Nos resulta difícil bajar la guardia y vivir el presente; admitir que no es posible controlar el futuro. Esta incertidumbre nos provoca tanto miedo que vivimos física y mentalmente agotados, desconectados del cuerpo y del fluir natural de la vida. Pero es posible existir de otra manera. La práctica de mindfulness propone una amorosa alternativa a la desconfianza crónica que hoy nos domina: el regreso a una inocencia que abraza cada instante como algo nuevo e irrepetible.

En la última década, la práctica de mindfulness se ha popularizado mucho; el término está en boca de todos. Se dice que la meditación es un antídoto infalible contra el estrés, que nos ayuda a conectar con el cuerpo y reduce la sobrecarga mental en la vivimos sumidos. Todo ello es cierto. Gracias a los numerosos estudios elaborados en las mejores universidades de neurociencia del mundo, hoy en día esta práctica ha superado su connotación religiosa y esotérica, desligándose del ámbito budista en que se originó hace miles de años. La ciencia moderna ha demostrado que la meditación transforma nuestro cerebro en un corto periodo de tiempo, reduciendo las áreas responsables del miedo y la reactividad y potenciando en cambio nuevas conexiones sinápticas que nos aproximan a la paz y la compasión.

El mindfulness ha empezado a impartirse en muchos colegios, e incluso se enseña a meditar a los directivos de empresas internacionales como Google o Apple. Sin embargo, la manera en que se está dando a conocer la práctica no siempre es fiel a su verdadero sentido y relevancia, ya que no se trata de una técnica que busca la relajación. Por el contrario, el mindfulness es una disciplina contemplativa, consiste en hacerse consciente de lo que sucede momento a momento en nuestra consciencia, y al sentarnos a meditar a veces nos encontraremos con una experiencia incómoda porque sobrevienen muchos miedos de los que no somos conscientes en el día a día, a pesar de que nos acompañan.

Observar la avalancha de proyecciones que tiene lugar en nuestro fuero interno no es placentero, aunque sí extremadamente alumbrador.

Como he dicho, el mindfulness es una invitación a observar los contenidos que surgen en nuestra consciencia momento a momento, ya sean sensaciones físicas del cuerpo o la realidad circundante, emociones o pensamientos. La práctica procura ante todo la aceptación, es decir se trata de una experiencia contemplativa en la que no manipulamos los contenidos: es la mera observación la que provoca la desidentificación. Por eso, quien esté buscando mejorar su personalidad o deshacerse de un mal hábito, no va a encontrar los premios que ese ´yo´ mental imagina.

Toda expectativa que no provenga de la humildad se enfrenta con esta contemplación, pero si la meditación da sus frutos progresivos, poco a poco sobreviene la fe y la confianza en la vida.

El primer paso para que el miedo se disuelva es hacerse consciente de que existe, simplemente. Es decir, limitarse a observarlo. No se trata de cambiar nada ni de obtener un resultado, ¡todo lo contrario! Es precisamente la Atención Plena (así es como se ha traducido el término mindfulness al español) la que produce el cambio por sí misma: la observación atenta del presente es la herramienta fundamental de la práctica. Esta contemplación produce una desidentificación de nuestros pensamientos, a los que poco a poco dejamos de creer como si fueran algo más que proyecciones. Y al generarse un espacio entre nosotros y nuestras ideas, podemos responder a la vida con mayor lucidez y disfrutar el presente, en lugar de pasarnos el día rumiando, planificando, analizando, es decir encerrados en el pasado y el futuro. Pero esto sucede de manera progresiva.

Los expertos en mindfulness recomiendan que esta escucha atenta de la realidad, la de cada uno, se practique desde la ausencia de juicios y de control; la disciplina busca ante todo la aceptación amorosa de lo que está sucediendo en nuestra realidad momento a momento. Cuando dejamos de juzgar las cosas como buenas o malas, y nos centramos en prestar atención a lo que estamos sintiendo y pensando cada instante, se produce un despertar de nuestra consciencia. Pero este proceso no siempre resulta cómodo, insisto, porque implica una disolución del ´yo´, siempre predispuesto a controlar y a juzgar porque se siente separado de su realidad circundante. La batalla está garantizada porque el pensamiento se resiste a soltar las riendas...

La experiencia contemplativa es diferente cada día, en cualquier caso. Hay días en que la meditación será ardua, y otros en que nos ayudará a relajarnos profundamente. Es verdad que cuando aprendemos a dirigir la atención hacia la respiración y el cuerpo, el pensamiento tiende a suavizarse y se produce un espacio de alivio. No cabe duda de que el mindfulness es una técnica muy útil para aprender a dirigir la atención hacia el presente, lo que incrementa la gratitud en nuestra vida cotidiana. Sin embargo, la práctica no debe entenderse como un mero remedio antiestrés.

El mindfulness produce, en última instancia, un cambio de filosofía vital dado por la experiencia contemplativa, cuyo resultado último es que nos sentimos integrados en el milagro que es la vida, en lugar de separados. Solo al hacernos conscientes de las proyecciones y miedos que nos dominan es posible soltar el control; solo al prestar detenida atención a la realidad es posible percatarse de que nuestro pensamiento no dirige la vida: formamos parte de un movimiento inteligente con el que es posible cooperar si aprendemos a sentir el amor que nos ofrece. Observar la vida sin juicios, sin conocimientos previos, despierta una inocencia renovada cada instante, y provoca el asombro ante el milagro del que formamos parte.

Lissi Sánchez es experta en mindfulness. Imparte un programa de iniciación en Ibiza a partir de enero. Información: www.elartedelarealidad.com