Miles de personas patearon recientemente la Ibiza medieval lúdica, consumista y pseudo histórica en la que se venden (a precio de oro) ricas patatas fritas y chocolates (que no llegaron a Europa hasta después del descubrimiento de América) y cuyas calles están decoradas con escudos que ni remotamente se parecen a los de las principales casas ibicencas medievales. El zoco, perfumado por anacrónicos chorizos criollos a la brasa o el sabroso aroma del foráneo pulpo a feira, es el protagonista de la feria.

Los vestigios históricos son lo de menos. Pero están ahí, ocultos tras el enorme decorado en que se convierte Dalt Vila temporalmente. Se hallan, por ejemplo, tras los gruesos muros de la catedral. Quien mejor conoce la huella dejada allí durante el gótico es el canónigo e historiador Francesc Xavier Torres Peters, quien justo al entrar al templo señala, a su derecha, el primer resto medieval: una pila de agua bendita de mármol. En el fuste helicoidal -con base clásica y capitel a modo de soga- hay una inscripción que corresponde al escudo del donador (los Lladó; un árbol representa a su familia) y el año en que fue labrada, 1488. Peters cree que el mármol llegó a bordo de un barco que, procedente de Génova, cargó sal en la isla.

En la capilla del Santísimo, al lado del Museo Diocesano, el canónigo muestra la segunda joya medieval, una enorme pila bautismal construida de una sola pieza en roca de conglomerado. De alrededor de 1,2 metros de diámetro, se bautizaba en ella por inmersión. Inicialmente se encontraba en la capilla de la entrada, empotrada a ras de suelo y tapada con un cajón de madera que solo se abría si había un bautizo. Fue trasladada a su nuevo emplazamiento cuando se abrió el Museo Diocesano. Peters cree que o pudo ser traída desde Cataluña, donde ha encontrado varias similares de los siglos XI y XII, o que fue allí instalada en el XIII, cuando se fundó la parroquia.

Un avestruz en el suelo

Los parroquianos que se sientan en los últimos bancos de la catedral pisan, sin percatarse, valiosos restos medievales mientras asisten a misa. Como la lápida de mármol de la familia Vidal, ubicada frente a las capillas de San Ciriaco y San Pedro: «Eran notarios, gente de categoría», dice Peters a lo capitán Alatriste. En la losa está grabado el escudo de la familia, en el que destaca un exótico avestruz, idéntico al de la pila bautismal medieval de la iglesia de Jesús, añade el clérigo. Peters cree que «en vez de tanto postizo, tantos escudos y referencias ajenas a la isla», las calles de Vila deberían ser decoradas estos días con la heráldica ibicenca, muy abundante y bien documentada. Pero en vez de con la torre de los Tur o con la balanza de los Balanzat, son adornadas con aguiluchos imperiales o caballos de Troya. El historiador no daba crédito cuando, hace unos años, las consumiciones de la Ibiza Medieval se pagaban en maravedíes: «Aquí no los hubo nunca. Libras, sueldos y dineros, sí».

Al otro lado de la nave, entre las capillas de la Inmaculada y San José, hay otra lápida, esta con un árbol que ocupa casi todo el escudo de los Arabí y fechada el 9 de junio de 1437. Ese Arabí era el batle del arzobispo, supervisor de los señores que impartía justicia y recogía diezmos. Este y otros restos de los siglos XIV y XV demuestran, según el canónigo, que en aquella época Ibiza «fue próspera». Su propósito es que algún día sea retirada, junto a la de Vidal, y colocada en una pared del museo para que no se erosione con las pisadas ni con el roce de los bancos y para que los productos de limpieza no la dañen poco a poco.

