Cuando Lluís Álvarez conoció a su madre en 1956 no creyó que, como ella le aseguraba, le hubiera buscado desesperadamente durante 21 años, desde que los separaron poco después de que naciera en la Casa de la Maternitat i Expòsits de Barcelona. De hecho, no ha dado crédito a lo que su madre le dijo hasta 60 años más tarde, cuando a principios de diciembre de 2015 el departamento de Bienestar Social de la Diputación de Barcelona le entregó un dosier con 65 documentos que detallan sus primeros años de vida y que incluyen las cartas que Isabel Álvarez Alonso mandaba reiteradamente a esa institución para saber el paradero de su hijo o, al menos, cómo se encontraba.

Gracias a esas misivas Lluís ha comprendido el tormento que debió de pasar durante dos décadas su madre, que contactó por primera vez con la Casa de la Maternitat el 23 de julio de 1935, solo seis meses después de que le diera a luz. «Soy su mamá», escribió con trazo tembloroso. Lo demostraba dando pelos y señales de su retoño: «Nació el 6 de febrero a la una menos 25 de la noche y lleva el plomo 1.041». Era el número de la chapa que colgaba del cuello de los expósitos que nacían en la Casa de la Maternitat de Barcelona. Para la Administración, Lluís era el niño 59-1.041. Desposeído de su nombre en buena parte de la documentación, se le menciona casi siempre por esos dígitos.

«Era cierto lo que ella me contaba, era cierto que me había estado buscando», admite ahora, con un nudo en la garganta, tras leer unos documentos que durante tanto tiempo le negaron y que gracias a la insistencia de su hija, Maribel, ha logrado recuperar. Lluís Álvarez asegura que cuando hace 60 años conoció a su madre no sintió «nada». Isabel sí se emocionó porque tras dos décadas de búsqueda y fruto de la casualidad acababa de hallar a su crío, del que fue separada en extrañas circunstancias poco después del parto. Él no derramó ni una lágrima en aquel encuentro: «No sentía nada. Ella sí. Coño, si toda la vida había estado solo y había espabilado solo. Ya le dije: tú a tu trabajo, yo al mío».

Tras leer las cartas, Lluís comprende ahora el doloroso trance por el que pasó su madre y el desgarro que le produjo la separación. Pero en 1956 era un joven descreído, curtido por los seis años que residió en Ibiza (desde mayo de 1935 a junio de 1941) cuidado por Catalina Colomar, su dida (mujer que daba el pecho y cuidaba bebés expósitos a cambio de una cantidad mensual de dinero), los nueve años que permaneció intramuros de la inclusa de la Casa de la Caritat y los de Can Frares de Barcelona, y los seis años que trabajó en una finca del Penedès, donde una familia payesa le ´adoptó´ como mano de obra.

Isabel, leonesa de Villafranca del Bierzo que trabajaba de criada en una casa de la capital condal, contó a su hijo que, poco antes de que naciera, su padre falleció atropellado por un tranvía. Ella enfermó de escarlatina en cuanto lo parió, de manera que no le pudo dar el pecho: de eso se encargó la dida número 8 de la Maternitat, según figura en la documentación que acaba de recuperar. «Su madre contaba que tras curarse de la escarlatina, nadie supo decirle dónde estaba su hijo. Pero estaba segura de que seguía vivo», relataba hace tres meses Maribel Álvarez, hija de Lluís, y ahora confirman las cartas incluidas en el expediente del «mozo» Lluís.

«Sin novedad», pero en Ibiza

En su primera carta remitida a la Casa de la Maternitat (el 23 de julio de 1935), Isabel se esfuerza por congraciarse con el responsable de la institución. Como madre, quiere saber cómo está Lluís: «Le agradecería tuviera la bondad de contestarme [...] Solo quiero saber de mi hijo», nacido seis meses antes. Incluso introdujo sellos en el sobre para que quien le contestara no tuviera que gastar ni una sola peseta de su bolsillo ni de la institución.

Le respondieron pocos días más tarde, el 27 de julio de 1935, y mediante una carta mecanografiada remitida a Valls (Tarragona), donde ella trabajaba: «He de manifestarle que el niño Lluís, por quien se interesa, según las últimas noticias continúa sin novedad». Y nada más. La Administración contestaba con absoluta frialdad, casi indiferencia, a una madre que llevaba medio año sin saber nada de su niño.

Pero sí había una novedad: Lluís ya no estaba en Barcelona. El 27 de mayo lo habían enviado a Ibiza para que aquí cuidara de él la dida Catalina Colomar, casada con Joan Torres. Residían en Can Rei (Santa Agnès) y tenían tres criaturas. Acababan de destetar a Catalina, nacida el 13 de octubre de 1934, para que Lluís se pudiera nutrir con su leche a cambio de «45 pesetas mensuales» hasta que cumpliera un año, 25 pesetas hasta cumplir dos, ocho pesetas entre los dos y los cinco años, y 6,25 pesetas de los cinco a los siete años, edad a la que obligatoriamente tenía que ser devuelto a Barcelona (las niñas, a los cinco años).

No tardó Isabel en enviar una segunda carta. «Me veo muy intranquila», señalaba el 5 de agosto de 1935. En ella da pistas de por qué había sido separada de Lluís: había enfermado (posiblemente de escarlatina) y, como consecuencia, «no tenía leche para criarlo» ni a nadie que pudiera hacerse cargo de él ni «sostener» a ambos. También da a entender que su familia le presiona para saber el estado del crío y que la culpan de haberlo abandonado. La respuesta (en catalán) fue similar a la anterior, aunque al «sin novedad» del estado del chaval, añaden una precisión: «Dicho nene no se considera abandonado por usted desde el momento en que se interesa periódicamente por el mismo». Es más, le aseguran que esa misma carta «le puede servir como justificante ante su familia». Y 60 años más tarde ante su hijo. Isabel no desistió. Mandó más cartas en septiembre -especificaba en ella que trabaja en una masía de Valls-, y a principios de octubre. Hay otra, sin fecha, en la que afirma que tiene «una gran necesidad», que le remitan una fotografía de Lluís: «Que mi padre me la pide y no sé qué decirle».

