«Las administraciones locales podrían adoptar medidas de vigilancia, pero no darían abasto. No pueden estar omnipresentes en todos los espacios naturales para evitar la proliferación de montoncitos de piedras», admite Francesc Xavier Roig Munar, geólogo que durante el XX Simposio sobre Enseñanza de la Geología, celebrado en Menorca en julio, explicó los 'Efectos erosivos del uso y abuso sobre el patrimonio geológico'. No hay policías suficientes que impidan esta moda, de efectos devastadores para la naturaleza. Tiene difícil solución, incluso por las buenas: «Por muchos carteles que los ayuntamientos o consells pongan, la gente pasa de ellos».

Roig aplaude que el Consell de Formentera interviniera desmontando montículos en es Trucadors en 2015... aunque poco después volvieron a crecer como setas. El control de todos los espacios naturales es, en la práctica, imposible. De ahí que, a su juicio, sólo se pueda actuar de una manera para intentar acabar con esa «plaga» o «moda snob»: concienciar a la población local. «Los residentes se deben convertir en agentes de concienciación de quienes vienen de fuera y tienen la intención de imitar aquí lo que han visto, por ejemplo, en Nepal».

Sa Pedrera «reúne todos los tipos» de impactos de los que el geólogo alertó en el simposio: montoncitos, grafitis en rocas del Jurásico, esculturas en piedra de marès... Roig indica que «algunas de esas acciones son atribuibles a la falta de conocimiento y concienciación». Pero tienen consecuencias: «Provocan una microerosión continua» y, además, «deterioran el conjunto del patrimonio natural». Quienes lo hacen ignoran que «descalzan las raíces y que provocan una pérdida de la diversidad de la fauna y de la flora».

En ocasiones, los autores se extralimitan, como sucede con el montón de piedras dispuesto en forma circular en lo alto de sa Pedrera: «Cuando ya no tenían piedras, cuando se les acabó el material lítico natural, desmontaron las paredes secas de los alrededores. Se cargan de esa manera el patrimonio etnológico, que es el que sustenta la tierra y evita la erosión. Se crea así un ciclo brutal», denuncia Roig.

Que no haya manera de acabar con esas prácticas «responde, por una parte, a que hay un vacío legal y a la falta de sanciones, pero también al profundo desconocimiento social del valor patrimonial de los materiales y fenómenos y del patrimonio geológicos».

El geólogo avisa, en ese sentido, de los problemas que también causan tanto algunos artistas como comercios que «emplean material lítico para sus creaciones o para favorecer sus ventas; muchas tiendas de la isla usan esos materiales en sus escaparates para ser más atractivas». En establecimientos de la Marina «se venden, por ejemplo, como souvenirs frascos llenos de arena que dicen que es de la isla».

Usar piedras como «reclamo» en las tiendas «está en auge», indicó en el simposio. También «la adquisición de elementos decorativos que incorporan restos líticos», como cantos rodados y sedimentos de playa. Incluso muchos artistas «venden obras realizadas con materiales geológicos, especialmente cantos, sin previa autorización para su extracción y comercialización», actividades que «suponen una degradación continuada de los ambientes donde se encuentran y que son llamativos por su belleza geológica». «La paradoja -recalca Roig- es que esas prácticas se realizan en espacios naturales atractivos y muy visitados, que prostituyen quienes se dedican a crear esas chorradas, esos microimpactos».