Quince minutos antes de comenzar la procesión del Santo Entierro, el interior de la catedral era un bullicioso hormiguero. Volaban los capirotes y los cirios, y raro fue que alguno no acabara en ojos ajenos. Un frenesí al que el obispo, Vicente Juan Segura, puso fin tres minutos antes de las ocho, cuando micrófono en mano se dirigió a los presentes: «Vamos a intentar hacerlo bien, perfecto [...] Bien hecho puede fortalecer la fe de la gente, tantísima que hay allí fuera», pidió. Impuesto el silencio, el obispo advirtió del peligro que acechaba: nada menos que «el demonio», «una persona» dispuesta a ponerles la zancadilla para que luego arreciaran las críticas contra ellos, avisó Vicente Juan Segura, que les recomendó «no parar más de lo necesario» para así no acabar a las tantas. A aquellos que se toman el Viernes Santo como algo festivo, el obispo les recordó que en un día como este «ni se toca el órgano ni suenan las campanas». Es un día «sobrio». Y las cofradías debían ser «una sola», no siete.

De rodillas

A las ocho de la tarde comenzaron a salir, de una en una, las siete imágenes, siguiendo el orden representativo de la Pasión, algo difícil al comienzo dada la muchedumbre congregada en el interior del templo. La primera, la del Padre Jesús Cautivo, tiene 400 kilos de peso y fue llevada en andas desde la capilla del Santísimo por 21 cofrades en tres filas de siete. Es un paso granadino, ya que es levantado con los dos hombros por los miembros de la cofradía, nueva este año, la séptima ya de Ibiza. El Jueves Santo se estrenaron sacando la imagen ¡de rodillas! de la iglesia de Santa Cruz para que no se golpeara con el arco de la entrada. Un sobreesfuerzo compensado por los aplausos de los asistentes a la procesión. Nada más traspasar el umbral, Brígida Caballero cantó saetas al pie al paso de la imagen. Ayer, desde un balcón cercano al Rastrillo.

Por la mañana, el Cautivo fue decorado con 1.500 claves rojos. En la parte frontal, junto al llamador y casi tapadas por los claveles, había tres pequeñas imágenes: la de los padres del presidente de la cofradía, Vicente Nadal, y la del padre del capataz, José Manuel Gallego, a los que así rindieron homenaje. Para Gallego, una de las principales dificultades de la procesión es pasar la entrada de la Catedral: «Va muy justo», asegura. Solo quedan cinco centímetros a cada lado. No hay que fallar, no se permite ni un tropiezo, mucho menos con el peligroso escalón de la entrada. La corona de espinas casi tocó la base del órgano de la catedral.

Agachados para pasar

Le siguió el Jesús del Gran Poder, decorado con rosas amarillas y lirios. Cuatrocientos kilos a hombros de 24 hombres que, a cara descubierta, portan esa madera de cedro policromado obra del escultor Jesús Méndez Lastrucci. El paso más largo lo tiene complicado para girar en el interior de la atestada catedral.

Los portadores de la parte trasera rozan con los riñones el podio donde suele reposar el Cristo Yacente, tan angosto es el pasillo por donde deben salir. La cruz que arrastra el Nazareno, además, es tan alta que los obliga a un esfuerzo titánico nada más llegar al arco de la puerta: poco a poco se agachan y pasito a pasito atraviesan ese obstáculo.

Una veintena de costaleros sacaron luego al Santo Cristo de la Agonía, trasladado ayer por la mañana en vía crucis hasta la catedral. Lo celebró el obispo por ser su décimo vía crucis en Ibiza, el mismo número en el caso de la procesión del Santo Entierro. Poco después de llegar, el Cristo fue colocado en su paso, aparcado en la capilla del Santísimo y que fue adornado con 1.000 lirios morados. Para levantar sus 600 kilos se ha de colocar con tiento y cuidado el costal en la cabeza: ha de estar firme a la altura del puente entre las cejas, mientras el morcillo debe caer justo en la primera vértebra. Uno de los costaleros llevaba uno genuino, confeccionado a partir de un saco de Café de Brasil. Esta cofradía ni danza ni mece la imagen, sino que anda la marcha. «Sin balanceo, señores», advertía el contraguía a los costaleros cuando se aproximaban a la puerta de caoba. «Vamos un poquito a tierra», añadió mientras la cruz se libraba por los pelos de arañar el arco, no así un farolillo, que lo rozó.

