Los resultados obtenidos en solo dos meses son la prueba del algodón de que la Federación Balear de Caza y el departamento de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino del Consell de Ibiza dieron en el clavo cuando a finales de la primavera acordaron, mediante un convenio, contratar a un vigilante que, además de controlar el ámbito cinegético, se encargara de atrapar el mayor número de culebras posibles: sólo entre julio (137) y agosto (112) capturó 249 serpientes, a una media de unas seis por jornada (laborable). Hay un solo responsable, pero son tantos los ofidios que se ocultan en el campo que si se contratara a tres más no les faltaría trabajo. Algunos agricultores cuentan que han cazado docenas cada vez que han arado sus tierras.

Sobra trabajo para el único encargado de revisar el medio centenar de trampas distribuidas por los cazadores y el casi medio millar repartidas entre particulares por el Consell y por los consistorios de Sant Joan y Santa Eulària. El controlador es Alejandro Macías, de sólo 23 años. Es natural de Sant Carles y auxiliar de Veterinaria. El puesto se lo ganó a pulso: al término de una charla sobre la invasión de las serpientes, fue al encuentro del director insular de Agricultura, Vicent Tur, y se postuló como controlador de esos reptiles. Tur le recordó que el Consell, con la ley Montoro vigente, no podía contratar a nadie, pero le dijo que lo tendría en cuenta. El posterior convenio entre la institución y los cazadores le vino al pelo para trabajar en algo con lo que, según afirma, disfruta.

Y eso a pesar de que no hay día en el que, al más puro estilo Frank de la Jungla (sigue sus aventuras), no se lleve más de un mordisco de las culebras de escalera ( Rhinechis scalaris) o de herradura ( Hemorrhois hippocrepis) que extrae de las trampas: los de las pequeñas «son como los de las lagartijas», pero los de aquellas que miden más de metro y medio a veces le causan heridas (muy leves, eso sí) que sangran. No son venenosas, pero sus «dentaduras rasgan como pequeñas sierras».

Cada jornada, de lunes a viernes, revisa la mitad de las trampas de los cazadores, así como aquellas de las que los particulares no se atreven a sacar las culebras atrapadas, por miedo o porque sienten repelús. Cualquiera que desee sus servicios puede llamarle al móvil 686 90 59 30.

Lo habitual, asegura, es que tras explicar una sola vez cómo hay que cogerlas, no vuelvan a solicitar su presencia. Pero no siempre. Uno de los que acaban de reclamar su ayuda es Vicent Serra, que tiene 92 años y, por tanto, poca agilidad para atrapar a esos escurridizos bichos. Serra ha colocado dos trampas junto a la cantera de la Ladrillera, situada al lado de la carretera de Santa Eulària.

De una en una, revisa a diario cada caja para comprobar si ha caído algún ofidio y para alimentar (con heno y una patata) al ratón (suele ser blanco) que sirve de cebo, pero que la serpiente no puede matar porque una pared lo impide. Cambia además el agua, que al estar en un depósito abierto (una simple botella cortada por la mitad) suele apestar; Alejandro considera que sería más higiénico colocar un dispensador. En el interior del Nissan Patrol con el que se desplaza lleva siempre, además, cuatro roedores vivos, por si encuentra alguno muerto. Varios se ahogaron durante las tormentas de agosto.

Cinco de más de 1,7 metros

Cuando encuentra culebras enroscadas en el interior de las trampas (una, dos, a veces hasta media docena), la operación es siempre la misma: se enfunda unos guantes de jardinero para limitar el daño de la mordedura, introduce la mano en la caja y coge (deslizando los dedos por el cuerpo, poco a poco, hasta alcanzar el extremo) la serpiente por ambos extremos de la cabeza. Por mucho que el animal abra entonces las mandíbulas, pocos estragos puede hacer ya. Luego, con un golpe seco, las aturde, para machacar posteriormente su cráneo con varios golpes de martillo.

De cada una recoge varios datos, como su especie (entre Sant Llorenç y Santa Gertrudis abundan las de herradura; en Sant Joan y es Figueral, las de escalera) y su medida, aunque en este caso con exactitud sólo si su longitud es superior a 1,5 metros: «En la Península no miden más de metro y medio, pero aquí, como no tiene depredadores, superan con creces ese tamaño. A finales de julio cogí cinco seguidas que superaban los 1,7 metros», asegura.

Además, geolocaliza cada captura a través de su teléfono inteligente, lo que le permite hacer un seguimiento y, al saber qué trampas tienen más éxito, decidir dónde las sitúa. En los alrededores de es Figueral no da abasto: «En la playa, por la mañana, se ven claramente las huellas que dejan por la noche», señala. Suele distribuirlas cerca de muros de piedra (donde les encanta refugiarse), bajo algarrobos y sabinas o junto a pequeños torrentes.

«Hago pruebas para mejorar el rendimiento. Por ejemplo, a veces introduzco hembras en las jaulas para atraer a los machos», detalla. En Santa Eulària, una vecina ha comprobado que las de herradura siguen entrando en la trampa pese a haber retirado hace tiempo al ratón, una especie de hámster: «Debe de ser por el olor que dejó. Lo probaré con esa especie», dice Macías.

Alejandro se caracteriza por dos cosas. Primero, porque disfruta con su trabajo, con pasar la mitad del día triscando por el campo, en contacto con la naturaleza. Segundo, por su amabilidad (siempre está sonriente), indispensable en su caso porque tiene que tratar continuamente con muchos particulares, a veces para pedirles que le permitan instalar trampas en sus terrenos. Percibe, no obstante, que la gente le agradece su trabajo y que incluso se ofrece para ayudarle.

Solo dos horas después de pasar por el Camí de Cas Ramons, es Novells y Atzaró, ya hay media docena de Rhinechis scalaris muertas en el interior de una bolsa. Algunas tienen aún movimientos reflejos. Acabarán, junto a las otras 249 capturadas hasta ahora, en un congelador de la Federación de Cazadores, a disposición de los científicos que deseen investigar por qué se han adaptado tan bien a las Pitiusas.