Hasta tiene un nombre científico, que es grappes, y, sencillamente, significa racimos en inglés. Hace referencia a la forma en la que los caracoles se arraciman en lo alto de ramas y finos troncos en cuanto la temperatura del suelo se vuelve demasiado caliente para poder sobrevivir. Cuando ya ni siquiera pueden disfrutar de usuales mañanas húmedas y de la condensación del rocío. Entonces, los caracoles entran en una especie de hibernación que paradójicamente es estival y que en realidad se conoce como estivación, un término mucho menos conocido porque no suelen ser épocas para letargos aunque también hagan algo similar los cocodrilos. Ésta es la estrategia de muchos caracoles para soportar los meses de verano, y proporciona una de las imágenes más habituales de los resecos campos y caminos de las Pitiüses. Y es que el verano en las islas mediterráneas es duro.

La cuestión es más compleja de lo que parece, ya que esos caracoles estivando al sol necesitan cierta hidratación aunque bajen el ritmo, por eso cuentan con una estrategia complementaria para mantenerla en el interior de su concha y suelen preferir los tallos que, a pesar de que no lo parezca, conservan cierta humedad, y que, en cualquier caso, estén lo más alejados posible del calor que desprende el suelo. Por ello también se ven a menudo en las vallas y las rejas sobre las paredes de las casas de campo, donde no pueden obtener hidratación de las plantas pero sí se alejan del terreno caliente.

Es fácil verlos agrupados en enormes cantidades, en decenas y centenares de individuos de diversas especies, en los tallos secos de hinojos y tàpsies, sobre todo. Una vez escogido el lugar, cada caracol cierra puertas, tapa la entrada de su concha con una especie de tela blanca, una mucosa calcárea, que se conoce como epifragma y que le sirve para conservar la humedad en su interior y también para mantenerse pegado al vegetal; si se desprende un caracol de la rama, se observa el rastro blanco, redondo u ovalado que deja este epifragma.

En diez minutos, el animal ha elegido el sitio donde pasará el verano junto a sus congéneres, ha creado su puerta para aislarse del mundo y se ha pegado a la rama. Y así, en este letargo, reduciendo su metabolismo y sus pulsaciones a la mitad de rendimiento, los caracoles terrestres pueden pasar más de un mes, aunque algunos expertos aseguran que este periodo puede prolongarse hasta cuatro meses de un tirón.

Y mientras centenares de gasterópodos, a menudo juveniles, ascienden a las ramas secas para estivar, otros muchos prefieren hacer lo mismo en hendiduras de paredes, bajo piedras, donde nunca alcanza el sol. Normalmente, las especies que estivan en tierra son también las que con menos frecuencia puedes encontrar encaramadas a las partes altas de árboles y plantas en épocas húmedas. En realidad, hay que señalar que el verbo estivar no se encuentra en el diccionario de la Real Academia Española, a pesar de que sí lo usan con normalidad biólogos y malacólogos. Sí aparece el término estivación, aunque en una acepción muy amplia de torpor veraniego que sufren «ciertos animales a causa del calor y la sequedad».

La clave

Los caracoles no sólo realizan la estivación para evitar morir deshidratados durante los meses de más calor, sino que también hibernan cuando el frío es elevado, por lo que se pasan buena parte de su vida, entre dos y siete años según las especies, durmiendo.