Magda Planells todavía conserva la primera libreta en la que anotaban las ventas que hicieron en Artesanía Fita -la tienda que abrió su madre, Magdalena Tur, en 1971 y donde ella ha trabajado desde el principio- en ese primer año. «Se le están cayendo las hojas, pero la tengo», explica desde detrás del mostrador del establecimiento, donde ahora tiene otro cuaderno en el que sigue apuntando las que serán las últimas.

Y es que a finales de este mes Artesanía Fita cierra sus puertas después de casi medio siglo de trabajo. A sus 67 años, Planells se jubila y, aunque le «sabe mal» y asegura que va a echar de menos la tienda, cree que «ya toca» bajar la persiana. Lo que hará luego, no lo sabe; eso sí, asegura que tiene «muchos frentes» abiertos: «Esta mañana [por hace unos días] a las ocho estaba recogiendo algarrobas», afirma entre risas.

Situada en la calle Sant Jaume de Santa Eulària, muy cerca de la plaza del Ayuntamiento, Artesanía Fita es uno de los pocos comercios familiares que aún quedan en la vía principal de la localidad. Y pese a que fue en 1971 cuando se abrió como tal, en el lugar ya había habido otro negocio de la familia: «Antes aquí hubo una lechería, durante 20 años más o menos. Primero la llevó mi abuela y luego mi mamá», explica Planells, quien recuerda que su madre montó incluso un puesto para vender helados en la acera.

Antes de las fiestas de Semana Santa del año 1971, la tienda abrió como un souvenir, aunque ocupaba sólo la mitad del local actual, la parte que tiene entrada por la calle Sant Vicent, pues «se hizo una obra en dos fases» en el inmueble. «Mi mamá era muy comerciante», relata Planells, quien apostilla que la tienda era «su ilusión» y que por eso la montó. «Mi hermano decía que ella no sabía restar ni dividir, sólo sumar y multiplicar», cuenta.

Luego se habilitó la parte de delante, que da a la calle principal de la Villa del Río, y se conectaron ambos espacios. «Desde el momento en que estuvieron las dos salas, se ha comunicado siempre», indica.

En sus inicios, en Artesanía Fita tenían a la venta objetos de hierro forjado, artículos de cobre y «mucha madera de olivo», afirma Planells, que añade que aún hoy le piden madera y que, en realidad, no sabe por qué dejaron de venderla.

Los manteles, muy vendidos

Poco a poco fueron «evolucionando». «Un artículo no sale y empiezas con otro», cuenta. Y pronto comenzaron con los manteles, que ha sido un producto que han vendido «mucho, pero mucho», aunque «desde hace dos o tres años está en decadencia». «La gente joven no quiere planchar», apunta y subraya lo bonita que queda una mesa con un mantel puesto.

A estos artículos se sumaban la cerámica, los bordados. «Durante un tiempo hubo mucha blusa de la parte de Mallorca que se vendía muy bien, pero luego aquella casa [que lo suministraba] quebró», recuerda. Probaron a vender toallas y «cosas de baño», pero no funcionaba. «Nosotros, artesanía», dice y añade que, para ella, es «de calidad». «Yo veo que la gente me valora», apostilla.

De la cerámica asegura que gusta mucho y destaca el colorido que tiene; no obstante señala que ahora tiene el hándicap de que la gente viaja con la mochila encima y eso pesa. Y lo que también se vende mucho, de las cosas que más, son los cestos y los sombreros. En este sentido, explica que aunque senallons hay en muchos sitios, ella ha tenido siempre muchos modelos y«salen bien». Estos días, sin embargo, ya no hay tanto donde elegir. «Está todo molt retriat», apostilla y señala las estanterías, donde cada vez quedan más huecos.

No obstante, todavía se encuentran muchas cosas y los clientes no dejan de entrar. «Son 6 euros», le dice Planells a uno que ha cogido tres pañuelos de tela bordados. «El pañuelo es un artículo que ahora mucha gente no usa, porque utiliza el de papel, pero si llevas gafas, el de papel no sirve para nada. Y llevar un pañuelo dentro de un bolso siempre es bonito», afirma.

Ella envuelve los pañuelos cuidadosamente con una lámina de papel, «como toda la vida». «Éste es el primer diseño que hicimos», explica mientras muestra una de las muchas hojas de color azul y blanco que tiene sobre el mostrador, donde se lee el nombre del establecimiento y se indica que hay «muñecas, cerámicas, bordados».

Precisamente las muñecas hechas a mano que cuelgan en las estanterías de la tienda son realizadas en Eivissa, igual que los imanes o los platos con relieve. «Tengo artesanía de toda España. Cerámica hay mucha de la parte de Valencia, también de la de Andalucía», afirma y agrega que aunque «hasta la fecha» ha encontrado suministradores, lo cierto es que «cada día es más difícil».

