Para quienes tienen una visión reducida, los ámbitos urbanos representan una gigantesca pista americana. Son superficies minadas de trampas que entorpecen su movilidad e, incluso, les pueden ocasionar daños físicos. La ciudad es un entorno hostil para los invidentes en el que lo raro es no tropezar. El circuito de obstáculos que la ONCE instaló ayer en el Passeig de ses Fonts de Sant Antoni es una clara muestra de la aventura que, diariamente, supone para ellos pasear por las calles de la isla, en las que el mobiliario urbano, tanto el fijo como el móvil, representa una fuente continua de zancadillas. Basta ponerse un antifaz y saltar al circuito de obstáculos para empatizar desde el primer momento con los ciegos. Lo normal es salir de allí con la espinilla magullada o los piños rotos.

Cayetano Reyes, exvendedor de la ONCE ya jubilado, es un experto en detectar las trampas que pueblan las vías públicas, que no son pocas. Quienes ayer probaron el endiablado circuito de obstáculos para ponerse en la piel de un invidente, fueron guiados de cerca por Reyes, que no tiene una ceguera total: «Veo sombras, pero eso es peor, porque me despistan».

Con los ojos cubiertos por el antifaz, lo primero que se siente es desorientación. El bastón, largo y sensible, se convierte en un ojo táctil, un radar que detecta los objetos que hay al frente y los desniveles. Precisamente, para Mariano Torres, director de la ONCE en las Pitiüses, una de las barreras arquitectónicas «más criminales» con las que se topan a diario son «las rampas con escalón», que hay tanto en la vía pública como en los comercios». La castaña, dice, está asegurada: «Y eso lo diseña un técnico, que es lo triste. Si ese técnico se pusiera un antifaz se daría cuenta de la burrada que ha hecho».

Andamios trampa

Pero el bastón no advierte de todos los peligros, por ejemplo de la mayoría de los andamios de obra, tal como Cayetano Reyes hizo constar a quienes recorrieron el circuito. Tienen barras que cruzan de lado a lado, pero están dispuestas a media altura, de manera que el bastón ni las roza: «Estampamos la cara o el pecho contra los andamios. Todos deberían tener barras en la parte inferior, a nivel del talón», pues permitiría notarlos a tiempo con el bastón.

El problema es que quienes ven correctamente desconocen la mayoría de esas necesidades. Son mínimas, pero tenerlas en cuenta facilitaría sus vidas. El edil de Movilidad y Vía Pública de Sant Antoni, Joan Torres, las conoció ayer a base de dar palos de ciego (literalmente) en la pista del Passeig de ses Fonts, de donde salió tomando nota de todas las zancadillas que su urbe pone a los ciegos. Incluso experimentó en carne propia cómo una bicicleta mal aparcada, la suya, puede dificultar el tránsito. El propio Cayetano contó que se dio «el guantazo» de su vida al impactar contra un patinete mal aparcado en la vía pública. «Las bicicletas y las motos mal estacionadas en las aceras nos complican la vida, nos hacen sentir más vulnerables», señaló Patri Macías, la sonriente vendedora de cupones de los juzgados.

Las barreras arquitectónicas son múltiples, incluso las más insospechadas, como las terrazas de los bares. Con humor, Cayetano mostró en el circuito de obstáculos la conveniencia de vallarlas para que el ciego no acabe de bruces sobre la mesa de los comensales. Hasta los conos de las obras suponen un problema cuando carecen del peso suficiente para resistir una patada. O los modernos alcorques a nivel de los árboles, que se convierten en obstáculos al ser levantados por las raíces.

A veces, la barrera es el propio transporte público. Mariano Torres afirma que es «una asignatura pendiente» de las administraciones públicas: «La Administración ha hecho mucho por mejorar las rampas, por introducir la pavimentación diferenciada y por construir aceras más anchas. Pero falta mejorar la red de autobuses. Estamos en manos de la buena fe de los chóferes». Sólo una línea (la 10), asegura, dispone de avisador con sonido de parada, y pocos autobuses tienen rampas accesibles. Ayer por la mañana, el conductor de un autobús acompañó a Cayetano Reyes desde la estación hasta el paseo de Sant Antoni, andando, consciente de lo difícil que sería llegar hasta allí a quien ni ve perfectamente ni vive en el pueblo.