Si el aprovechamiento de las fibras vegetales en el medio rural fue una labor que se mantuvo hasta los años 50 del siglo pasado, hoy sólo la encontramos de forma testimonial, para que no se pierdan artesanías que son parte inseparable de nuestra cultura popular. Esta precaria situación motiva estas rayas. Y también mis propios recuerdos, pues yo también las calcé desde muy pequeño. La primera vez, sin embargo, que llamaron mi atención fue en una insólita escena que presencié, cuando vivía en Sant Joan. La protagonizó un payés del que ya he hablado en alguna ocasión, es iai Marçà, un hombre curtido que vivía en una cueva junto al mar, frente a s´Illot des Canaret, en la cerrada cala que, junto al caló des Porcs, queda en el poniente de la Punta de Xarracó. Andaba siempre descalzo y la callosidad de sus pies era como la mejor suela de zapatos. El iai Marçà sólo se calzaba en días señalados, cuando venía al pueblo para asistir a misa.

Llegaba descalzo a la plaza -las alpargatas colgadas del cuello por los cordones- y sólo se les colocaba, como prueba de respeto, para entrar en la iglesia. Si al entrar en el templo las mujeres se cubrían la cabeza y los hombres se la descubrían, es iai Marçà se calzaba alpargatas. Le vi hacerlo en dos ocasiones y me impresionó. Fue cuando descubrí que yo también llevaba alpargatas. Desde entonces les tengo especial aprecio, aunque en ello influyó otra circunstancia. Sucedió que el nuevo destino de mi padre nos hizo bajar a la ciudad y quiso la casualidad que, viviendo en el cuartel de la Benemérita, en la calle Azara, tuviera una alpargatería en la puerta de al lado. Recuerdo que, cuando me cansaba de jugar en la calle, me gustaba ver al espardenyer picando, cosiendo y apretando con fuerza las suelas de esparto con la precisión que da la costumbre. Estoy seguro de que hubiera podido trabajar a ciegas. Lo hacía sobre una banqueta, una guisa de pupitre con el tablero caído hacia fuera. Hoy, como recuerdo, tengo colgado en mi casa un par de espardenyes esmorrellades -sin morro, abiertas por delante-, que hace muchos años les compré a ses Jonqueretes. Siguen pareciéndome una obra de arte.

´Temps de ses espardenyes´

Un anciano espardenyer al que hace tiempo visité con don Pep, mossènyer de sa Cala, me habló con nostalgia del temps de ses espardenyes y con una grabadora recogí lo que sigue: «En un passat no massa llunyà, l´ús de sabates es trobava molt restringit, era cosa de sa gent de Vila.

Es pagesos teníem ses sabates des casament, però només les empràvem en dies de festa, per anar a missa, per Nadal i per Tots Sants. I com que no hi havia costum de dur-ne, els peus dins ses sabates eren ocells engabiats. Portar sabates era com complir una penitència». Enseguida, nos señaló un rincón del porxo donde aún tenía su banqueta de trabajo y con ella arrancó sus explicaderas: «Aquesta taula se´n diu cavallet. Es llistó que té a sa part de baix impedia que cap eina caigués a terra i sa fusta que hi ha al mig des banc és s´estaqueta. Es forquet amb palanqueta que veieu as final de sa taula es s´estrenyedor. El que fèiem era això: recolzàvem sa sola a s´estaqueta i, en quedar fixada, portàvem a s´estrenyedor es fil que entravessava sa sola i amb sa palanqueta l´estrenyíem. Quan més s´estrenyia, més forta quedava sa sola. I tot aixó es feia sense deixar de donar maçades a sa sola. Però tornem al principi perquè no us he dit que sa feina començava fent sa corda, sa llata d´espart o cànem, que solia ser de cinc camades. Amb sa corda fèiem sa sola que havia de tenir un dit d´alçada i sa llargada des peu, enrevoltant trunyella de defora cap en dins. Amb 5 o 6 voltes en sortíem. Tot seguit, l´estrenyíem d´es costats i la cosíem amb una agulla llarga, de través, de costat a costat, estrenyent es fil como ja us he dit. Fixeu-vos! -y nos muestra el dedo meñique de la mano derecha-, es tort de fer força amb es fil! També era costum posar quitrà a sa sola i una llauneta de ferro que en dèiem talpa a sa puntera i a sa talonera per fer més resistent s´espardenya».

A continuación, le pregunto si era fumador porque veo lo que parece un cenicero y no puede evitar la risa. «No, home, no. Això és es posador d´ullets». Y de una caja de madera saca algunas herramientas y nos enseña un punzón: «És s´agulla espardenyera per cosir sa sola. Pes forat que hi a s´extrem s´enfila es fil». Saca luego unas tijeras grandes y una pequeña maza, es xamarit. «S´utilitzava per picar sa sola, aplanar-la i per igualar-la amb sa seva parella». Y nos aclara para qué servían los números grabados en un lado de la mesa: «Serveixen per mesurar sa corda. Així surten ses soles des número que vols i ben aparellades». Cuando le pregunto cómo tomaba medidas, me dice que con una caña que tenía muescas para los distintos tamaños, pero que también era importante fijar la anchura del pie. Finalmente, me intereso por el tiempo que tardaba en hacer un par de alpargatas. Responde que, más o menos, 4 horas y continúa con su explicación: «I encara ens queda sa part més difícil, fer sa coberta i sa talonera que havien de ser de pita, amb cordella fina de tres camades. Sa talonera es feia amb es talonador, una peça de fusta que tenia sa forma des taló. I sa capella, que cobria per davant s´espardenya, es feia col·locant una fusta que en dèiem cavalleta, sobre dos petites estaques que donaven a sa coberta s´alçada prevista, una a sa puntera i s´altra al darrere o enmig de sa sola. Per acabar, es cosia un cordó que anava de sa talonera a sa coberta i altres dos cordills sortien de sa talonera per lligar-los a ses cames».

Y así acabó la lección. Mi conclusión es que hacer un par de alpargatas tenía y tiene su qué. Si el lector quiere comprobarlo, lo mejor es que acuda a donde todavía se hacen y vea al espardenyer trabajar en vivo y en directo.