­Hace 80 años, Lluís Álvarez (nacido el 6 de febrero de 1935) fue enviado a Ibiza desde Barcelona para que aquí fuera cuidado y amamantado por una nodriza. Permaneció en la isla siete años, hasta que fue reclamado por la Diputación de Barcelona. Por mera casualidad, Lluís no conoció a su madre, que al nacer lo depositó en la Maternitat de Barcelona, hasta que cumplió 21 años. Pero le quedaba una asignatura pendiente: saber quién era la familia que le acogió cuando era un bebé, de la que no recordaba ni sus nombres y apellidos ni dónde vivían. Solo se acordaba de haber jugado con una niña, de un pino muy inclinado y de unas chumberas que había detrás de la vivienda.

El jueves de esta semana cumplió su deseo de conocer quiénes habían sido sus didos, e incluso pudo hablar por teléfono con su hermana de leche, Catalina Torres. Su dida se llamaba Catalina Colomar, casada con Juan Torres. En 1935 tenían tres hijos, uno de ellos Catalina, que apenas tenía dos meses de vida, lo que facilitó que Catalina amamantara al pequeño Lluís, llevado hasta Eivissa en los brazos de Antonia Verdera y con una chapa de plomo -con su número y la imagen de la Virgen del Carmen en el reverso- colgada del cuello. Antonia y su madre Margarita traían a la isla a los huérfanos catalanes de la Casa de la Caritat para que fueran criados aquí a cambio de unas monedas: ayudaban a los niños y, de paso, a familias muy humildes.

Maribel Álvarez, hija de Lluís, inició hace un par de meses una campaña para intentar averiguar quién había sido la dida de su padre, una espina clavada que ahora ha conseguido arrancar. Tras contactar con este diario, supo que el método más eficaz era pedir la información al departamento de Bienestar Social de la Diputación de Barcelona, que ayer entregó a Lluís un amplio informe con su historial, incluido quiénes eran sus didos y dónde residió. Al parecer, un amplio equipo de la Diputación, que hace algunas semanas recibió copias de todos los artículos publicados por este periódico gracias a la intercesión de la ibicenca Cristina Ferrer -cuya abuela fue también dida-, se puso manos a la obra para hallar hasta el último dato que obraba en sus archivos sobre Lluís, algo que llegó a extrañar a algún funcionario: «¿Pero quién es este señor para mover a tanta gente?», parece ser que preguntó uno de ellos.

Fue acogido por Catalina y Juan en Can Rey, una casa payesa de Santa Agnès, y no en Sant Josep, como Lluís imaginaba tras haber visitado la isla innumerables veces (e infructuosamente) para intentar localizar sus orígenes. La detallada documentación aportada ayer por la Diputación le puso tras la pista, que completó este diario con una sola llamada a Catalina, residente ahora en Ibiza.

«Mi hermano»

Esta mujer, que lloraba ayer de alegría por el reencuentro, no solo recuerda perfectamente el nombre y los apellidos de Lluís, sino que además lo trata como a alguien más de la familia: «Mi hermano», dice de él. Lo incluye junto a sus otros dos hermanos biológicos y a Lucía, otra niña huérfana catalana que su madre protegió a instancias de Antonia Verdera: «Un día le dijo a mi madre: ‘Sois muy católicos. Así que dadle la vida a esta niña. Si no la acogéis, morirá’. Lucía apenas tenía dos meses». Joan y Catalina quisieron adoptarla: «Pero desde la Diputación de Barcelona les dijeron que era imposible. A pesar de todo, mi padre la trató como a una hija más y la incluyó en la herencia», aseguraba ayer.

Joan Torres, el dido de Lluís, era zahorí, construía norias, hacía carbón y alquitrán en Santa Agnès. De la casa de Can Rey fueron a otra a Sant Mateu, de ahí a otra de Santa Eulària donde estuvo de mayoral y finalmente compró su propio terreno.

«Siempre pensaba en Lluís, en cómo, a pesar de haber pasado siete años con nosotros, no volvía para vernos, cómo no podía acordarse de nosotros», contaba ayer Catalina, que ignoraba que él los había buscado, sin éxito, durante medio siglo. Ayer pudieron hablar por teléfono, un encuentro emocionante tras el que Catalina era un mar de lágrimas. Los clientes de su tienda de Eivissa, conscientes del momento que estaba viviendo, la abrazaban y felicitaban.

La familia de Catalina intentó en una ocasión, a través de un policía, averiguar el paradero de Lluís, pero no tuvieron suerte. Sí hallaron a los padres de Lucía, Pedro y Nieves, pero ella prefirió no contactar con ellos: «Nos dijo que cuando los había necesitado no habían estado a su lado, que nosotros éramos su verdadera familia», según Catalina.

Lluís conoció también otro de los secretos de su vida y de su fisonomía: cómo se hizo la quemadura que tiene a un lado de su cara. «Fui yo -comenta Catalina-. Él estaba sentado en un balancín, le empujé muy fuerte y cayó sobre las cenizas de unas brasas. Una curandera de Santa Agnès le aplicó un ungüento y se curó». Su hermana de leche también recuerda cómo Lluís se rompió un brazo al caer de un muro: «Le curó el doctor Villangómez». Ambas familias han acordado conocerse próximamente en Ibiza.