Expiación del pecado, explotación laboral, uso de los expósitos para la repoblación rural... La Casa de la Maternitat i Expòsits de Barcelona intentó «asegurar la supervivencia» del mayor número de huérfanos entregándolos «lo más pronto posible a una nodriza externa», muchas de ellas afincadas en Ibiza, pero ni la supervisión fue siempre la adecuada ni los métodos, la filosofía y la moral que impulsaron esa, en principio, noble causa ayudaron a esas criaturas a vivir mejor, según se colige del estudio ‘Anar per tornar’, expuesto durante el XI Congreso de Historia de Barcelona -celebrado hace seis años- por el historiador José Montiel Pastor, autor de la tesis doctoral ‘La crisis del model tradicional d’abandonament infantil 1890-1936’, leída en la Universitat Autònoma de Barcelona en 2011.

El estudio expuesto por Montiel en aquel congreso profundizaba en la actuación de la Casa de la Maternitat como «centro de redistribución de la población infantil» entre 1853 y 1936, que abarcó no solo el territorio catalán y las Pitiüses, sino también Zaragoza, Huesca, Murcia, Teruel, Soria, Castellón, Valencia, Alicante e incluso Guadalajara. Para decidir el destino de esos bebés, y por ende de sus vidas, «los criterios utilizados por los responsables de la institución iban más allá de los estrictamente ligados a su salud, ya que tenían mucho que ver con la m0ral, la economía, la política y la adscripción ideológica» de quienes mandaban en la Casa de la Caritat.

Muerte y enfermedad al regreso. Uno de los problemas a los que se enfrentaba la institución era el del retorno de los niños que habían sido entregados a nodrizas externas para que los amamantaran: «Muchos, después de haber vivido en un ambiente familiar y en un medio más sano y acogedor, tenían muchos problemas para adaptarse a la nueva situación [en la Casa de la Caritat i Expòsits] y muchos de ellos enfermaban o morían al poco tiempo de su reingreso», detalla José Montiel. Los médicos del centro identificaron que el origen de esas recaídas, a veces fatales, era sobre todo «la nostalgia» que los expósitos padecían «al separarse de sus amas a la tierna edad de los cinco años y el cambio repentino» que experimentaban al pasar «del régimen de vida al que estaban acostumbrados desde la lactancia, con aires saludables del campo», al de la Casa de la Caritat, en el corazón de la ciudad de Barcelona, donde estaban «privados de respirar aires puros y entregarse a los juegos propios de su edad». Y eso a pesar de que la institución les procuraba «los mejores y más nutritivos» alimentos.

Las estadísticas que manejaba la entidad barcelonesa no dejaban lugar a dudas. De la «segura elocuencia de los números» se deducía que «mientras con los expósitos de cinco a siete años que continúan en poder de sus respectivas dides ocurren poquísimas defunciones, son estas en gran número» entre los albergados en la Casa de la Caritat, especialmente por enfermedades diversas, que hacían allí estragos «epidémicamente en determinadas épocas del año». La mejor solución, concluían, era que los niños siguieran con las nodrizas el mayor tiempo posible, al menos hasta que cumplieran los siete años. Pero ahí surgía otro problema: el salario que cobraban aquellas mujeres.

Mejor trabajar que dar de mamar. Y ese era un problemón en determinadas zonas. Cada vez disponían de menos dides en las cercanías de Barcelona. La principal causa: la industrialización. «En Girona, antiguamente no había pueblo en el que no se encontrasen expósitos dados a dides. Pero ahora, las mujeres, en vez de criar, prefieren ir a la fábrica», admitían los responsables de la Casa de la Maternitat. Los sueldos de las nodrizas eran demasiado bajos si se comparaban con los que se percibían en la industria. De ahí que las autoridades decidieran «ampliar de forma extraordinaria la red de contratación en las zonas rurales, tanto de Cataluña como de las zonas limítrofes de Aragón y Valencia, incluso más lejos», explica Montiel. Hasta Ibiza y Guadalajara.