«Confiado a lactancia externa»

No hay más en el expediente hasta pasada la Guerra Civil, cuando Isabel vive en su tierra natal, Villafranca del Bierzo, zona nacional desde el principio de la contienda, al contrario que Barcelona, republicana hasta pocos meses antes de que finalizara. El 22 de septiembre de 1939 envía otra carta (ilustrada con una foto de Francisco Franco en la parte superior izquierda) interesándose de nuevo por su descendiente. La respuesta que le dan supone un cambio cualitativo porque, por primera vez en cuatro años, le informan de que Lluís ya no vive acogido en un establecimiento de la Diputación: «Fue confiado a lactancia externa el 27 de mayo de 1935 y según las últimas noticias continúa sin novedad». No especifican la población en la que se llevaba a cabo esa lactancia externa, si en la misma Barcelona, en otra población catalana o dónde, por lo que cabe imaginar la desazón de la madre: su hijo estaba bien, o eso decían, ¿pero dónde? Una pesadilla. Eso sí, el funcionario fue mucho más explícito en otro asunto, que subrayó, literalmente, al pie de la carta: «En lo sucesivo no se contestarán las cartas en las que no venga incluido el franqueo para su contestación».

De que nunca cejó de luchar por recuperar a Lluís da fe otra carta enviada al presidente de la Casa Provincial de la Caridad de Barcelona el 21 febrero de 1956 en la que, además de referir que fue acogido en esa institución al nacer porque ella no se pudo hacer cargo de él, expone su propósito de contactar con él de una vez: «Deseando recuperar de nuevo a mi hijo y hacerme cargo del mismo, espero verme atendida favorablemente por la bondad de usted». La escribe desde la calle Valencia, 317, de Barcelona, donde residía y trabajaba como cocinera, tal como un «informador», Francisco Ricart, constata en un informe remitido solo dos días más tarde. En él indicaba que Isabel era sirvienta en esa casa de l´Eixample desde hacía cuatro meses: «La tienen por buena mujer, saben que hace los trabajos necesarios para contraer matrimonio con un hombre que está en el pueblo de León». Además, tenía una hija de 14 años que vivía en esa provincia.

Poco hizo la Casa de la Maternitat por ponerlos en contacto... Y mucho la casualidad. Lluís había sido «confiado» a Manuel Huerta Sintas, exboxeador y labriego, «en calidad de mozo de labranza en Guardiola de Font Rubí» desde el 11 de noviembre de 1949, cuando el chaval tenía 14 años, según figura en su expediente. Huerta había pedido a la Casa de la Caritat -por carta remitida el 10 de octubre de 1949- «un chaval con vocación de vida de campo» cuya edad no rebasase «los 13 o 14 años, como mozo de labranza, el cual conviviría en casas como en familia, se le educaría debidamente, instruyéndole en lo que a agricultura se refiere».

Aval del párroco

Sebastián Rosell Vallés, párroco de San Martín Sarroca (en Vilafranca del Penedès), avalaba a Huerta: «Es reputado buen cristiano, por lo que ofrece las máximas garantías para el trato y educación de algún jovencito de ese benéfico establecimiento». El expúgil se hizo cargo de Lluís por un periodo de prueba de dos meses desde las 12 horas del 11 de noviembre de 1949, cosa que aquel niño no sabía, según afirma en la actualidad. Probablemente, de haber conocido ese extremo habría regresado mucho antes a la Casa de la Caritat, ya que las condiciones laborales en aquella masía eran, a su juicio, penosas.

Dos horas antes de aquella ´adopción´, Lluís se personó en las oficinas de la Casa de la Caritat para manifestar «sus deseos de ser colocado como mozo de labranza». Cualquier cosa con tal de salir de allí, de ver mundo. Su firma, propia de un niño, sin trazos seguros, aparece plasmada en ese documento. Cuando fueron a recogerlo al Patio Manning de la Casa de la Caritat vio a Manuel y Asunción tan bien alimentados que no dudó en irse con ellos: «Parecían tan saludables que imaginé que me cuidarían. Pero solo me querían para trabajar».

La pollera y el payés

Pero gracias a aquella ´adopción´, Lluís e Isabel se pudieron reencontrar siete años más tarde. Isabel trabajaba como cocinera en la casa de una mujer llamada Tomasa: «Se hizo su amiga y un día le contó su historia. Tomasa le dijo que sabía dónde estaba Lluís. E hizo una llamada», según cuenta Maribel. Casualidades de la vida, aquella Tomasa era la pollera del Mercat de la Concepció, al lado de la calle Valencia: «Y mi dueño [el propietario de la masía de Guardiola Font-Rubí] y la señora Tomasa tenían sus paradas [del mercado] una al lado de la otra», según Lluís. Eran tan amigos que Tomasa acompañó en 1949 a Manuel Huerta y a su esposa a la Casa de la Caritat para recoger al futuro mozo de labranza.

Tras aquella llamada de Tomasa, Lluís, que ya tenía 21 años, viajó hasta Barcelona para ver por primera vez a su madre: «Al verla no sentí nada». Ella, emocionada, trató de explicarle que siempre le había buscado pero que nunca se lo habían puesto fácil. No creyó a su madre hasta ahora, cuando ha tenido en sus manos las copias de aquella correspondencia que Isabel mantuvo durante años contra el muro de la Administración.