El crimen fue en Can Planes. Era el 19 de junio de 1967 y el agente federal Robert Ressler aún no había acuñado la expresión 'asesino en serie'. Ese día, sin embargo, el criminal serial que llegaría a ser el más singular y estudiado de cuantos nutren la extensa lista de asesinos españoles estaba en Ibiza, donde cometería un crimen que, de no ser por su eminente autor, hoy pocos recordarían.

Es más, la muerte de su víctima ni siquiera sería considerada un asesinato. El caso sólo se reabrió y cobró relevancia cuando, tres años y medio después, el prolífico homicida fue interrogado en Cádiz por la desaparición de su novia. Y entonces, para pasmo de los investigadores, se proclamó como «el asesino más importante de España» y empezó a relatar crímenes hasta sumar 48.

Aquella noche, hace 50 años, el norteamericano Jules Morton y la francesa Margaret Helene Boudrie llegaron a Can Planes, una casa de campo en Sant Jordi que entonces estaba desocupada y que Jules ya conocía, desataron una cuerda del pozo y la usaron para descender por una claraboya. Habían estado de fiesta en el Lola's, se habían tomado unas dosis de LSD y habían decidido continuar la noche a solas, con una guitarra y algo más de droga. Se acomodaron en una de las habitaciones, fumaron unos porros y charlaron y tontearon hasta que se quedaron dormidos. De madrugada, Jules despertó, le pareció oír ruidos en el exterior de la vivienda y pensó que era hora de regresar a su apartamento.

Un pequeño error

Un pequeño errorAl salir por la puerta cometió uno de esos pequeños errores que, a menudo, cambian la historia; el norteamericano dejó la puerta abierta y, minutos después, la muerte personificada en un hombre con bigote, muy parecido al actor mexicano Cantinflas pero con menos jovialidad, entraba por ella para llevarse a Margaret.

El hombre con bigote es Manuel Delgado Villegas, más conocido como 'El Arropiero' porque de jovencito ayudaba a su padre a vender, por las calles de Sevilla, un dulce de frutas al que llaman arrope. Manuel es un vagabundo. Merodea por la zona buscando una casa en la que sea fácil entrar y robar algo. Se asoma a una ventana y ve a Jules y a Margaret en la habitación. Y ya seguía su camino cuando, oculto en la oscuridad, ve a Jules salir de la casa dejando tras de sí una puerta abierta y una víctima indefensa.

Violación y asesinato

Violación y asesinatoManuel se cuela en el interior, encuentra a la mujer dormida, la despierta, forcejea con ella, la viola, la asfixia con una almohada tras producirle diversas heridas con un estilete y abandona el lugar llevándose 8.000 pesetas, una cadena de oro y varios billetes de 100 francos. Y se marcha del lugar y de la isla para no regresar hasta cinco años después, esposado y para reconstruir el crimen.

El inspector Salvador Ortega, señalando la casa de Can Planes. Foto: CAT

Pero esa noche, la historia aún no había encadenado todas sus casualidades porque, mientras Margaret moría, Jules había llegado a su casa para darse cuenta de que había olvidado su pasaporte en Can Planes, así que regresó y encontró sobre la cama el cadáver de su nueva amiga francesa. Y entonces cometió una nueva serie de errores significativos, porque huyó del lugar y, al día siguiente, negó saber nada del asunto al ser interrogado por la Guardia Civil y mintió a su esposa. Demasiadas personas, sin embargo, habían visto a Margaret y Jules aquella noche, incluyendo al taxista que los llevó a Sant Jordi y que se acordaba bien del «melenudo» y su guitarra. Todo apuntaba hacia él y la explicación más simple es la más probable; echar la culpa a un trotamundos oportunista que pasaba por allí y aprovechó una puerta abierta resultaba menos factible.

Juicio a un inocente

Juicio a un inocenteJules Morton, un estudiante de último curso de Medicina y de 30 años de edad, pasó casi un año en prisión preventiva. Hasta junio de 1968, cuando la Audiencia Provincial de Palma lo absolvió de un delito de homicidio en un juicio del que los medios de las islas apenas se ocuparon. Diario de Ibiza publicó una breve nota, el 2 de julio, en la que informaba de la absolución y en la que ni siquiera se citaba a la víctima del crimen.

