Cazar. Cazar bichos que hacen daño al organismo y averiguar cómo acabar con ellos. Esto es, de forma algo metafórica pero muy gráfica, lo que hace el servicio de Microbiología del Área de Salud de Ibiza y Formentera, según su responsable, Javier Sánchez. Las palabras que emplea Dori Hurtado, microbióloga clínica, sin embargo, tienen más que ver con la agricultura: «Sembrar la muestra», «medios de cultivo»... A veces, ni cazadores ni agricultores. Son CSI. Bueno, al menos usan una de las avanzadas técnicas que se ven en la serie criminalística, la biología molecular. Eso sí, la última tecnología no ha desbancado en este laboratorio al microscopio. Aún se utiliza. Y bastante, comentan Sánchez y Hurtado mirando al tercer microbiólogo del servicio. Javier Segura, que en ese momento anda con los ojos pegados al ocular de uno de ellos, mirando una placa de estafilococos. «Lo ves todo. El microscopio es muy importante y muy barato. Ayuda para informes rápidos, a veces, como en algunos abscesos o muestras respiratorias», comenta Hurtado.

A este laboratorio llegan cada día 300 muestras nuevas: sangre, orina, heces, esputos, broncoaspirados, líquido cefalorraquídeo, tejido uretral o vaginal, semen... Todas ellas se empiezan a trabajar el mismo día. «Somos muy desconocidos, pero se trabaja mucho. Aquí llegan todos los análisis de los centros de salud, de los pacientes ingresados, de los que llegan a Urgencias y de los de las consultas», comenta Hurtado, como acogiendo con un movimiento del brazo todo el espacio. No es muy grande. Una sala dividida en varias zonas (recepción de muestras, dos campanas de bioseguridad y un espacio para el control) y un despacho. En estos momentos la plantilla la integran nueve personas, tres microbiólogos y seis auxiliares de laboratorio, uno de ellos a media jornada, detalla la experta, apartándose para dejar pasar a una de las auxiliares por el estrecho pasillo que hay entre las campanas y las «neveras y la estufa». En estas últimas, a 37 grados, temperatura corporal, se incuban los cultivos mientras que en las primeras se conservan los reactivos que utilizan para los análisis, así como las propias muestras una vez procesadas: «No puedes dejar la caca a temperatura ambiente y, además, las muestras siempre se guardan un tiempo por si el médico, en función de la evolución del paciente, quiere añadir alguna prueba más».

Dos de las auxiliares están concentradas en las campanas, preparando las muestras. Llevan guantes y sólo meten en el espacio protegido los antebrazos. Una pantalla transparente les protege el torso y la cara. La seguridad es muy importante en el laboratorio. Para evitar la contaminación de las muestras y de los propios trabajadores. Junto a una de las pantallas, preparados para los análisis, hay un bote con heces y una decena de tubos con orina. Hasta obtener los resultados pasarán días. La microbiología es lenta. «Muy lenta. Requiere sembrar la muestra en los medios de cultivo adecuados, esperar al día siguiente, leer los cultivos, identificar los posibles patógenos y preparar el antibiograma. No se puede sacar un resultado en el día», explica Hurtado. Precisamente en eso, leyendo las placas en proceso, se encuentra el jefe del servicio. Apoyados contra la ventana tiene decenas de discos preparados hace al menos un día. Coge uno, lee las inscripciones hechas a rotulador, le da la vuelta, observa cómo han crecido los microorganismos, lo deja, coge otro, lee las inscripciones a rotulador, le da la vuelta... «Y así unas mil veces al día. Codo de tenista», bromea Sánchez. Cada jornada, por las manos de estos profesionales pasan medio millar de muestras, las 300 nuevas del día más todas las que están en proceso.

