De no saber casi nada de la época en que era un bebé, Lluís Álvarez Alonso ha pasado a conocer incluso cuanto pesó al nacer: solo 2,7 kilos. Y midió: 47 centímetros. Después de más de medio siglo de búsqueda infructuosa de sus orígenes, su hija, Maribel, consiguió en noviembre dar con la institución donde conservan todo su historial como expósito, el departamento de Benestar Social de la Diputació de Barcelona. Sus funcionarios rebuscaron en los archivos hasta encontrar 63 documentos que detallan cómo fueron los primeros años del niño 59-1.041, el número que le asignaron y con el que durante lustros se refirieron a él las administraciones que controlaron su destino. Lluís ha encontrado en esos papeles los datos que tanto ansiaba conocer, como el nombre de la nodriza ibicenca que le acogió y amamantó entre 1935 y 1941 (año en que fue devuelto a Barcelona), y el nombre de la casa payesa donde vivió aquellos años. Su expediente también contiene las cartas que su madre, Isabel, mandaba desesperada a la Casa de la Maternitat para saber el estado de su hijo y su paradero, que nunca le dijeron. Aquellas misivas le han permitido reconciliarse con su progenitora. Ahora ya cree lo que ella le dijo cuando, fruto de la casualidad, se reencontraron en el año 1956: Isabel le aseguró que le buscó desde el mismo momento en que, poco después de nacer y debido a que había contraído la escarlatina, le separaron de él.

Pero esos documentos son, además, cruciales para conocer cómo desde los años 20 y hasta mediados los años 50 funcionó la entrega de huérfanos catalanes a dides pitiusas para que estas los criaran. Detallan hasta el mínimo detalle del procedimiento que se seguía, cuánto percibían las nodrizas por el cuidado de los recién nacidos y quiénes controlaban todo el proceso.

Quizás como consecuencia de aquella escarlatina que alegaba Isabel, Lluís fue entregado a los 13 días de su nacimiento a una dida (la número 8) del Departament de Lactància de la Casa de Maternitat i Expòsits, según figura en uno de esos documentos. El crío pesaba entonces unos 200 gramos menos que cuando nació, pero incluso había llegado a bajar hasta los 2,4 kilos, según su detallado percentil.

De 1935 a 1941 en Can Rey

Antes de perderle de vista durante dos décadas, Isabel tuvo tiempo de inscribirle en el Registro Civil de Barcelona. Lo hizo el 9 de febrero de 1935 y le dio el nombre de Lluís Llucià Pau y los apellidos Álvarez Alonso, los mismos de ella. El padre, al parecer, había sido atropellado por un tranvía antes de que naciera. Según se colige de las cartas que Isabel envió posteriormente para conocer el paradero y estado de su hijo, la Maternitat se ocupó de Lluís mientras ella se recuperaba de la enfermedad que había contraído. Pero la institución, sin contar con la madre, posiblemente debido a su grave estado de salud, decidió a los tres meses enviar al pequeño a Ibiza, adonde partió el 27 de mayo de 1935. Allí, Catalina Colomar y Joan Torres -matrimonio que vivía en Can Rey (Santa Agnès) y que ya tenía otros tres hijos- se hicieron cargo del chaval hasta que fue «devuelto» el 10 de junio de 1941 a la Casa de la Maternitat.

Dos mujeres, Margarita Adrover Colomar (nacida en 1866 en Palma) y su hija, Antonia Verdera (nacida en Ibiza en 1893), se encargaban de traer en barco hasta la isla a huérfanos como Lluís para aquí distribuirlos entre las mujeres dispuestas a criarlos. De los documentos que obran en el archivo de Lluís Álvarez se colige que la elección de los didos era previa a la entrega del bebé. Margarita y Antonia no entregaban los críos a la primera que se encontraran al llegar al puerto de Ibiza. Además, los didos debían pasar una criba. «Para sacar un niño de la Casa Provincial de Maternidad y Expósitos de Barcelona» Catalina Colomar (y por ende cada dida) necesitó una Certificación de Conducta y Sanidad que le fue expedida en Santa Agnès el 8 de mayo de 1935 y que fue firmada por el párroco Vicente Boned, por el alcalde y por un facultativo de la localidad. Los tres confirmaron que la pareja estaba formada por «personas de buena conducta moral». Pero además, certificaban que el último retoño de Catalina y Joan (la pequeña Catalina) había nacido el 13 de octubre de 1934, es decir, que la madre aún podía amamantar a otro. Se hallaba «sana y en circunstancias recomendables para criar un expósito de la Casa Provincial de Maternidad y Expósitos de Barcelona», aseguraban los tres.

«Leche buena y abundante»

En ese documento pautado figuran cuatro advertencias, de las que resultan llamativas las dos últimas: «Cuando no pueda presentarse en esta Casa la misma nodriza que ha de criar al expósito [...] es requisito indispensable, para que pueda entregarse, que el Facultativo añada y exprese en la certificación si dicha nodriza tiene leche buena y abundante». Catalina la tenía. Si Lluís ya hubiera sido destetado, hubiera bastado dar cuenta «de la buena conducta de los solicitantes» y añadir cuál era «el oficio u ocupación de estos». Joan Torres, además de payés, era zahorí, construía norias y producía alquitrán y carbón a la antigua usanza.

Como Catalina no podía desplazarse a Barcelona para recoger a Lluís -de eso de encargaba Antonia Verdera-, el párroco y el médico también certificaron el 8 de mayo de 1935 que «el último hijo de Catalina Colomar», que era la niña Catalina Torres Colomar, estaba «destetada» y que la madre tenía «leche buena y abundante para amamantar a otra criatura». Es difícil imaginar cómo el cura pudo certificar semejante extremo.

