaban varios hombres encima y los degollaban. Luego eran descolgados con cuerdas atadas a sus peludos cuellos por los riscos.

Los vedraners siguieron aquella jornada de 1995 esos «conocimientos tradicionales» que los animalistas piden al juez que se empleen en el vaciado del islote, pues creen que así no será cruento.