En el Mediterráneo, el verdadero y único monstruo de ojos verdes no son los celos del ´Otelo´ de Shakespeare, sino la cañabota gris, el tiburón de seis branquias. Impresiona su envergadura, los casi cinco metros de longitud que puede medir y la tonelada que puede pesar. Pero es un monstruo poco peligroso, al menos para el ser humano, y sobre todo porque la probabilidad de toparse con uno de estos tiburones es escasa; la cañabota (Hexanchus griseus) es un habitante de aguas profundas, que rara vez frecuenta fondos de menos de cien metros y que es más usual a mil metros, en la zona batipelágica en la que los cachalotes cazan calamares, e incluso a 2.000 metros.

Sin embargo, si es insólito poder observar viva una cañabota (su nombre popular en las islas es boca dolça o bestriu vaca), no es extraordinario encontrar su cadáver en una playa. No hay año sin cañabota muerta. Curiosamente, el tiburón de nuestras costas que vive a mayores profundidades es el que hay más probabilidades de encontrar muerto en la orilla.

No es casual; es consecuencia de los descartes pesqueros. Y es que las cañabotas también comparten hábitat en las profundidades con la gamba roja, el objetivo prioritario de las barcas de pesca de arrastre procedentes del Levante español que en verano concentran sus esfuerzos en caladeros de aguas pitiusas. Con cierta frecuencia, las redes de estos pesqueros de grandes profundidades arrastran desde los fondos a estos grandes tiburones, que mueren en el ascenso debido al cambio de presión y la velocidad con la que se recogen las redes. «Como estos animales no tienen mercado, se descartan y son lanzados, ya muertos, por la borda», explica el biólogo marino Biel Morey, experto en elasmobranquios y uno de los fundadores de la asociación Ondine para la conservación del mar balear.

De esta forma, y debido a la flotabilidad de los cadáveres, llegan hasta la costa y varan en las orillas. El también biólogo Xavier Mas ha sido testigo de este procedimiento en Mallorca, realizando una investigación para el centro balear del Instituto Español de Oceanografía sobre los descartes pesqueros a bordo de embarcaciones de este tipo. «He visto tirarlos enteros, y a veces los pescadores echan sólo la cabeza», explica. Aunque estos peces no tienen gran valor comercial, lo cierto es que, a veces, algunos de estos tiburones capturados accidentalmente llegan a la lonja de Mallorca y allí se venden por trozos.

Ocasionalmente, estos grandes tiburones también son pescados por otros tipos de artes pesqueras como el palangre de fondo, pero la mayor parte de esta pesca accidental se produce a profundidades mayores de 500 metros, donde en las Pitiusas sólo faenan los arrastreros que llegan de la península. Junto al faro de es Botafoc, flotando cerca de s´illa des Penjats, en es Caló de s´Oli, en Cala Gració, en Cala Bassa, sa Cala, s´Espalmador y en la entrada de s´Estany des Peix. Son algunos de los lugares pitiusos en los que, en los últimos años, se han localizado cadáveres de cañabota. Y en julio de 2002, un ejemplar de cuatro toneladas cayó en las redes de un pescador de Formentera que faenaba, en fondos de 200 y 250 metros, al sur de es Cap de Barbaria.

Con tal goteo de cadáveres se explica que esta especie se encuentre catalogada como «casi amenazada» en la lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y no parece improbable que la situación de las poblaciones empeore; en el ´Libro Rojo de Peces de Balears´, Hexanchus griseus está clasificada como especie de «preocupación menor».

La cañabota es un tiburón muy fácil de identificar, una bestia que ya tenía el mismo aspecto antes de que los dinosaurios se hicieran los reyes del planeta y que conserva las seis aberturas branquiales que las especies de elasmobranquios más evolucionados han reducido a cinco. Además del verde fluorescente de sus ojos y de sus características seis agallas, la cañabota carece de esa primera aleta dorsal tan distintiva de los tiburones, aquella que siempre indica la presencia de escualos en el agua y que todas las películas usan como símbolo y aviso; cuando la triangular aleta hace su aparición, es el momento de empezar a inquietarse.