Catalina y Joan acogieron a Lluís a cambio de una cantidad fija de dinero que estaba estipulada para este tipo de casos, según se especifica en la pautada Hoja de Lactancia de la Casa de Maternidad y Expósitos de Barcelona del pequeño 59-1.041. En ese documento se indica que desde el 27 de mayo de 1935 Catalina Colomar tomaba «a su cargo la lactancia del niño Luis Álvarez Alonso a razón de 45 pesetas mensuales hasta que este cumpla un año; desde esta edad a la de dos años, 25 pesetas; de dos a cinco, ocho pesetas, y a los varones de cinco a siete años, 6,25 pesetas».

Chicas, cinco años; chicos, siete

Se pagaba por los niños varones desde los cinco hasta los siete años porque ellos podían permanecer más tiempo con sus didos. La nodriza estaba obligada a devolver al crío a la Casa de la Maternitat i Expòsits de Barcelona «en cuanto cumpla los cinco años de edad si es hembra y a los siete años si es varón, si antes no se reclamare».

Los «salarios» se satisfacían por trimestres vencidos. Se pagaban el 4 de abril, el 4 de julio, el 4 de octubre y el 4 de enero. En el año 1935 se abonaron a Catalina y a Joan un total de 344,5 pesetas, una cantidad importante para esa época. Ese capital permitió a muchos didos sortear la pobreza en una época extremadamente dura en la isla en la que la emigración solía ser el único y último recurso para salir de la miseria. Pero en 1936 solo percibieron las cantidades correspondientes al primer y segundo trimestres: 174 pesetas en total (99 y 75 pesetas, respectivamente). El estallido de la Guerra Civil y el hecho de que Ibiza -salvo el breve periodo entre agosto y septiembre de 1936- permaneciera en el bando nacional mientras Barcelona se mantuvo casi todo el conflicto fiel a la República, les impidió recibir más dinero hasta el segundo trimestre de 1939, cuando de golpe cobraron 410,4 pesetas, lo acumulado durante esos tres años de guerra fratricida. En 1940 les abonaron 202 pesetas y en 1941 solo las 80 pesetas correspondientes hasta el segundo trimestre, pues Lluís fue «devuelto» a Barcelona el 10 de junio de ese año. En total, la Casa de Maternitat pagó 1.234,9 pesetas por los seis años en que el pequeño fue acogido.

Los didos debían cumplir nueve requisitos escrupulosamente, so pena de perder la custodia: «Si por razón de la distancia la nodriza no se presenta al cobro con el niño, deberá la misma, o el encargado que lo verifique, presentar esta Hoja de Lactancia, con un certificado del señor Juez o del Alcalde», se advertía en ese documento.

La chapa siempre al cuello

Los documentos obrantes en el expediente sobre Lluís Álvarez confirman la existencia de la chapa identificativa de cada expósito, algo que detalla Carme Maristan en ´Records d´Ibiza´, un relato autobiográfico en el que explica que en el barco en el que viajaba a Ibiza de vacaciones encontró a una mujer de mediana edad que cuidaba de dos bebés «que ni debían tener más de un mes», uno, y «tres o cuatro meses», el otro. Ambos llevaban colgadas del cuello unas pequeñas chapas atadas a un cordón: en la cara había grabado un número (en el caso de Lluís debía de ser el 59-1.041) que servía para identificar a los huérfanos; en el reverso, la imagen de la Virgen del Carmen. Esas chapas tenían vital importancia para percibir trimestralmente la paga, según se recalca en la Hoja de Lactancia: «No cobrará la nodriza que cortase el cordón de plomo pendiente del cuello del niño, y si por su uso estuviese en mal estado, se presentará al señor Juez o al Alcalde para que se sirva acabarlo de romper por su mano, librando luego certificado de ello al dorso de esta Hoja». De hecho, alertaba de que en caso de fallecimiento tampoco cobraría un real «si no se presenta el sello de plomo perteneciente al niño difunto».

Los chavales acogidos pasaban revisiones trimestrales que servían tanto para controlar que eran bien atendidos como para cerciorarse de que no habían sido cedidos a otras nodrizas. No cobrarían, por ejemplo, aquellas dides que «traspasaran a otra el niño que se le ha confiado, [...] sin consentimiento expreso» de la Casa de Maternitat o la que «por negligencia o mal cuidado tenga o devuelva al niño en mal estado, en cuyos casos a más de perder el derecho de cobrar cantidad alguna quedan sujetas a la más estrecha responsabilidad, que se les exigirá ante quien corresponda».

Del buen estado de salud de los huérfanos se daba cuenta en un «certificado de los Sres. Alcaldes, Jueces, Facultativos, etc» pautado. A Lluís no se le menciona en él por su nombre, sino por su número, 59-1041. No un médico, sino el párroco Vicente Boned, se encargó de confirmar que el hijo de Isabel estaba «sano» y «bien cuidado», así como que llevaba «pendiente del cuello el cordón del sello de plomo con atadura». Lo certificó el 28 de junio, el 29 de septiembre y el 29 de diciembre de 1935. El 26 de marzo y el 29 de junio de 1936 se encargó Mariano Ferrer, también presbítero.

Debido al comienzo de la guerra, Ferrer no volvería a firmar hasta el 16 de julio de 1939. La estampó por última vez el 21 de marzo de 1941. Un par de meses después Lluís regresaría a Barcelona, donde comenzaría la segunda etapa de su vida, de nuevo solo, en el orfanato, pese a que su madre seguía buscándolo desesperadamente. Nadie en la Casa de la Maternitat facilitaba el reencuentro.