El día que te muestran la parte inferior de la pata de una salamanquesa y descubres el curioso sistema de láminas con miles de miscroscópicos pelos que le sirve para adherirse a paredes e incluso a cristales, desafiando la ley de la gravedad, nunca lo olvidas. En realidad, a los científicos les costó muchos años, y descartar muchas teorías, averiguar que estos saurios se pegan a las superficies podría decirse que por atracción atómica. Es decir, usan la débil atracción entre átomos de carga eléctrica opuesta (las fuerzas de Van der Waals), que se refuerza, por efecto acumulativo, con millones de pelillos que se ensanchan y aplanan aumentando la superficie de contacto.

Y cada vez que levanta una pata es como si despegara una de esas cintas no pegajosas que en la actualidad se usan a menudo como vendajes. De hecho, esas vendas están diseñadas aprendiendo de las salamanquesas. Es complejo, y el misterio no quedó completamente desvelado, al menos corroborado, hasta el paso del nuevo siglo, pero ellas hacen que, por cotidiano, parezca sencillo.

Su poder de atracción es tan llamativo, sin embargo, que a lo largo del tiempo ha pervivido en Ibiza el ‘mito de la plancha’; a muchos nos hicieron temer de pequeños el contacto con estos animales porque, según decían, si alguno se quedaba pegado en tu piel no había forma de despegarlo si no era usando el calor de una plancha. Y sus pequeñas patas quedaban marcadas, como quemaduras, en tu cuerpo.

Bien distinta es la historia que antaño los abuelos contaban a los nietos para evitar que mataran dragons, el nombre con el que en las islas se conoce a las salamanquesas. Matar un dragó, contaban, traía mala suerte y solo los gatos podían hacerlo sin consecuencias. Tal leyenda podría tratarse de un truco para proteger unos saurios inofensivos, tímidos y muy beneficiosos; al igual que matar un ruiseñor es pecado porque, como decía la escritora Harper Lee en su primera novela, «solo se dedican a cantar para alegrarnos», matar un dragó es pecado porque ellos se dedican a comer mosquitos y polillas y a controlar, de tal forma, las poblaciones de estos insectos.

«Es muy frecuente en el campo pitiuso, y se encuentra fácilmente en paredes de piedra, troncos de olivos y algarrobos, corrales, albercas y bajo las piedras». Puede leerse en el ‘Atles dels amfibis i rèptils de l’illa d’Eivissa’ que el biólogo Joan Carles Palerm, presidente del Grup d’Estudis de la Naturalesa (GEN-GOB), realizó en los años 90 y publicó en el boletín de la Societat d’Història Natural de les Baleras. Y se refiere a la salamanquesa común (Tarentola mauretanica), el reptil de piel verrugosa llamado dragó. Y es que, en realidad, existen en las islas dos especies de salamanquesas, bien distintas si uno es capaz de observar. La segunda es el dragonet (Hemidactylus turcicus), que muchos autores consideran más escaso que el dragó, aunque Joan Carles Palerm estima que no es una especie rara y que probablemente es más discreta y se deja ver menos.

Piel fina

Piel finaEn cuanto a las diferencias, el dragonet «tiene la piel más fina» y a menudo es tan transparente que al trasluz se adivina la musculatura y el animal adquiere un tono rosado que le da su nombre común (salamanquesa rosada). Esa transparencia también crea una mancha oscura «que llega hasta los ojos y que es el conglomerado de terminaciones nerviosas y capilares del sistema nervioso» (se observa fácilmente en la fotografía). Además, el dragonet, al contrario que el dragó, tiene uñas en todos los dedos de sus patas y las rugosidades, esas que le permiten subirse a las paredes, están divididas en dos filas. Los ejemplares de H. turcicus suelen ser más pequeños, menos robustos, que los de T. mauretanica, que pueden alcanzar unos cinco centímetros más (alrededor de quince) y tienen cierto aspecto de saurio con escamas, como un verdadero dragón mitológico a pequeña escala. El dragó tiene un color variable, que cambia de intensidad dependiendo de sus hábitos y de la luz que recibe.

En el ‘Libro Rojo de los Vertebrados de Baleares’, los dos dragons aparecen catalogados como especies de ‘Preocupación menor’ y se señala, respecto a la salamanquesa común, que es probable que fuera introducida «por los comerciantes cartagineses de manera pasiva, antes del 400 antes de Cristo». Por lo que se refiere a la salamanquesa rosada, se cita la hipótesis del biólogo Joan Mayol de que esta especie pudo haber sido introducida por los navegantes griegos que hacían la ruta del estaño. De esta forma, se trata de animales introducidos en las islas, al contrario que el otro emblemático reptil balear, la lagartija, que es una especie endémica. Las dos salamanquesas también han colonizado buena parte de los islotes que rodean las islas mayores de Balears. Sin embargo, tal y como apunta Palerm, se desconocen muchos datos del comportamiento, el estado de conservación o las interacciones con otras especies en Balears, incluso de la interacción entre estos dos reptiles gecónidos.

Sí se sabe que los dragones ponen sus huevos preferentemente en mayo y junio (en el caso de Tarentola mauretanica) y hasta ya entrado el verano (Hemidactylus turcicus), y los pequeños saurios rompen sus cáscaras hacia los cuatro meses la primera especie y en algo menos de tiempo la segunda, lo que explica que a finales de verano y en el mes de octubre sea tan habitual encontrar ejemplares muy jóvenes de estos saurios.