Aun así, «la oferta de dides externas siempre quedó lejos de las necesidades». En la primera mitad del siglo XX, la junta de gobierno de la Casa de la Maternitat calculó que «para cubrir correctamente el servicio hacía falta contratar más de 400 nodrizas externas nuevas cada año» para los bebés en época de lactancia. No extraña, pues, que llegaran tantos niños de ventura a Ibiza.

«Expiación del pecado». Montiel asegura en su estudio que el envío de las criaturas al campo, tanto en la época de lactancia como posteriormente, sobre los 14 años, «siempre fue visto con buenos ojos». Sus responsable consideraban que el trabajo manual que realizaban allí «era la mejor opción educadora para los expósitos». Pero además, el trabajo no solo tenía una función educativa: «Fue entendido como una forma de expiación del pecado. En la visión conservadora y católica de la Casa de la Maternitat, el trabajo de los niños les había de servir para superar el vicio y la intemperancia de sus padres», explica el historiador en su estudio. El 77% de aquellos chavales procedían del servicio de Maternidad, donde habían sido depositados por sus madres, en buena parte solteras y, por tanto, mal vistas en aquella puritana sociedad. «El trabajo en el campo era considerado como el más adecuado para los pequeños, una faena y una vida de pueblo virtuosa y alejada de la ciudad, nido del pecado y la lujuria», indica Montiel.

Repoblación del campo... Pero asimismo, enviarlos al campo para ser amamantados por nodrizas o para que desde los 14 años empezaran a curtirse y aprendieran un oficio tenía otra función «importante desde el punto de vista económico»: la repoblación de las áreas rurales, sometidas a una pérdida constante de población. «El trabajo de nuestros amparados -se señalaba en un informe de la institución reseñado por Montiel en su estudio- será preferible en la granja, ya que la agricultura se halla siempre falta de brazos, y también por ser la más dispuesta a cicatrizar los defectos que en la organización humana de nuestros patrocinados se ofrecen generalmente por el vicio de su origen», concluía en tono puritano.

...y abusos. Las autoridades no crearon un servicio de inspección que vigilara cómo se cuidaba a los niños. La responsabilidad recaía en los alcaldes, «las juntas de damas» e incluso los párrocos de las poblaciones, que en el caso de Ibiza llegaron a decidir si la leche de una nodriza de Santa Agnès era de calidad y abundante: «La falta de un criterio común y en algunos casos la desidia propiciaron casos de corrupción que hacían que estos niños y jóvenes fueran muy vulnerables a los maltratos físicos, a la explotación laboral y, en algunos casos, a los abusos sexuales», destaca el historiador.

Cuando José Agrés, Lluís Álvarez y Antonio Sánchez, expósitos de la Casa de la Caritat que habían sido acogidos por didos en Ibiza, llegaron a la adolescencia fueron enviados a trabajar al campo en unas condiciones que los tres califican de pseudo esclavismo laboral, un trabajo muy duro y por el que o no se les pagaba o se les dio una escasa cantidad cuando con la mayoría de edad abandonaron esas masías.

Mano de obra «barata y dócil». En el campo se rifaban a aquellos chavales, que como en el caso de Lluís Álvarez eran recogidos por sus «amos» en el patio Maninng de la Casa de la Caritat: «La cría de los expósitos representaba unos ingresos nada despreciables para las familias payesas o pescadores de la zona. Pero, sobre todo, su importancia radicaba en que constituían una importante fuente de mano de obra, barata y dócil», afirma Montiel en ‘Anar per tornar’.

Una inspección realizada en 1920 en Tarragona advirtió de que los payeses solo solicitaban expósitos «para explotarlos». Poco caso hicieron a ese informe porque aquellos jóvenes siguieron siendo mano de obra barata dos décadas después, como sucedió a muchos niños acogidos por las dides en Ibiza, devueltos a la Casa de la Caritat al cumplir los siete años y a los que desde los 14 obligaron a expiar la intemperancia de sus progenitores con una azada en la mano.