De sus 54 metros de altura, 27 de ellos se encuentran sobre la superficie del mar y apuntan al cielo con la cúspide de su relieve empinado, inhóspito y yermo. Y el resto, quizás algo más de 27, se adentran ya en los dominios de Neptuno y ofrecen a los submarinistas una inmersión luminosa, cómoda pero suficientemente profunda y que siempre depara sorpresas, sea un banco de serviolas o de barracudas, alguna especie de nudibranquio que no encuentras todos los días o un murénido con algún diente torcido.

Las mayores rarezas que, sin embargo, pueden hallarse en los fondos de arena que rodean el peñasco no son habitantes del mundo marino, sino un sinfín de objetos perdidos que tuvieron propietarios humanos y que los perdieron al tirarse desde la famosa roca que preside la cala de Benirràs, donde es habitual que haya osados intentando demostrar su valor lanzándose en picado desde lo más alto posible.

Blenio asomándose al exterior desde su madriguera. Foto: Joan Costa

En la pendiente sudeste, la que mira a la playa, un par de cuerdas ayudan a los audaces (algunos los llamarán insensatos) a encaramarse al islote para trepar a lo alto. Y es en esa parte donde los submarinistas encuentran todo aquello que los saltadores hayan podido dejar por el camino, lo que suele incluir chanclas o espardenyes, cámaras de fotos, pulseras y relojes. En una ocasión, un turista perdió allí su Rolex, un reloj que, además del valor económico, tenía para él un alto valor sentimental, así que decidió contratar a los submarinistas del centro de buceo Subfari de Portinatx para que recuperaran tan preciado objeto del fondo del mar.

En ese lugar, al sur, es también donde habitualmente se fondea para iniciar la inmersión, que, básicamente, consiste en dar la vuelta al vertical islote en una hora, desde el suroeste hasta avistar de nuevo el cabo del ancla de la embarcación. La roca cae en una pared que en algunas zonas se hunde en pendiente y en la que grietas, cortes en vertical y rocas que se amontonan alrededor de la gran columna del islote lo convierten en una especie de exuberante paraíso de vida marina rodeado de extensos fondos de arena. Y es esa arena alrededor, blanca y a 27 metros de profundidad, la que parece conferir al lugar una iluminación singular, un azul variable que algunos días se vuelve más celeste bajo una superficie de tono cobalto.

Una morena enseña sus dientes torcidos. Foto: Joan Costa

Hay días en los que la luz se adentra hacia las profundidades con una fuerza especial.

Como un iceberg, lo más grande de es Cap Bernat se encuentra en realidad bajo la superficie del agua. Corvinas, meros y roges bajo las rocas y barracudas y jóvenes serviolas (verderols) cazando sobre la pradera de posidonia entre centenares o miles de pequeños peces negros comúnmente llamados ´castañuelas´. Una inmersión bajo es Cap Bernat nunca es una inmersión vacía, sin vida. En la misma salida, encontramos salpas, salmonetes, nudibranquios (moluscos conocidos como babosas marinas), una morena que enseña sus dientes torcidos y un blenio amarillo y curioso que se asoma a su madriguera para observar al fotógrafo. Arriba, de nuevo en la superficie, la riqueza de flora y fauna bajo el agua contrasta con la pálida y árida roca.

Nombres de leyenda

Es Cap Bernat, casi equidistante entre la punta de s'Oriçol y la Punta Negra, recordó al Archiduque Luis Salvador «un castillo convertido en ruinas». El filólogo experto en toponimia Enric Ribes explica que este peñasco era el punto que dividía los quartons (distritos o partidas jurisdiccionales) de Xarc y Balansat; antiguamente, al adentrarse las propiedades en el mar, era habitual que islotes, puntas y rocas sirvieran de fita (hito) para separar territorios.

Barracudas en las aguas de es Cap Bernat. Foto: Joan Costa

En cuanto al origen del nombre, es incierto y discutible, sobre todo en lo que se refiere a la posibilidad de que Bernat fuera el nombre de una persona. De sus investigaciones, Enric Ribes concluye que «todos los informadores usan el genérico cap y que alguno incluso niega rotundamente que se haya llamado nunca cavall o carall, variantes no documentadas pero que debieron existir antiguamente, como puede inferirse de una leyenda popular recogida por los xacoters de Balàfia». Esta leyenda cuenta que un vecino de Benirràs tenía un caballo de nombre Bernat, al que el arcángel San Miguel convirtió en roca. Al verlo, pétreo en la entrada de la cala, su dueño exclamó: Carall, Bernat! Pobret, com t'has quedat! Y así la leyenda explica las otras dos formas, Carall Bernat y Cavall Bernat, con las que también es conocido el islote. Y el mito se completa con un encantamiento según el cual las personas que logran alcanzar la cima del caballo de piedra cambian inmediatamente de sexo, una parte de la historia de la roca que deben desconocer quienes se ponen a prueba escalando el risco.