Es un pensamiento que va llegando poco a poco. Se apodera del pensamiento. Son momentos difíciles. De sufrimiento. Llega un momento en que, aunque no lo es, parece la única salida. Una forma de acabar con ese padecimiento. Hay un momento en el que, incluso, se ve con esperanza. Como el final definitivo a ese sufrimiento. Así describe Ana Pallás, vocal del Col·legi Oficial de Psicologia de les Illes Balears (Copib) cómo una persona puede llegar a pensar en suicidarse. «Querer acabar con el sufrimiento es algo natural», comenta la representante pitiusa del Copib, que recuerda que hoy se conmemora el Día Mundial de la Prevención del Suicidio.

De ese momento, de ese pensamiento, se sale. Del pozo negro se sale. Con ayuda. Lo afirman, sin ningún tipo de duda, Pallás y Oriol Lafau, coordinador autonómico de Salud Mental. Ambos coinciden, además, en que para prevenir el suicidio es importante hablar sobre ello, acabar con el tabú y el estigma.

Pallás, que está en el equipo de emergencias de Cruz Roja, asegura que en los últimos años se ha producido un incremento de las atenciones por suicidio. Lafau señala que el número de suicidios consumados no ha variado en los últimos años en Balears: entre 90 y 100, unos dos cada semana. Las tentativas, en cambio, que son muchas más, sí han aumentado. «Se ven, además, cada vez en gente más joven», destaca el coordinador, que señala que en estos momentos apenas hay datos detallados sobre suicidio en las islas porque el Observatorio del Suicidio ha comenzado a funcionar hace apenas «ocho meses».

Autolesiones

El psiquiatra suspira cuando se le pregunta por las causas de ese incremento de tentativas, especialmente entre los jóvenes. Considera que tiene bastante que ver con «la forma de vida actual», la baja tolerancia a la frustración, una deficitaria educación en valores, las prisas y la falta de paciencia. «No se enseña a contar hasta diez», reflexiona antes de destacar lo que llama «la paradoja del siglo XXI»: «La gente tiene 10.000 amigos en las redes sociales, pero ¿a cuántos conocen de verdad? Se pasan horas con el teléfono, pero luego...». Lafau destaca que cada vez atienden a más jóvenes y adolescentes que se autolesionan. Se hacen cortes en el cuerpo. «Son llamadas de atención», indica el coordinador autonómico, que insiste en que en ningún caso debe pensarse que son «tonterías». El experto explica que estas personas se practican los cortes en partes del cuerpo que no quedan a la vista. En un principio. Con el tiempo acaban agravándose. Y viéndose. «Las urgencias están llenas de jóvenes que se han autolesionado», comenta.

Lafau señala que estas heridas autoinfligidas pretenden ser una respuesta. Una forma de comunicación. Un chantaje, incluso. La idea de quitarse la vida, indica el psiquiatra, no pasa por sus cabezas. Todavía. Por eso, indica, es importante que en esas primeras atenciones en los servicios de urgencias las vea «un profesional de salud mental». Para evitar que la situación se complique. Avance. Empeore. Para no llegar al fondo del pozo, desde el que no se ven las salidas.

Lafau señala que detrás del 90% de los suicidios hay una enfermedad mental. El problema es que muchas veces ni siquiera está diagnosticada. «Suele haber un cuadro depresivo», apunta el coordinador autonómico de salud mental. «Normalmente hay una depresión. Aunque no esté diagnosticada se pueden observar indicios. Además, hay personas más vulnerables», indica Ana Pallás, que destaca que el perfil de la persona que acaba con su propia vida es el de un hombre mayor. Lafau señala que el 65% son hombres, muchos de ellos que viven solos.

La psicóloga apunta algunos síntomas que pueden dar una pista al entorno de que esa persona no está bien: apatía, dificultad de relación con los demás, tristeza, pocas ganas de hacer nada o encerrarse en casa. Reconoce que en los casos en los que un motivo concreto que desencadena esa depresión, como una pérdida o un suceso traumático, el entorno suele comprender mejor el estado en el que se encuentra y trata de ayudar a esa persona a darse cuenta de que hay alternativas. Salidas. Más difícil, reconoce, es detectar este riesgo en personas que, vistas desde fuera, no parecen tener ningún problema. «Esos casos en los que se dice que lo tienen todo. Ese todo suele referirse a lo material. Asociamos la felicidad con lo material o con el éxito, pero hay mucho más detrás. Los trastornos del estado de ánimo son la dolencia de nuestro siglo», indica Pallás.