Conocedor de cada recoveco del templo, se detiene un segundo junto a la capilla de la Dolores: tras una cortina se accede a un muro donde hay dos capiteles del siglo XIV en los que están representados dos evangelistas. Pero donde más se recrea Peters es en la siguiente capilla gótica, la de San Miguel, adonde ya no pueden acceder los visitantes. Allí hay que mirar al techo, donde en la clave labraron al arcángel que da nombre a ese recinto y que en la escena somete a un dragón. Sus capiteles -que posiblemente fueron policromados- se salvaron del deterioro y la destrucción gracias a que ese lugar albergó durante mucho tiempo el coro. En ellos se representa el juicio final: en el de la izquierda, Jesús aparta a las cabras; en el de la derecha, a las ovejas, tal como se dice en el Evangelio. En otra de las esquinas de la sala, un tercer capitel recuerda la duda de Santo Tomás, mientras en la cuarta los ángeles elevan a los cielos las almas de los bienaventurados. A falta de lectura, «esas esculturas servían como pequeñas catequesis para los creyentes. El cura les explicaba los evangelios a partir de esas imágenes», detalla Peters.

La espada y las llaves del cielo

No acaban ahí los restos góticos de esa capilla, «la que mejor representa el ambiente de la época medieval», a juicio del historiador. Abajo, junto a una puerta de piedra de siete siglos de antigüedad, hay otros cuatro capiteles: en uno hay la imagen de San Pedro, que porta una deteriorada llave para abrir el cielo; en otro, San Pablo, espada en mano; en un tercero aparece la asunción de la Virgen, mientras en el cuarto labraron su coronación. En una de las paredes cuelga, además, la rueda de campanas (carillón), una pieza del siglo XIV o principios del XV que se sustenta en una viga de sabina. Y debajo está el armario de las reliquias, de principios del XV, «típica carpintería gótica que fue labrada con cenefas de motivos vegetales y que aún conserva sus herrajes medievales», destaca Peters.

A través de un pasadizo coronado por un arco ojival, se accede desde allí hasta la capilla de San Juan, ahora usada como sacristía, una estancia donde los capiteles no están tan bien conservados. Allí está la piscina, parcialmente tapada por un mueble. Se trata de una pila con desagüe donde el cáliz era purificado con agua.

En la capilla mayor, aún blanqueada, Peters cree que la clave oculta la imagen de una Virgen. Y posiblemente más secretos. En la capilla de San Miguel no aparecieron hasta que se eliminó el enyesado. Peters dibuja en el aire la línea imaginaria por la que, bajo el suelo y de lado a lado del presbiterio, transcurre la muralla árabe. Se accede hasta ella a través de una trampilla situada en el actual coro.

Si fuera por Francesc Xavier Torres, hace tiempo se podría visitar tanto ese tramo como todo el rastro dejado por el medievo. Sobre todo la joya de la corona: el campanario. Hace años propuso al Ayuntamiento adecentar los accesos y habilitar los medios necesarios para que se realizaran visitas guiadas por grupos. Hubo un sí inicial de la alcaldesa de turno, pero nunca más se supo de ese proyecto. Buena parte de los turistas que estos días suban a Dalt Vila creerán que los ambientadores de rosas son un legado de aquella Ibiza medieval, pero desconocerán que en las paredes de ese campanario de la catedral se conservan numerosos grafitis cincelados hace siete siglos con los nombres de Joan Tur o de Toni Joan, una cruz labrada en torno a un círculo, un cáliz...

Al campanario se asciende por una empinada escalera de caracol jalonada por aspilleras. Desde uno de los niveles exteriores se pueden observar las huellas de las antiguas bóvedas góticas. En el siglo XVII ya amenazaban ruina, de manera que en el XVIII bajaron su nivel. De aquellas bóvedas medievales sí quedan restos visibles en la sala del reloj. Un nivel por encima se encuentra el campanario, que según Peters conserva el entramado de vigas original.

Para acceder al pináculo desmochado que corona la torre hay que abrir un pesado portón sujeto con pestillos. Lo coronaba, hasta finales del siglo XVI, una veleta y un ángel... caído a base de rayos y más rayos que, por su posición estratégica y elevada, atraía el campanario como un imán. Cansados de que cayera, en el XVIII lo sustituyeron por una bola de piedra (sobre ella colocaron una cruz de madera construida con el árbol de un barco), que al poco tiempo también derribó un rayo. En la actualidad, esa esfera se encuentra a las puertas del templo. Desde entonces sigue desmochado. En ese pináculo, desde lo más alto de Vila, siete siglos y una feria medieval postiza nos contemplan estos días.