El rocambolesco encierro que describe el autor ocurrió en 1968 y apenas duró un par de meses. El reo que lo protagoniza es el famoso delincuente de origen húngaro Elmyr de Hory, que residió en la isla durante 16 años, hasta suicidarse en una casa de Sant Agustí, en 1976. Su aventura entre rejas constituye un leve episodio de una biografía tan auténtica como inverosímil, ya que está considerado el mayor falsificador de arte moderno de la historia. Sus Picasso, Matisse, Cézanne y Modigliani en realidad no eran copias, sino obra nueva que replicaba con perfección maestra el estilo de aquellos artistas, hasta el extremo de que ellos mismos albergaban dudas cuando les enfrentaban a un lienzo de Elmyr.

La historia, sin embargo, ilustra perfectamente el día a día en el convento de los dominicos de Dalt Vila, el Convent, uno de los edificios que hoy pasan desapercibidos y que, sin embargo, encierra una parte sustancial de la historia de Ibiza. Hoy la ciudad se encuentra sembrada de sedes municipales, pero hubo en tiempo en que las instalaciones del viejo cenobio se sobraban para albergar todas las dependencias consistoriales.

Cuando Elmyr charlaba con sus amigos como si estuvieran de tertulia en un bar -él abajo, en el patio, y ellos en la balconada de la planta alta-, la cárcel era conocida como "Hotel Naranjo" por vecinos y delincuentes. Había dos razones: el laxo régimen carcelario que disfrutaban los presos y el frutal que ocupaba el centro del patio. Solía estar vigilada por un solo guarda y a menudo se le ponía entre ceja y ceja que los reclusos salieran a airearse un rato por las calles de Dalt Vila, hasta que les pegaba un grito para que volvieran.

El Convent ejerció de prisión desde 1848 a 1984, función que compatibilizó con su condición de sede principal del Ayuntamiento de Ibiza-hasta la apertura de Can Botino, en 2006-, hospital municipal y centro escolar durante un siglo, primero como colegio de segunda enseñanza y después como instituto de bachillerato.Un lugar donde resguardarse para los dominicos

Un lugar donde resguardarse para los dominicosLa historia del convento, sin embargo, arranca algunos siglos antes, a finales del XVI, cuando la construcción de las murallas renacentistas afrontaba su última etapa. Los dominicos habían desembarcado en la isla a petición de los jurados del gobierno de la Universitat, en 1580. En un primer momento se instalaron en la iglesia de Jesús, aunque los esporádicos asaltos de los piratas berberiscos siempre les mantenían en vilo. En 1587 se trasladaron a Dalt Vila, donde se repartieron por distintas viviendas, hasta que por fin se expropiaron varios edificios y terrenos próximos al baluarte de Santa Llúcia. Las obras de la iglesia y cenobio de Santo Domingo se iniciaron en 1592, aunque se prolongaron por espacio de más de un siglo y medio. De hecho, cuando estalló el cercano polvorín, en el año del trueno de 1730, aún seguía sin terminar. Tras los graves destrozos provocados por la explosión, fue restaurado por el maestro de obras Pere Ferro, originario de Denia, que ya había reconstruido la nave principal de la Catedral y se ocupaba de la iglesia de Sant Josep.

Tras las desamortizaciones, en 1838, el convento se convirtió en sede municipal y el pasado dominico del edificio se acabó apagando por completo. Únicamente los frescos de la sala abovedada que hasta hace poco acogía el salón de plenos -antiguo refectorio del monasterio-, permiten rememorar los tiempos en que los monjes habitaban aquellas estancias y contemplaban el mar desde la austeridad de sus celdas. Si ya cuesta imaginar a los reclusos tomando el sol en el mismo claustro que hoy alberga exposiciones y conciertos, cómo rememorar los maitines de los dominicos cuando aún no clareaba el día.