Al Cristo de la Agonía le siguió la Virgen de la Esperanza, cubierta por un manto verde y portada por 18 mujeres a cara descubierta guiadas por la capataz Nieves García y la contraguía Lina Domínguez. Delante, tres manolas. Por la mañana, el paso fue decorado con 300 rosas blancas.

2.000 claveles para La Piedad

Ubicada junto a la capilla del arcángel San Rafael, los cofrades colocaron por la mañana 2.000 claveles rojos y blancos y dos ramos (uno de flores blancas y otro de rosas rojas) en La Piedad, un paso de 600 kilos llevado a varal por 18 portadores. Procede de Sant Elm, donde al sacarlo tienen que hacer un gran esfuerzo para que sus 3,3 metros de altura no rocen la parte superior de la puerta lateral, que solo es 20 centímetros más alta. Los capataces son dos hermanos, José Jiménez (al frente) y Jordi Jiménez (detrás), que ayer se cuidaban de que sus portadores llevaran bien colocado el morrillón. Tras correr un banco, fueron los siguientes en salir, precedidos por medio centenar de cofrades ataviados con capirote y túnica blanca y capa granate. Para atravesar la puerta de la catedral, primero han de bajar la Piedad a los brazos, para después subirla a pulso hasta los hombros. Tras ellos atronaron los tambores nada más salir a la plaza, atestada de fieles.

La penúltima en salir es la imagen de la Virgen de los Dolores, que aguardaba en la capilla del Corazón de Jesús. Ataviada con manto negro y rodeada de flores blancas, acompaña en la procesión al Santo Cristo Yacente. Ayer llevaban crespones negros en cada farolillo y en el estandarte por la muerte de su presidente, Vicente Tur Roselló. Fue sacada con extremo cuidado para que su corona no se golpeara con la parte superior de la entrada, donde fue bailada. Da justito para pasarla.

Una capataz al frente

El último fue el Cristo Yacente, que salió desde la capilla de San Antonio Abad. Dos mil claveles rojos rodeaban la urna. Lo llevaban a hombros una veintena de portadores dirigidos por la capataz Mercedes Escandell, la única bajo un capirote, pues los demás visten traje. Detrás, el obispo, el conseller de Economía, Àlex Minchiotti, y la alcaldesa de Vila, Virginia Marí. En cuanto salió, se hizo el silencio, para después escucharse el ´Toque de silencio´ por un corneta y, a continuación, el himno nacional. Toda la comitiva tardó 55 minutos en abandonar la catedral, en la que solo quedaron sor Emma y sor Claudia, guatemaltecas de la Congregación de Marta y María, para cuidarla.

A lo largo del descenso hasta el paseo de Vara de Rey (a 1.600 metros y adonde llegó la primera imagen alrededor de las 22.30 horas), las cofradías se encontraron con miles de ibicencos. Formidable destreza, por cierto, la del tambor que cerraba la Agrupación Musical del Santo Cristo Yacente, que ni siquiera llegó a rozar la cara (pero estuvo cerca) de quienes se agolpaban en la estrecha calle Major. El Eccehomo y el Santísimo Cristo del Cementerio se sumaron a la procesión cuando esta pasó por el Convent, a las 21.50 horas.

Cuando todo parecía acabar en el paseo de Vara de Rey, cuando la mayoría de los asistentes regresaban ya a casa tras haber vivido unas tres horas de procesión, para algunas cofradías empezó un calvario: las de Nuestra Señora de los Dolores, Nuestra Señora de la Piedad y la del Santo Cristo Yacente debían regresar hasta la catedral. Esta vez, cuesta arriba. Volvieron casi solos, cansados tras el extenuante descenso, pero aun así imprimiendo un ritmo más alto para acabar cuanto antes con ese sufrimiento.

Aunque la Virgen de los Dolores llegó antes, sus miembros aguardaron dentro de la catedral hasta que entró la imagen del Cristo Yacente. Nada más penetrar, los portadores inclinaron el paso de la Virgen como reverencia, para luego equilibrarla. Después, ambas, una frente a otra, bailaron. Solo entonces dieron por acabada la procesión. Sus cofrades aseguran que ese es uno de los momentos más emotivos de una noche en la que no se tuvieron noticias del demonio que tanto temía el obispo de la diócesis.