Al atardecer, y prácticamente todos y cada uno de los atardeceres sin lluvia y sin mala mar del verano, pequeños grupos de pescadores aficionados acostumbran a reunirse al final del dique de Sant Antoni. Antes de que se encienda la luz de la baliza. A veces pescan; a menudo charlan y fuman, sentados sobre las piedras, como adolescentes que se han escapado unas horas de casa, antes de cenar, para no escuchar a sus padres.

Aún no ha anochecido del todo cuando se enciende la característica luz de la baliza del espigón, que es roja porque así le toca ser por su condición de luz lateral de babor. Ya era roja la luz del faro de ses Coves Blanques, a la que, de hecho, la actual baliza sustituyó. El faro, hoy reconvertido en sala de exposiciones, se levantó a petición del Ayuntamiento de Sant Antoni y tras diversos accidentes sufridos por embarcaciones que intentaban buscar refugio en la bahía del puerto; la señal del faro de sa Conillera no parecía suficiente para garantizar la buena arribada a tierra. El 15 de septiembre de 1897 se inauguró el faro de ses Coves Blanques. Sin embargo, su luz roja era fija y, con los años y mientras la población fue creciendo al tiempo que sus bombillas, acabó confundiéndose con las múltiples luces de la ciudad en expansión.

Así que la apariencia luminosa del faro pasó a ser blanca con ocultaciones. La llegada marinera a Sant Antoni no volvió a ser roja hasta el año 1963, cuando quedó finalmente inaugurada la actual baliza que, necesariamente, debía llevar incorporada el nuevo espigón que se acababa de construir para proteger la ensenada y que recibe el nombre oficial de Passeig de la Mar. Lo cierto es que, en 1956, cuando se automatizó el faro, ya se sabía que mantenerlo era innecesario, porque ya entonces se habían iniciado las obras de este rompeolas.

La baliza de Sant Antoni tiene un alcance nominal de tres millas náuticas y el ritmo de su luz es de dos destellos rojos cada siete segundos. Y cuatro años después de su instalación, se colocó la baliza de Punta Xinxó, al otro lado de la bahía, una luz de recalada que completa la protección del puerto a estribor. La luz verde de este pequeño faro es visible a cinco millas de distancia y emite un grupo de dos destellos de luz cada siete segundos. Al igual que la baliza del dique, es una estructura sencilla, una simple torre cilídrica sobre una torreta rectangular, y las dos torres están pintadas del mismo color de la luz con la que iluminan a los marineros al entrar a puerto; verde a estribor y rojo a babor. Ninguna de estas dos señales marítimas es considerada faro porque, para serlo, sus destellos deberían poder verse a diez millas náuticas de distancia, que es la franja que en la actualidad marca la línea entre los dos tipos de luces marítimas.

Y, a diferencia de la mayor parte de los elementos de ayuda a la navegación que existen en las islas, la baliza de Sant Antoni, punto de encuentro de pescadores bajo la farola roja, pertenece a Ports de Balears, no a la Autoridad Portuaria de Balears.

Una cuestión de potencia

La diferencia entre un faro y una baliza no la marca el tamaño ni la vistosidad de su estructura, sino la distancia que alcanza su linterna. Si se adentra en el mar más de diez millas náuticas, la señal ya se considera un faro. Los faros de es Vedrà y na Plana (ses Bledes) fueron balizas hasta que cambiaron sus antiguas linternas por otras más potentes.