A una velocidad de 750 kilómetros por hora, la gran ola apenas tardó 30 minutos en alcanzar la costa de Formentera. Procedía del norte de Argelia, donde una falla situada bajo el mar se deslizó brúscamente, lo que provocó un intenso movimiento sísmico, probablemente de magnitud 7,3 en la escala Richter, el equivalente a la explosión de 250.000 toneladas de trinitrotolueno.

Los habitantes de esa zona del Magreb sintieron temblar el suelo bajo sus pies mientras sus casas endebles se desplomaban como castillos de naipes, pero no se percataron de que, además, aquel colosal movimiento tectónico también desplazaba una inmensa masa de agua. Desde la costa magrebí, el tsunami avanzó, imparable, en dirección norte a gran velocidad -superior a la del P51 Mustang, el caza norteamericano de la II Guerra Mundial- e impactó contra la costa formenterense en solo media hora. La ola, que en el trayecto desde Argelia mantuvo una altura de casi tres metros, se elevó hasta casi los 12 metros al aproximarse a Formentera, donde en la península de Punta Prima dejó una huella que aún es perceptible: la columna de agua levantó y arrastró decenas de metros a 27 gigantescos bloques que, de media, pesan 8,5 toneladas, aunque alguno llega a las 31,9 toneladas.

Probablemente, esa ola catastrófica barrió la costa pitiusa el 31 de enero de 1756, según calcula el geólogo Xisco Roig Munar en ´Presencia de bloques de tsunamis en los acantilados de Punta Prima´, un trabajo que presentó en la XIV Reunión Nacional de Geomorfología, celebrada el pasado mes de junio en Málaga, y que ha sido publicado recientemente. Roig ha elaborado otro estudio -pendiente de su publicación en una revista científica internacional- en el que explica además el origen de otras deposiciones de bloques en todo el litoral de Formentera como consecuencia de los maremotos.

En ese trabajo, el geólogo descarta la teoría de que esas inmensas rocas fueran depositadas en Punta Prima tras un fuerte temporal, para lo cual echa mano de la ciencia. Es, afirma, «imposible» que fueran olas, pues habría sido necesario una de al menos 19,89 metros de altura (un edificio de casi siete plantas) para mover semejantes volúmenes: «En Formentera no se producen de esa altura ni en esa dirección [desde el norte de Argelia]», zanja el geólogo.

Grandes rocas depositadas por el maremoto de hace dos siglos en la plataforma de Punta Prima. Foto: X.R.M.

Levantados 10 metros sobre el mar

Levantados 10 metros sobre el marLas 27 rocas se hallan a una distancia media de 81,9 metros de la cornisa del acantilado y a 10 metros sobre el nivel del mar, lo que da una idea de la fuerza con la que aquel tsunami impactó en las terrazas litorales de Punta Prima. Lo primero que se pregunta quien pisa esa zona es de dónde proceden esos bloques ciclópeos, pues dada la orografía del lugar es imposible que sean restos de desprendimientos de cornisas próximas. La caída en vertical, pues, se descarta: «El origen se encuentra en el desmantelamiento de la capas superiores del acantilado y su transporte tierra adentro», detalla Roig. Al chocar, la ola arrancó de cuajo esas piedras y, como si fueran chinitas, las elevó una docena de metros y las depositó hasta casi 82 metros más allá, sobre esa plataforma calcárea del Mioceno.

Para determinar su origen Roig tuvo en cuenta su orientación, la cota a la que se hallan, la distancia hasta la cornisa del acantilado y su ángulo, así como factores como la presencia de cordones (alienaciones de rocas), las imbricaciones (cuando las piedras se sitúan como fichas de dominó, una encima de otra), el grado de rodamiento y la presencia de superficies de abrasión o de fauna marina incrustrada en los bloques. Tras aplicar una ecuación (la de Engel y May) para determinar la columna de agua mínima que era necesaria para desplazar volúmenes de las características de los de Punta Prima, los resultados fueron inequívocos: solo un maremoto podía elevar una decena de metros y desplazar, como si fueran de cartón, rocas de 8,54 toneladas de peso medio a una distancia de casi 82 metros. No hay, además, ningún vestigio de impactos derivados del oleaje.

Descartada una ola de tormenta

Descartada una ola de tormentaLa mayor concentración de rocas (de unas 4,5 toneladas de peso medio) se encuentra a entre 50 y 56 metros de la cornisa del acantilado. La segunda concentración está situada a 78 metros. Hay, además , otras deposiciones a 90, 103 y 115 metros de distancia, lo que da una idea de la magnitud de aquel tsunami, que llegó a levantar a 13 metros de altura rocas hasta de 15 toneladas. De esos datos y de los resultados de las ecuaciones, Roig concluye que hay que descartar que «el emplazamiento de los bloques en Punta Prima sea debido a la energía de una ola de tormenta sobre el acantilado, ya que al romper, se disipan debido a la turbulencia y a la fricción», más aún cuando se trata de un acantilado «extraplomado», es decir, que en la parte situada bajo el agua hay cavidades que disipan la fuerza del oleaje.

Para saber la fecha aproximada del embate de aquel tsunami sobre el litoral de Formentera, el geólogo se fijó en «la existenca de morfologías kársticas litorales postdeposicionales de disolución» (conocidas en las Pitiüses como cocons, cavidades naturales donde se acumula el agua), que observó en algunos bloques, así como en las tasas de erosión: «Cada cocó tiene una disolución de sal estudiada según la época. Cuando un tsunami arranca una piedra en el que hay un cocó, sobre ella se desarrolla otro cocó, que nos da la información del tiempo en que fue desplazada», explica Roig.

Como en Santanyí

Como en SantanyíSegún esos análisis, los bloques fueron arrancados (no lo estaban previamente) en torno al año 1780. Esa fecha, afirma Roig en su estudio, «es coherente» con un evento registrado en el año 1756 en las notas de la sismología balear. El 31 de enero de aquel año se produjo «una gran ola sísmica» que afectó a Santanyí (en el sur de Mallorca): «Las crónicas indican la entrada de una ola más de media legua (2,4 kilómetros) tierra adentro, con presencia de peces en la garriga y con el transporte de un bloque de más de 100 quintales (unas 10 toneladas)».

No queda constancia de aquel acontecimiento en los archivos pitiusos, quizás porque se hayan perdido, pero también es posible por otra razón: es una zona mínimamente habitada y, en esa época, en Formentera solo vivían unos dos centenares de personas tras su repoblación en 1700, según recuerdan la archivera Fanny Tur y el historiador Felip Cirer.