Otra de las auxiliares anda de aquí para allá con tubos, botes y papeles en la mano. Está en la zona de recepción, donde revisan las pruebas que pide el médico. «Es complejo, porque tenemos 200 pruebas de microbiología. Hay que cotejar que encaja bien la muestra, con las pruebas que piden», explica Hurtado, que señala que miran el diagnóstico clínico y, a veces, añaden alguna. «Nos ponemos trabajo nosotros mismos», comenta Hurtado con una sonrisa. Esto de añadir pruebas no es un capricho. Lo hacen para ahorrarle tiempo al paciente, para que tenga un diagnóstico lo antes posible.Alimentar a los microbios

Detrás de las campanas, creando columnas transparentes, se encuentran los medios de cultivo. Unas placas redondas y transparentes con fondo de diferentes colores. «Es la comida de los microbios», detalla la microbióloga. En esos discos se «siembra» la muestra y se incuban durante al menos 24 horas en la estufa. Ya saben, a 37 grados. El medio se escoge en función del patógeno que buscan, el que sospechan que pueda estar causando el daño al paciente. No es fácil. Por eso una misma muestra se siembra en diferentes cultivos. Es lo que pasa, por ejemplo, con una simple gastroenteritis: «No sabes si es bacteriana, vírica o por parásitos. Tienes que hacer un cultivo microbiológico para detectar una bacteria, una inmunocromatografía para detectar un virus o un estudio de parásitos. Todas las muestras tienen su complejidad. Hasta a la más sencilla, que es una muestra de orina, le podemos sacar una rentabilidad enorme. Le podemos hacer un cultivo si el paciente presenta una cistitis o una detección de antígeno de neumococo de legionela si tiene una neumonía. A una misma muestra le podemos hacer muchas cosas, dependiendo de lo que busquemos. Y esto sólo en las más simples, imagina muestras más complicadas como una biopsia o un broncoaspirado de la UCI».

Sánchez, que sigue cultivando su codo de tenista revisando centenares de placas, explica que los diferentes alimentos para los cultivos son, ahora, productos farmacéuticos. Hace años, sin embargo, los tenían que hacer ellos mismos. Preparados de verduras o de carne que cocinaban ellos mismos. Con alimento y una temperatura favorable, el patógeno crece. En el laboratorio todo tiene su lugar exacto. Y todo está perfectamente ordenado. «Aquí tiene que estar todo muy controlado. ¿Caos creativo? Aquí no puede haber ni caos ni creatividad», apunta.

Un viernes, cuatro sífilis

Algunas muestras dan guerra. «¿Cuál no la da?», se preguntan los microbiólogos. A veces por el número de pruebas que les tienen que hacer y otras porque, a pesar de la clínica que presenta el paciente y las sospechas de su médico, los análisis no reflejan nada, explican los profesionales del servicio, que señalan que los lunes son los días más tranquilos en el servicio, ya que únicamente entran muestras de pacientes ingresados o de urgencias. Eso es de agradecer, especialmente en verano, cuando el trabajo se les dispara. Con la población flotante, no con los turistas. Lo más habitual durante estos meses en el laboratorio son las enfermedades de transmisión sexual. «El viernes detectamos cuatro sífilis, dos de ellas eran reinfecciones, personas que ya la habían tenido, se habían curado y ahora se han vuelvo a infectar», detalla Hurtado. El verano es también la época de las salmonelas, añade mientras Segura sigue con el microscopio y Sánchez, con la lectura de las placas.

Si lo que ha crecido en ellas no es flora normal sino un patógeno hay que hacer un antibiograma para ver qué tratamiento es el más adecuado. Sánchez busca uno. Muestra una de las placas transparentes. Tiene el fondo rojo, con una especie de velo blanquecino. Colocados en forma de círculo, ocho indicadores blancos, con forma de pequeñas pastillas y unas siglas. Cada una de ellas es un antibiótico. Alrededor de algunas de ellas el velo blancuzco ha desaparecido, mostrando el rojo intenso del fondo de la placa. En unos casos es sólo una fina franja pero en uno de ellos la mancha es extensa, amplia. Ése es el antibiótico más efectivo y así se lo comunicarán al médico que ha solicitado las pruebas. Si no hay contraindicaciones en la historia clínica del paciente, que pueden consultar en cualquier momento.

Las placas y los antibiogramas son «el método antiguo, manual». Para algunos casos, por suerte, cuentan con una máquina que facilita el trabajo y afina. El aparato funciona con unas tarjetas de plástico que cuentan con 40 «pocitos». Cada uno de ellos es una prueba bioquímica. «Se cargan con el bicho, la metes en la máquina, lo incuba y va viendo qué pruebas son positivas, cuáles negativas y qué antibiótico es el más sensible», explica el jefe del servicio mostrando una de esas tarjetas, imposibles de entender para el profano. ¡Con lo claro que parecía el antibiograma! En las 40 concavidades se combinan líquidos de colores blancos, azules, verdes, amarillos... «Es como si fueras marcando con una x en una tarjeta», añade antes de señalar que cabe la posibilidad de que una misma muestra dé positivo en varios patógenos.

