Me llamo Amin y quiero escribir sobre mi vida. No sé por dónde comenzar, ni cómo expresarlo con palabras, pero tengo que escribir porque éste es uno de mis sueños». Así empieza ´La vida es la vida. Yo soy gracias a ti´, el primer libro que escribe, y también lee, Amin Sheikh (Bombay, 1980). El autor presentó ayer por la tarde su autobiografía en la librería Hipérbole. «Mi historia es la de miles de niños que viven en la calle en la India», afirma Sheikh. Su siguiente sueño no es convertirse en escritor, sino que con el dinero que recaude con las ventas de su obra, traducida en ocho lenguas, abrirá una cafetería-librería en su ciudad natal donde ofrecerá trabajo a los jóvenes, «no menores de edad», que han vivido en el mismo orfanato que fue su hogar cuando era un niño: Snehasadan (que significa casa de amor).

«¿Qué ocurre con los niños que salen del orfanato? Viven en la calle porque no tienen estudios para ganarse la vida?», critica Sheikh. Un día decidió que era hora de hacer algo por cambiar la sociedad y pensó que él aportaría su granito de arena con una cafetería-librería donde ofrecería trabajo a jóvenes y donde cualquier persona podría tomarse un café y una chocolatina a un precio decente, «no solo los ricos». «Todo el dinero que obtenga con la venta de mis libros los destinaré a mi cafetería Bombay to Barcelona», asegura Sheikh, que trabaja como taxista en su ciudad natal. La ciudad condal es para él su segunda casa y de Cataluña son la mayoría de los clientes que se han convertido en sus amigos. «Un día conocí a una doctora [Marta Miquel] que me contó que había publicado un libro para recaudar fondos para conseguir electricidad para un hospital. Entonces me di cuenta de que yo podría escribir mi vida para conseguir mi sueño», señala. El camino hacia ese sueño comenzó el 1 de diciembre de 2010, cuando se da cuenta de que a pesar de las «malas» personas que han pasado por su vida, hay otras «buenas» que han marcado la diferencia y hacen este mundo un poco mejor. Ese día comienza a escribir su historia, la historia de un niño que a los cinco años comenzó a trabajar.

Su primer empleo, a los 5 años

A esa edad también dejó su casa y vivió en la calle hasta los ocho años. «Mi madre se casó con un hombre que no conocía. Era alcohólico y me pegaba. Era una situación muy difícil para mí y decidí abandonar a mi madre y a mis dos hermanas», relata el escritor. Tampoco tuvo suerte en su primer empleo en una tetería. Su jefe le golpeaba cada vez que rompía un vaso. Huyó tras romperlos todos. En la calle su único objetivo era sobrevivir, ya fuese buscando comida en la basura, reciclando restos o pidiendo limosna. «No soy el único superviviente. Es lo habitual en los niños de la India», insiste. «No es fácil borrar las cicatrices de la vida», agrega. La confianza en las personas la recuperó gracias a una monja que conoció en 1988: La hermana Seraphine. Gracias a ella, el orfanato Snehasadan se convirtió en su hogar. «Allí me di cuenta de que no era el único niño que había huido de casa», escribe Sheikh en su libro.

Si en su niñez la hermana Seraphine fue su salvación, un artista, Eustace Fernandes, se convirtió en su «héroe». «Él cambió mi vida y eso que cuando nos conocimos yo no hablaba inglés ni él tampoco mi idioma», bromea. Sheikh comenzó a trabajar para Fernandes en Bandra en junio de 1998 y se convirtió en su mano derecha. Le enseñó a conducir un taxi y también le hizo el mayor regalo de su vida: «un viaje a Barcelona». «Yo venía del desorden y esta ciudad para mí representaba el orden. ¡Podía respirar en el tren! En Bombay millones de personas circulan en el interior y sobre los vagones, es imposible respirar», asegura.

Sin embargo, le sorprende que a pesar de que a los niños de Barcelona -y de Europa en general- no les falta de nada, no sonríen como los de la India. «Si a un niño de Bombay le das una chocolatina, le has alegrado el día. Aquí, los niños te piden más», expresa. «El mundo no está yendo hacia la dirección correcta. Mi libro es mi forma de cambiar la sociedad. No escribo por escribir», explica. «Tenemos alimentos para todos y espacio para todos, pero lo único que hacemos es poner una etiqueta a las cosas», reflexiona. «Yo no soy Dios ni una máquina, pero haré lo que pueda para cambiar el mundo. La bondad es como un imán: atrae más bondad. Yo seguiré mi camino, con o sin ayuda», concluye.