A decir verdad, en esos momentos Margaret Boudrie ya ni siquiera era la víctima de un homicidio. En el juicio no pudo aclararse que el caso se tratara de una muerte violenta porque las pequeñas heridas de la espalda no eran mortales y los médicos forenses fueron incapaces de determinar que hubiera muerto asfixiada con una almohada, así que se optó por una solución fácil y poco comprometedora; Margaret, a punto de cumplir 21 años, había sufrido una parada respiratoria a consecuencia de la elevada cantidad de droga consumida. Muchos en la isla atribuyeron el cambio en la causa del fallecimiento a la intervención de la influyente familia del acusado.

Y este caso habría quedado así zanjado si, tres años y medio después, en Cádiz, ´El Arropiero´ no hubiera sido detenido y no hubiera empezado a confesar, uno detrás de otro, crímenes cometidos de una punta a otra de España, e incluso alguno más allá de sus fronteras. Nadie se acordaría de Margaret ni de Can Planes si Manuel no hubiera contado que la francesa fue una de sus más de 40 víctimas. «No tuve más remedio que ahogarla con la almohada. Y me parece que le clavé una navajilla muy fina que había allí cerca... Se la clavé por la espalda y luego lavé el cadáver por si tenía mis huellas», relató el criminal.

El asesino Manuel Delgado Villegas, 'El Arropiero'.

Más de cuatro años después del crimen, la comitiva policial que, sumario en mano, recorría España intentando comprobar los asesinatos confesados por ´El Arropiero´ aterrizó en Ibiza. El entonces inspector de policía Salvador Ortega recuerda cómo los grilletes le ponían nervioso e intentaban llevarlo esposado el menor tiempo posible para que colaborara. Manuel Delgado Villegas se acordaba perfectamente de Can Planes. El policía asegura que tenía una memoria prodigiosa. Recorrió el escenario del crimen explicando todos los detalles que habían cambiado. Afirmó que habían reemplazado el colchón. Y era cierto, la dueña de la casa los condujo hasta un trastero y allí Manuel identificó el colchón y la funda que aún habían conservado; tenía otro dibujo y un siete en forma de cruz que él había hecho con la navaja.

Manuel ingresó en La Modelo y allí se olvidaron de él durante años. En el trayecto del Puerto de Santa María a Madrid, a la Audiencia Nacional, concretamente, el sumario se perdió y los muchos crímenes que dijo haber cometido jamás fueron investigados. Los policías intentaron comprobar 22 de ellos y finalmente sólo siete sumarios se cerraron. El crimen de Margaret Boudrie fue su segunda muerte comprobada. Y un buen día del año 1977, el fiscal Alejandro del Toro descubrió, estupefacto, que un preso de La Modelo llevaba seis años sin juicio y sin abogado, así que buscó a un letrado amigo suyo, Juan Antonio Roqueta, para intentar enmendar el error en la medida de lo posible. Delgado Villegas, finalmente, nunca llegó a juicio. Nueve médicos dictaminaron que en su estado mental era innecesario enfrentarlo a un tribunal y la Audiencia ordenó su ingreso indefinido en un centro penitenciario psiquiátrico de Madrid, una solución sencilla y rápida para una Justicia que había perdido un sumario y olvidado a un preso asesino en serie en una celda de La Modelo.

En un psiquiátrico

En un psiquiátricoEn 1988, ´El Arropiero´ es trasladado al psiquiátrico de Foncalent, donde coincide con otro conocido criminal en serie, Francisco García Escalero, el mendigo que en 1994 se confesó autor de once asesinatos, y ambos discutirán y competirán en el patio del centro por ser el mayor criminal de la historia de España, el más famoso. En verdad, los dos, junto a José Antonio Rodríguez Vega (que mató a 16 ancianas en Santander en 1987 y 1988) conforman una auténtica tríada criminal imprescindible en cualquier archivo de Criminología.

Dos años antes de morir, Manuel Delgado Villegas obtiene la libertad al mismo tiempo que muchos otros enfermos mentales del país que fueron encerrados indefinidamente; el Código Penal del 95 estableció que ningún enfermo mental que hubiera cometido un delito podía estar más de veinte años encerrado (no más de lo que hubieran estado en prisión de haber sido condenado por sus crímenes) y él ya lleva más de 25 en un psiquiátrico. Es trasladado a un sanatorio de Santa Coloma de Gramanet, sin barrotes y con un régimen abierto.

Su degradado estado mental ya no permite mantener una conversación con él y ha dejado de interesar a la legión de psiquiatras, psicólogos, biólogos, médicos y criminólogos que han estudiado su caso durante años. Fuma continuamente -dice que si acalla las voces de su interior- y la tarde del 2 de febrero de 1998, con 55 años, muere en un hospital de Badalona de una afección pulmonar. Muchos de los crímenes que probablemente cometió siguen siendo casos sin resolver.