Planells comenta que el cliente principal que han tenido siempre ha sido turista. «Antes venían solamente franceses, ingleses, españoles también. Ahora también hay mucha gente del este [de Europa]», señala. A estos últimos, apunta, no los entiende. «Dentro de mi comercio sé lo que me dice un inglés, un alemán, un italiano, un francés. Ahora, con las personas del este ya me pierdo», expone. Y de todas las edades: «Eso depende del artículo que buscan. Para cesto y sombrero viene gente joven y mayor. A lo mejor [los de menos edad] no tienen dinero para comprar según qué, pero para un cesto y un bronceador, siempre hay».

Entre esos clientes, los hay muy fieles, que vuelven cada año. «Hay señores que vienen y que me dan un beso y yo pienso: '¿Tú de dónde me sales?'. Porque ellos vienen al sitio, pero tú aquí ves pasar a uno y otro y otro... Hay personas que un año no vienen a comprar mucho pero sí hacen la pasadita y preguntan: '¿Hay algo nuevo?'», explica y dice que ahora algunos la abrazan y le preguntan por qué se va.

Para Planells, en la relación con los clientes siempre ha sido importante que fuera «de tú a tú». «Cuando estás con el cliente, tienes que estar con él», afirma y explica que, en su caso, no le gusta ir a un establecimiento y que quien te atiende «esté cobrando y hablando con otra persona».

A este respecto, comenta que ha cambiado la forma de trabajar en los comercios. «Antes era todo familiar. Fíjate todo lo que hay en la calle San Jaime, que es la principal. ¿Qué queda de comercio familiar? Apenas nada», afirma.

Además, cree que al cliente «hay que dejarlo estar, que pasee y mire. Si está con una cosa determinada sí le puedes decir si le ayudas o no», comenta y añade que todo esto se aprende con la experiencia: «Nadie nace maestro».

Abierto todo el año

Artesanía Fita siempre ha abierto todo el año. «Si todos cerramos está feo, porque si vas a un pueblo y ves todas las casas cerradas te da un poco de grima, no te invita a hacer nada», apunta.

Pese a ello, durante la temporada es cuando más trabajo ha tenido. «En años atrás, septiembre y mayo eran los mejores meses, porque en julio y agosto se trabaja porque hay mucha gente, pero en mayo y en septiembre venía la gente más mayor, más de comprar, no de pasear o de discoteca» comenta y afirma que entiende que la gente venga a Eivissa «y quiera ir de fiesta». «Pero lo que no comprendo es que vengan sólo para ir de fiesta», asevera.

No obstante, los clientes, señala, «antes eran mejores»: «Aquí estábamos mi mamá, una dependienta y yo. Ahora estoy yo sola», apunta y cuenta que a veces le preguntan si en la parte de atrás -la que da a la calle Sant Vicent, por donde también se accede- no tiene a nadie trabajando, pero que ella piensa «que la gente es buena». «Sí tengo una musiquilla que cuando entran, me entero, porque el oído lo tengo bueno», afirma.

En estos años, por la tienda ha pasado la familia. «Tuve a mis hijos y estaba con los niños aquí detrás», afirma señalando el mostrador. Su hija también trabajó en Artesanía Fita mientras estudiaba, y los últimos en corretear por el local han sido los nietos, que siempre han sabido que era el lugar donde encontrar a su abuela. La mayor, Martina, de 12 años, dice que la tienda será suya, cuenta Planells. «Cuando nos oye pregunta: '¿Pero seguirá siendo tuya aunque la alquiles?'», explica y resalta que en verano a las niñas les gusta ponerse por allí a vender sus pulseras.

Planells explica que no se planteó contratar a alguien y seguir con la tienda abierta. «Si tienes un negocio, tienes que estar ahí», afirma con rotundidad. Y el día que puso el cartel de liquidación, a principios de septiembre, ya había apalabrado el alquiler a unas personas con las que ha trabajado y que, apunta, montarán también un comercio.

Antes, debe vaciarlo todo. Con lo que quede todavía no ha decidido qué hacer: «La ropa se puede amontonar. La cerámica... No sé». La fecha se acerca y reconoce que aunque por una parte tiene ganas de tener más tiempo para ella -«voy muy atareada porque la cosas se juntan; tengo los años que tengo y me encuentro bien, pero ya no te das tanta prisa como cuando tenías 40», dice-, por otra no. «Es de mi familia, lo abrió mi mamá», reflexiona. «Pero luego giro de hoja y pienso: 'No importa aferrarse a las cosas que, al fin y al cabo, todo pasa'», concluye.