El Museo de Puig des Molins suelo salir casi siempre con uno de sus preciosos libros negros, nombre familiar que doy a sus publicaciones por el inconfundible color de sus cubiertas. Todos ellos son concienzudos estudios que la institución viene publicando bajo el título genérico de ´Treballs del Museu Arqueològic d´Ibiza i Formentera´ y que hoy conforman una nutrida biblioteca sobre nuestro pasado más antiguo. Interesado por el panteón fenicio-púnico del que siempre me ha llamado la atención el hecho de que Tanit y Bes, divinidades menores en Cartago, tuvieran en Ibiza una especial relevancia y un papel tutelar, después de leer como si fuera una novela el trabajo que Francisca Velázquez Brieva dedicó al horrísono enano pateco, ´El dios Bes, de Egipto a Ibiza´, pregunté en el Museo por un estudio monográfico sobre Tanit. Y mi sorpresa fue mayúscula. Porque entre las publicaciones del centro no existía ningún libro dedicado a la diosa que más huella ha dejado en la isla.

Afortunadamente, tiempo después, en La Hormiga de Oro, una librería de Barcelona ya desaparecida, localicé ´El culto a Tanit en Ebysos´, un trabajo de Antoni Planells Ferrer publicado en 1970. A partir de su lectura hice estas notas que he tenido traspapeladas y que, según veo ahora, mezclan descubrimientos, recuerdos y, cabe decirlo, algunos desencantos.

Fue en los años sesenta cuando don José María Mañá de Angulo, a la sazón director del Museo Arqueológico, nos dio en el instituto Santa Maria una charla sobre el santuario de es Culleram, una cueva natural que amplió la mano del hombre en la boscosa ladera de una colina, a kilómetro y medio de la Cala de Sant Vicent, en dirección NW y a unos 150 metros sobre el mar. Don José María nos habló de una profunda entrada de mar que penetraba en la vaguada de Cala Mayans y que, colmatada de tierras, dio los feraces huertos que vemos hoy. Aquel día mitifiqué el lugar porque no era difícil imaginar la llegada a la playa de una nave con peregrinos que subían penosamente la montaña hasta el secreto lugar del santuario dedicado a la diosa. Años después, conocí la existencia de una pequeña placa de bronce que había encontrado un payés junto a la entrada de la cueva, un espacio que conformaría el recinto exterior del santuario, un ámbito del todo necesario porque en la cámara interior, sin chimenea ni ventilación, no podían quemarse en honor de la diosa, como era costumbre, las ofrendas (panes o productos del campo) y los sacrificios (posiblemente, aves de corral y sobre todo palomas). La pequeña plaquita que hoy está en el Museo Arqueológico de Alicante y de la que existe una copia en nuestro museo, tiene dos inscripciones, una en cada cara, separadas por más de 200 años. Una del s. V aC con signos fenicios arcaicos y la otra, en su reverso, del s. II aC., con caracteres neo-púnicos. Sorprendentemente, la primera leyenda dedica el santuario al «Señor Resef-Melkart», mientas que la segunda reza así: «Ha hecho, reparado y dedicado este muro de piedra tallada Abdeshmun, sacerdote, hijo de Azarbaal, para nuestra Señora, Tanit, la Poderosa, y para Gad. Él mismo fue el Arquitecto. A su cuenta». No sabemos, por tanto, si el santuario estuvo en el momento de la primera inscripción dedicado a Resef-Melkart y se dedicó luego a Tanit como apunta la segunda leyenda, o si la tableta era de otro centro de culto y se aprovechó dos siglos después en es Culleram para hacer, en su reverso, la inscripción dedicada a la diosa. Y un segundo enigma es la referencia a «Gad». ¿Era un espíritu protector, era una forma que desconocemos de llamar a Bes o era otro dios que no identificamos? Y el hecho de que el texto menciona a un «sacerdote» supone que el santuario tuvo ritos y oficiante, una relevancia que también descubren las 2.000 terracotas que allí se encontraron. Y no acaban aquí las sorpresas. Porque en una casa situada a 500 metros del santuario, al sustituir unas baldosas, salió a la luz una cueva-hipogeo con un sarcófago que contenía un esqueleto rodeado de ocho grandes jarras, lucernas, huevos de avestruz, un pebetero con la efigie de Tanit, vestigios de un collar, un cuchillo y un amuleto con forma de elefante del que sólo existe otro ejemplar en una necrópolis de sacerdotes y sacerdotisas de Cartago, lo que permite pensar que los restos del hipogeo son de un sacerdote que oficiaba en es Culleram.

En es Culleran, en fin, seguimos mezclando lo que sabemos y lo que sólo imaginamos. Antoni Planells Ferrer, por ejemplo, comenta en su libro sobre el santuario que en el puerto que estaba junto a la falda del monte donde está la cueva, al construirse la actual carretera, aparecieron plomos para anclar los buques, ánforas y cerámicas. Una imagen mítica preciosa -la del puerto junto al monte-, pero que la realidad desmiente. Porque las prospecciones geoarqueológicas realizadas el 1989 en puntos que están entre 100 y 200 metros de la costa actual alcanzaron un subsuelo rocoso por encima del nivel del mar, por lo que la configuración de hoy coincide, con mínimas variaciones, con la de los tiempos púnicos. Podemos, por tanto, olvidarnos de la ría que soñaban Planells Ferrer y don José María Mañá. Lo cierto, diciéndolo todo, es que el santuario provoca cierto desencanto. Lo he visitado muchas veces y allí no queda nada. La cueva ha sufrido severos desprendimientos y hay que echarle mucha imaginación a la historia para que el «aura» del lugar aparezca. No puede extrañarnos. El lugar va camino de cumplir los tres milenios y eso es mucho tiempo. Afortunadamente, el Museo Arqueológico de Puig des Molins preserva la memoria de aquel lugar que en tiempos fue sagrado.