En plena Guerra Civil, en el año 1937, se creó en España el Servicio Nacional del Trigo, que impuso fuertes limitaciones a la cantidad de cereal que cada molino podía moler y los kilos que debían entregarse al Gobierno. Tal medida llevó a muchos molineros a trabajar en la clandestinidad, con nocturnidad y en cuadrilla, de forma que muchas noches, a la luz de un simple fanal colgado en una pared, grupos de vecinos se juntaban en algunos molinos para pasarse la noche moliendo grano a escondidas.

En no pocas ocasiones, tal actividad se realizaba con la connivencia o la complicidad de los guardias civiles, que, a cambio de su silencio, recibían algunos panes gratis dejados por los trabajadores nocturnos en algún lugar convenido, como alijos en tiempos de crisis. Hubo épocas, incluso, en las que los molinos eran precintados para evitar que se trabajara en ellos, pero los agentes proveían a los molineros compinchados con precintos nuevos con los que poder sustituir, al amanecer, los rotos al caer la noche.

La historiadora Cristina Palau, técnica de Patrimonio Cultural del Consell de Ibiza y experta en molinología pitiusa, recuerda los testimonios orales de tiempos del estraperlo que permiten conservar historias como ésta. Y explica que, cuando el trigo pasó a ser un producto intervenido por el Gobierno y el agricultor se vio obligado a dar cuenta de su producción anual, se abocó a Ibiza y Formentera a un periodo de miseria y pobreza; el cereal debía entregarse al Servicio Nacional del Trigo a un precio tan bajo que sólo cultivos intensivos podían permitirse subsistir en tales condiciones, y no era el caso de los payeses de las islas, que mantenían producciones básicamente de autoabastecimiento.

Molinos de sangre

Molinos de sangreAntes de los molinos movidos por la fuerza del viento ya existieron otros impulsados por agua (de los que aún se conservan algunos, sobre todo en el único municipio con río) y molinos de sangre, que funcionaban por tracción animal de las muelas en las que se trituraba el grano.

El Molí Vell de la Mola es uno de los pocos que han sido restaurados. Foto: Joan Costa

Y, además, en las islas se molía tanto cereal como legumbres para diferentes productos alimentarios y grano para el pienso de los animales. Sin embargo, los molinos más representativos de este patrimonio etnológico y rural isleño son los molinos harineros de viento, cuya presencia ha dado lugar al topónimo de Puig des Molins y de los que se conservan, con más o menos fortuna, menos de una treintena.

«El Molí Vell de la Mola, el de Puig d'en Valls, el molí des Porxet y el de sa Punta, en Sant Antoni, han sido restaurados, y quizás debería trabajarse en alguno más que aún tenga posibilidades de recuperarse, antes de que perdamos tan valiosos elementos de nuestro patrimonio», asegura la historiadora.

El de es Porxet perdió sus aspas, y su recuperación es en estos momentos una de las prioridades del departamento de patrimonio del Consell de Ibiza. En el de Puig d'en Valls se han recuperado las 49 piezas del mecanismo y un panel, con dibujos del historiador Joan Marí Cardona, permite comprender el funcionamiento básico de una maquinaria que se revela compleja, a pesar de lo que pueda imaginarse de una antigua y simple moledora de grano.

El molino de es Porxet, antes de perder sus aspas. Foto: Joan Costa

En Puig des Molins hay documentados ya dos molinos de viento a finales del siglo XIII, en es Soto o es Calvari, que entonces se conocía como es puig des Patíbul o de ses Forques porque allí se colgaba a los sentenciados a muerte. Y había cuatro en el XVI, ya desaparecidos, al igual que los dos anteriores, según apunta Joan Marí Cardona en una serie de tres artículos sobre molinos que en los 70 publicó en los primeros números de la revista Eivissa.

Las construcciones de Puig des Molins se dividían en los molinos de Levante y los molinos de Poniente, y en la actualidad, los siete que mejor se conservan, aunque a algunos les falta la arboladura, están en la segunda zona. En Ibiza se construyeron molinos desde finales del XIII y principios del siglo XIV, mientras que en Formentera el auge constructivo se produjo en el XVIII, con la repoblación definitiva de la isla.

60 documentados

60 documentadosLos molinos que hoy, en distinto estado de conservación, aún pueden verse han pervivido desde el siglo XVIII. En las Pitiusas, sumando molinos hidráulicos y de viento, hay documentadas alrededor de 60 construcciones, aunque es posible que exista alguno que no esté documentado, especialmente de los que funcionaban por la fuerza del agua, ya que, por sus características pasan más desapercibidos, según explica el arquitecto Juanjo Serra en la entrada sobre molinos de la Enciclopèdia d'Eivissa i Formentera.

En Formentera, el auge de construcción se produjo en el siglo XVIII (en la imagen el de Sant Francesc). Foto: Joan Costa

En Formentera, además de los seis molinos harineros que siguen en pie, también se preservan las torres de dos que fueron construidos a finales del XIX para moler sal.

El trabajo de un molinero, destaca Palau, era muy duro, a veces peligroso, sin horarios, a merced del capricho de los elementos y con la necesidad de convertirse prácticamente en meteorólogo. Con el viento de su parte, podían llegar a moler entre 150 y 200 kilos de harina por hora, pero, en ocasiones, podían pasarse un día entero trabajando sólo para conseguir 50 kilos.

Y una de las cuestiones que la historiadora considera más interesantes, si se habla de un molino de viento, es cómo se frena la maquinaria, cómo se detienen las velas instaladas en las enormes antenas cuando la fuerza del viento las impulsa. Cristina Palau explica que, en ocasiones, había que parar de inmediato para que la máquina no se rompiera por la violencia eólica. Y para ello, y cuando el molinero no estaba arriba para detener las dos grandes muelas entre las que se trituraba el grano, había que tirar de un contrapeso que colgaba de una cuerda desde una palanca en el piso de arriba, donde estaban las muelas, al de abajo.

Los molinos también tenían dos puertas por seguridad, porque si había que salir o entrar en el edificio había que hacerlo lo más lejos posible de las antenas, las aspas y las velas. Juanjo Serra señala que la historia oral y la documentación escrita hablan de frecuentes accidentes debidos a la fuerza del viento y el poder de la maquinaria, y recuerda el caso del molino de Sant Jordi en el que tuvo que abrirse una segunda puerta después de que el molinero perdiera un brazo al ser golpeado por las aspas.

Cuando un molino cuenta con una única puerta de entrada, está abierta mirando al viento que con menos frecuencia soplara en el lugar. Joan Marí Cardona explica también, en su último artículo sobre el tema, la historia de una mujer que fue a llevar su molienda a una de las máquinas de Puig des Molins y, «al llegar, ató al animal con una anilla de las antenas. El molinero, que no se había percatado de ello, puso el molino en movimiento, y el pobre burro siguió la suerte de Rocinante y Don Quijote volando por los aires».