Llega el verano y con él, además de los vendedores ambulantes de water melon y de CD piratas, los ´artistas´ del amontonamiento de piedras. En Mallorca y en Menorca han surgido movimientos en las redes sociales contrarios a esta supuesta actividad creativa y partidarios de que se controle. Para Francesc Roig i Munar, doctor en Geología y consultor ambiental de Qu4tre i Axial, esas creaciones improvisadas pero tan de moda como colgar candados en los puentes, «carecen de sentido», entre otras razones porque «pertenecen a otras culturas y aquí se han descontextualizado». Pone como ejemplo las áreas de ses Salines, es Cavallet y ses Illetes.

Roig recuerda que la costumbre, más propia de religiones asiáticas, se exportó a Ibiza y desde aquí al resto del Mediterráneo y Canarias, donde hay zonas que parecen auténticos parques temáticos de acumulaciones de piedrecitas. Al final de ses Illetes (Formentera), por ejemplo, hay zonas de ese paraje semidesértico por donde apenas queda espacio entre montones y montones.

«Alteración y banalización»

«Con su continuada acumulación se generan problemas de alteración y banalización del paisaje, de aquel que precisamente buscamos por su belleza para posteriormente alterar con montoncitos», advierte el geólogo menorquín.

Pero a Roig le preocupa, más que la estética y la nula oportunidad de esa demostración artística o religiosa, las consecuencias que esa moda tienen en la naturaleza, que no son pocas: «Se alteran suelos y morfologías a escala muy local, pero su continuada modificación a base de retirar y amontonar piedras ocasiona impactos por pérdida de suelo y generación de microerosiones, especialmente agravadas en los períodos de viento y de lluvia».

Además, el doctor en Geología, que ha estudiado profusamente las características del territorio pitiuso, señala que esa práctica provoca «una alteración de la flora asociada a esos espacios pedregosos y de suelos escasos». Consecuentemente, lo que aparentemente son inocentes cúmulos también tiene efectos «en la fauna y los insectos que utilizan estos espacios pedregosos como hábitat».

Desestructuración del suelo

En ese sentido, Francesc Roig advierte de que «aunque la erosión del suelo parezca insignificante, el uso de piedras para crear montones -algunos de gran altura y decorados con la basura que hay en los alrededores- genera una desestructuración del suelo. Su hueco, en principio, debería ser ocupado por suelo, pero este, además de escaso, es más susceptible de perderse con las lluvias y el viento».

Las piedras, tanto cantos rodados como restos de marès, esparcidas por la península de ses Salines, que a simple vista pueden parecer inútiles, tienen una función específica, recuerda el geólogo: «También crean espacios pequeños de humificación y protección de suelos».

Hasta piedras de paredes secas

Francesc Roig i Munar avisa de que «en algunos casos en que ya no había suficientes piedras tiradas en el terreno, se han llegado a desmontar las paredes secas cercanas para crear esos amontonamientos».

El geólogo menorquín también critica el caso de las esculturas realizadas en canteras de marès, como las que se ven en el litoral de ses Salines: «Es evidente que desestructuran paredes de dunas fósiles poco cohesionadas y generan la reactivación de procesos erosivos a microescala que generan la erosión en períodos invernales. De hecho, es en invierno cuando se dan los mayores daños erosivos, fruto de las acciones del verano», alerta el geólogo. «Las canteras -añade Roig i Munar- forman parte de un patrimonio cultural, al tratarse de un elemento asociado a la construcción, que lejos de mantenerse se deterioran de forma continuada».