Es la una y Carmen Cuadra empieza su trabajo. Hoy tiene turno de tarde. Como casi todos los días, su coche es su gran aliado. Tanto que es una extensión de la consulta. En el maletero tiene un maletín, gasas, esparadrapo, guantes y sobre todo una buena dosis de paciencia, humor y ganas de charlar. A esta enfermera, la única de la Unidad Básica de Salud de Sant Miquel, le gusta su trabajo y eso se nota con sólo oir con qué pasión habla de sus pacientes.

«Antes de pasar por la consulta tengo que ir a ver a Catalina. Está delicada desde hace años, necesita oxígeno para respirar y de vez en cuando, voy a ver cómo se encuentra» explica mientras me invita a subir a su coche. La jornada vespertina comienza por una en una de las sinuosas carreteras de los alrededores de Sant Miquel, de esas que hay en la isla que no tienen ni arcén ni pintura de ningún tipo. Al rato, da un pequeño volantazo porque un vehículo ha invadido su trayectoria. «¿Has visto? Pues esto me pasó con un camión y tuve un accidente», relata.

Unos metros después, toma un camino de piedras, al final, junto a un gallinero, un gran limonero y unas matas de margaritas está la casa que tiene que visitar. Carmen, saluda en voz alta, llama a todas las puertas y al rato desiste. «No está, seguramente se ha puesto mala y se ha ido al hospital, vendré otro día a ver que tal se encuentra», comenta un tanto desilusionada. Casi siempre avisa a los domicilios el día anterior, pero a veces surgen imprevistos, como hoy.Vida en el coche

La vida de una enfermera rural es más dura de lo que puede parecer. Carmen reitera que le apasiona su trabajo. «Pero, como en mi caso, la gran mayoría de las enfermeras rurales no tenemos medios para desarrollarlo. El coche, las ruedas, la gasolina y todo corre por mi cuenta. A final de año, las enfermeras cobramos -si hay dinero- 3 euros por cada visita domiciliaria», apunta .

Otra vez al coche -un todoterreno- porque otro difícilmente aguantaría el trote que le da. «Ahora vamos a ver a tres personas muy mayores que viven juntas. Dos mujeres y un hombre. Juan está casi todo el día en la cama, cuando se levanta solo es para sentarse en un sofá», apunta. Los tres la reciben con una sonrisa. María está preparando una infusión de hierba luisa y sale de la cocina toda orgullosa para contarlo. Carmen les toma la tensión a los tres y pregunta a la cuidadora -suerte que tienen a alguien con ellos- por el estado de salud de estos tres familiares, si tienen escaras o heridas, cómo se encuentran...

Este es uno de los domicilios al que acude periódicamente para ver cómo siguen sus pacientes. María sale con nosotras para enseñarnos la planta de la hierba luisa y las flores incipientes de la camomila. En eso consiste una gran parte de su trabajo, en alegrar el día a quienes apenas pueden salir de casa.

Llegamos a la Unidad de Sant Miquel, donde Carmen trabaja desde hace 22 años. Ella es la única enfermera, y allí, trabajan también un médico y una administrativa. Los tres son los encargados de velar por la salud de casi 1.900 tarjetas sanitarias, es decir, personas que utilizan la sanidad pública. «Se trata de una población muy dispersa, aquí, en el pueblo vive poca gente», dice.

En la puerta de la consulta ya hay dos señores esperando, Kevin, diabético, tiene una herida en la pierna. «Me tropecé con un silla y mira. Pero no está infectado...», dice mientras Carmen pone cara de no gustarle mucho lo que ve. «Otra día, ven a que te cure en cuanto te pase algo», le medio reprende mientras limpia y cura la herida .

Varios pacientes más tarde visita otra casa. Esta sí está en el centro del pueblo. Juan es joven, pero tiene una ciática que no le deja moverse. Así que Carmen ya ha ido varias veces a ponerle el inyectable que le ha recetado el médico. «Hoy tiene mejor cara, ya se puede levantar un poco», explica con una sonrisa. Después de la inyección viene la sorpresa. La esposa de Juan le ha preparado una coca. «Muchas gracias por todo, espero que te guste», dice mientras le entrega el regalo en una bandeja muy bien empaquetada.

Vuelta a la consulta. «Juan tiene que ir al especialista y como le cuesta andar, voy a llevarle luego una silla de ruedas».

Un rato más en la consulta y acaba el turno.

En el caso de Carmen sí se cumple la máxima que reivindican muchos de quienes se dedican a la medicina rural: «Menos bata y más bota».