Un nombre de pila nada común entre los ibicencos ha acabado siendo el malnom de la familia que está al frente del supermercado más longevo de Sant Antoni y uno de los negocios más antiguos de la isla. El reinado de Alfonso XIII fue el origen de la denominación de esta familia, ya que en su honor le pusieron el nombre a Alfonso Ribas cuando nació en 1920.

Fue el único de los hijos de Rosa Piqué que nació en Ibiza y prácticamente de casualidad, ya que ella no sabía que estaba embarazada cuando llegó para una breve estancia. Esta ibicenca hija de catalán había emigrado a México, donde conoció a un paisano de Sant Agustí con el que se casó. Al enviudar, Rosa decidió establecerse en su isla natal con su benjamín, mientras que sus tres hijos mayores nacidos en México quedaron allí.

Vicent Ribas, de 53 años, y su hermana Inma, de 57, repasan la historia de la familia rodeados de las fotografías antiguas y el material de época que decora la oficina de Casa Alfonso, en el piso superior al supermercado. Ellos nacieron en este mismo edificio, donde sigue viviendo Vicent. Les acompaña su sobrina Elena, de 40 años e hija de Alfonso Ribas Prats, el expresidente de la patronal de autobuses de la isla fallecido hace tres años.Una saga en fotos

Elena y su tía se encargan del trabajo de oficina, mientras que Vicent dirige el supermercado en el que trabaja con otros seis empleados, pero ha subido para a acompañar a sus familiares para repasar la historia de saga. Empieza con una fotografía que reúne a las tres primeras generaciones del negocio. Se ve a un niño sonriente, Mariano Ribas, encima de los hombros de su padre, Alfonso, ambos ante la puerta de la tienda de alimentos y acompañados por una quincena de personas, «serían vecinos del barrio casi todos». «No sale nuestra tía Rosita, que nació en 1925, y papá aparenta tres o cuatro años, así que esta foto será de 1923», detalla Vicent. En el centro destaca la figura matriarcal de Rosa Piqué y, pegado a la puerta su marido en segundas nupcias, Vicent Marí. Él ya era el propietario del colmado que luego su hijastro Alfonso amplió y al que dio nombre. Con el tiempo, la familia dejó de ser de Can Correuer, el malnom de Vicent Marí, y pasaron a llamarse de Ca n’Alfonso.

«Tenemos un libro de cuentas de 1907 que ya era del abuelo, pero su padrastro ya había estado al frente y no sabemos si los padres de éste también, sólo tenemos claro que ya estaba en marcha antes de 1900», recuerdan. Además de las fotografías de época y las familiares y los premios en reconocimiento a la trayectoria del negocio, en una pared destaca la portada desvencijada de un calendario del Comercio Casa Alfonso, ilustrado con un cuadro de una mujer con una jarra.

El teléfono número 15

«Fíjate en el número de teléfono que tenía la tienda en esa época, ¡el 15! Y mira, se usaba como reclamo que había mantequilla Arias y Galletas Artiach», señalan entre risas los hermanos. Este antiguo calendario se lo regaló una clienta que lo tenía en su casa, pero, desgraciadamente, la parte inferior donde figuraba el año ha desaparecido.

Tampoco existe ya parte del paisaje urbano que acompañó durante generaciones a la familia, como la casa cuartel que estaba frente a la entrada principal de Casa Alfonso, en el carrer Ample. Ahora es un solar vacio, pero Elena, la quinta generación, muestra una foto de la calle sin asfaltar en dirección al puerto. El tricornio de una sombra sentada frente a un portal permite identificar el espacio. «Cuando estábamos tomando el fresco en la terraza de casa, a veces veíamos cómo traían detenido a algún borracho o un ladrón y más de una vez nos llevamos un buen susto con los quejidos que se oían luego», evoca Vicent.

Racionamiento y trueque

«Antiguamente, había tres tiendas por aquí, la nuestra, Can Pujol y Can Figueretes. Se vendía cualquier cosa que necesitara la gente, desde espardenyes a lápices y, después de la guerra, se usaban las cartillas de racionamiento. También se vendían cosas de estraperlo, aunque el abuelo nunca quiso, porque si era el santo de alguna persona, lo querían celebrar con un buen arroz», recuerda Inma.

Casa Alfonso no cerraba los domingos y las pageses, antes de ir a misa, traían huevos y otros productos del campo. Al llegar a la tienda, recogían los catrets para sentarse en misa que la familia les permitía guardar en un rincón y, al devolverlos, hacían el trueque. «Las pageses compraban poca cosa, porque tenían pollos, leche de las ovejas y cabra y huerto. Se llevaban azúcar, arroz a granel o petróleo», precisan. «La tienda estaba casi siempre abierta porque pasaban la vetlada sentados en la calle y, si alguien quería algo, se le vendía».

Hasta que llegó el turismo y vino gente de todo el mundo a Sant Antoni. Vicent recuerda una anécdota y va a buscar una imagen de principios de los años sesenta del carrer ample. Se observa mucho movimiento con el puerto al fondo. A la derecha de la imagen y, frente a la tienda, llama la atención el autobús de la línea a Vila, un servicio que también puso la familia Ribas en 1925 hasta que vendieron la empresa de transporte hace dos años. A la izquierda, casi inadvertido, se ve un peatón.

«Hace un par de años estaban grabando un programa de televisión para IB3 en la tienda y, mientras enseñaba esta foto, reconocí a este hombre, porque nunca me había fijado en él. Resulta que es un profesor de idiomas canadiense que viene cada verano, ya es un señor mayor. Mientras explicaba esto en la entrevista, después de darme cuenta de que era él el de la foto, de repente el señor entra por la puerta. Le acabaron entrevistando también», se sorprende todavía Vicent. «Comprenderás que si vendemos la tienda, después de más de cien años de historia de nuestra familia, es porque no hay más remedio», se resigna.