La psicóloga hace mucho hincapié en la ansiedad y el estrés, dos vías de entrada a la depresión. Y destaca la importancia, cuando es necesario, de «parar, tomarse un tiempo, ubicarse y volver a empezar». «El día a día nos come y a veces no somos conscientes de ello», indica la psicóloga, que destaca también el «miedo» que sigue existiendo a hablar sobre el suicidio y también sobre el dolor. A esto, indica, no ayuda una sociedad que venera la felicidad. Sólo hay que mirar las redes sociales, señala la psicóloga, para darse cuenta de ello. En un entorno en el que todo el mundo hace ostentación de una vida maravillosa y feliz se hace difícil reconocer o mostrar que uno no lo es.

Los riesgos del silencio

Durante años, además, recuerdan los dos expertos, se ha silenciado este problema. No sólo no se hablaba de ello sino que, además, no se reflejaba en los medios por temor al conocido como «efecto llamada», es decir, que ver algún caso publicado animara a otras personas a seguir ese ejemplo. De un tiempo a esta parte, sin embargo, los profesionales creen que hablar del suicidio es una de las claves de su prevención. Si algo no existe, o parece que no existe, cuesta más dar el paso de hablar sobre ello. «Es un poco como ocurrió con la violencia de género», comenta el coordinador autonómico de Salud Mental, que está convencido de que es posible actuar y prevenir el suicidio, aunque insiste en que para eso es necesario que la gente no tenga miedo a decir, por ejemplo, que se siente mal y que siente el deseo de acabar con su vida.

En este sentido, Lafau señala que las personas diagnosticadas tienen una ventaja cuando empiezan a no ver otra salida a su sufrimiento más allá a dejar de existir: tienen una persona de referencia, un profesional de la salud mental, a quien acudir. Reconoce que más difícil es actuar o ayudar a aquellas personas que no tienen ningún trastorno (suponen un 10% de los casos consumados) y que piensan en el suicidio. «Es algo más existencial. Muchas veces se trata de gente mayor, que ha vivido, que ya no le encuentra sentido a la vida, que dicen que 'hasta aquí', que ya no quieren vivir más», explica el psiquiatra, que indica que este tipo de reflexiones se ven también en personas que se encuentran muy enfermas o a las que han diagnosticado una enfermedad terminal. Como psiquiatra, reconoce que esos casos le hacen replantearse muchas cosas e, incluso, dudar. Sin embargo, Lafau insiste en que este tipo de casos representan un porcentaje muy pequeño del total.

El responsable de salud mental de la conselleria balear de Salud explica que la mayoría de las veces el suicidio, o su tentativa, no responden a un acto impulsivo sino que es algo sobre lo que la persona ha pensado mucho y que ha planificado. De hecho, detalla que es habitual, en los días previos, que esa persona se «deshaga» de algunos objetos personales, regalándolos, que escriba mensajes con tono de despedida en las redes sociales y que deje algunos asuntos «arreglados» como, por ejemplo, la declaración de voluntades anticipadas o testamento vital. «En previsión de que no lo consumen», justifica Lafau, que indica que estos comportamientos pueden servir de alarma a quienes tienen alrededor.

El suicidio de un hijo

El suicida se quita la vida para acabar con su sufrimiento. Justo en ese momento, paradójicamente, se desata el de las personas que le querían. «Un suicidio destroza a una familia», afirma Lafau, que califica este duelo como «demoledor». Uno de los sentimientos que más se manfiestan es el de culpa: «¿Cómo no me he dado cuenta? Podría haber hecho algo para evitarlo. ¿Qué te hice para que me hayas hecho esto?». Este sentimiento se alterna, además, con la rabia hacia quien se ha suicidado. «Se siente como una agresión», indica el psiquiatra, que recalca que el duelo es especialmente «trágico» cuando quien se ha suicidado es un hijo. «Es muy muy complicado de gestionar. Hay que trabajar mucho con esos padres. Con su dolor, pero también con el perdón», añade la vocal de las Pitiüses en el Col·legi Oficial de Psicòlegs de les Illes Balears, que reconoce que superar ese duelo es difícil. Incluso con medicación y terapia. Y que la mejora varía en función de cada caso y de cada persona.

Tanto ella como Lafau, insisten en que, por duro y difícil que parezca, del suicidio de un ser querido, al igual que de la sensación de que el suicidio es la única solución a un sufrimiento, se sale. Con ayuda y hablando, de las dos caras del suicidio, se sale.