Esta tecnología no se puede aplicar en todos los casos, sólo en algunos. En los más comunes. «Hay casos más complejos y las casas comerciales no han desarrollado aún la técnica para ellos. No están todos los gérmenes ni todos los antibióticos, por eso hay que seguir haciendo bastantes a mano», justifica Hurtado. La microbióloga destaca lo «bonita» que es la microbiología y lamenta que pocas veces se hable de este servicio. Ni siquiera cuando es en ese laboratorio donde, al ver varias muestras con unos mismos patógenos en poco tiempo, detectan brotes de legionela o intoxicaciones por salmonela, un clásico también del verano.

En una de las mesas cuentan con varias pruebas positivas en esta bacteria. El negro intenso del que se ha teñido parte de la muestra rosa y amarilla de unos tubos lo pone de manifiesto. Ahora toca saber si es salmonella enterica enteriditis o salmonella enterica typhimurium, o enterica B o C1 o C2. «Al final, de lo que se trata es de decirle al jefe de la tribu qué bicho está matando a los niños del poblado. Si tiene trompa, pelo largo o colmillos. Y qué munición puede utilizar para matarlo», concluye el jefe del servicio.Pasión por los microorganismos

«Aquí nunca nos traen bombones, sólo guarrerías», bromea Dori Hurtado, microbióloga del Hospital Can Misses, riendo. Tanto ella como sus compañeros entienden que, visto desde fuera, su trabajo pueda parecer poco atractivo, pero a ellos les encanta. Sólo hay que escucharles para apreciar la pasión que sienten por lo que hacen. De hecho, en uno de los puestos de trabajo tienen colgada una tarjeta en la que se lee: ´I love Microbiología´ (donde se lee ´love´ imaginen un corazón bien rojo). Y lo que les gusta compartir lo que hacen. Abren las puertas del laboratorio, explican cada detalle, animan a asomarse a los microscopios, a ver las placas con los cultivos, a apreciar los dibujos que crean los microorganismos y preguntar. «Es un trabajo muy bonito. Es muy desconocido, pero a mí me encanta», comenta Hurtado.

Para ella, las muestras que llegan cada día al servicio para analizarlas (sangre, orina, heces, semen, esputos, broncoaspirados, líquidos cefalorraquídeos, uretrales, vaginales...) son «tesoros». «Sacamos una cantidad de información... Resuelves lo que le pasa al paciente, que es lo que importa», comenta la microbióloga, que destaca las instalaciones con las que cuenta el Hospital Can Misses: «Son de las más avanzadas que hay en este momento. Cuando comento con compañeros de la Península cómo trabajamos aquí se quedan alucinados».

El laboratorio ibicenco se encarga de prácticamente todos los análisis del Área de Salud de Ibiza y Formentera, aunque algunos tienen que enviarlos al laboratorio del Hospital de Son Espases, en Mallorca, o al Centro Nacional de Microbiología, que se encuentra en Majadahonda, en Madrid.

«Ahí tienen una cartera enorme de pruebas. Derivar pruebas es también un trabajo, ya que intentamos filtrar todo para mandarlo lo mejor posible», añade la experta, que destaca también el sistema informático con el que trabajan en el servicio y a través del que les llegan todas las peticiones de pruebas. «Podemos ver toda la información del paciente sin que pase por aquí ningún papel», comenta.

De hecho, cuando están los resultados, también se vuelcan en este programa, de manera que el médico tiene acceso a ellos «sin tener que andar mandando informes de aquí para allá».

«Se minimizan los errores, al mandarlo todo telemáticamente no hay problemas de que se interprete mal una prueba o el nombre de un paciente. Imagina que se llama María Marí Marí... Aquí viene toda la historia clínica y se minimizan los errores de lectura o transcripción.

Además tiene un sistema de trazabilidad, que deja constancia de todo lo que se ha hecho. Y quién», añade abriendo el programa informático en un ordenador del despacho, de cuya puerta cuelga un cartel en el que se lee ´Staph only´, un juego de palabras entre ´Staff only´ (sólo personal) y el apócope de estafilococo en inglés.