Esos cañaverales esbeltos y densos que se cimbrean con el viento en los torrentes de Ibiza parecen embellecer el paisaje y ser un elemento característico de estos hábitats. Y, sin embargo, las cañas representan una grave amenaza para la biodiversidad y, de hecho, están consideradas como una especie invasora que debe ser erradicada. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) la considera como una de las 100 especies invasoras más peligrosas y nocivas a escala mundial por su capacidad de desplazar a la vegetación autóctona.

Llegada desde el norte de la India y Nepal a Europa, la caña Arundo donax está presente en Ibiza desde el siglo XVI, por lo que se trata de una vieja conocida en la isla. «Lo que sucede es que antes los payeses iban cortando los cañaverales periódicamente y aprovechaban las cañas para múltiples usos: para las tomateras, construir corrales, cestos,... y, además, luego quemaban las cañas cortadas», comenta el biólogo Joan Carles Palerm.

Daños en los torrentes

Esas actividades mantenían las poblaciones de caña bajo control, pero desde hace unas décadas están expandiéndose de forma desaforada por torrentes y otras zonas húmedas. En el río de Santa Eulària, por ejemplo, se observan los nocivos efectos de estos cañaverales. Por una parte, «el gran volumen de caña muerta, arrancada o desprendida de los taludes se deposita en el lecho y cuando hay tormentas todo ese material es arrastrado y queda atascado en puentes o pasos subterráneos», explica Palerm. Además, cuando hay mucho volumen de caña creciendo los taludes de un torrente o en el río, su propio peso provoca el desprendimiento de ese talud y deja el terreno expuesto a la erosión. Eso sucede porque la caña es rígida y no se dobla cuando llega una avenida de agua. En cambio, el canyís autóctono de Ibiza -que es una caña más pequeña y flexible- sí se dobla ante la llegada de riadas y por ello no se arranca ni desprende fácilmente, conservando el suelo.

Pero tanto el canyís, como el junco, la adelfa (baladre), el sauzgatillo (aloç) o el mirto, además de otras plantas propias de los torrentes, van viendo colonizado su espacio por la caña, que no les deja literalmente sitio en el que crecer. «La biodiversidad va reduciéndose por su culpa», afirma Palerm, quien indica que la proliferación de cañas y la consiguiente reducción de flora autóctona se observa también en es Torrent des Jondal (Sant Josep), en algunos puntos de ses Feixes, además de en fuentes naturales como sa Font des Verger (Sant Josep) o sa Font des Turs (Sant Miquel), donde también muchas aves estan viendo limitada su presencia al no encontrar el alimento que le proporcionan algunas plantas. «Además, las cañas secan la fuente y no dejan sitio para acceder», añade el biólogo, que destaca el peligro que ello supone para el sapo balear, que en Ibiza está en peligro de extinción y vive precisamente en fuentes como esas.

Plan piloto en Santa Eulària

Frente a esta situación, varias administraciones impulsaron en 2010 un plan piloto para el control y erradicación de la caña en el río de Santa Eulària. El Ayuntamiento, el Govern y el Plan Leader, en colaboración con la Fundació Deixalles, llevaron a cabo durante casi un año un proyecto mediante el cual se cortaron los abundantes cañaverales y se aplicaron sistemas para impedir su regeneración.

El trabajo, explica Palerm desde su despacho en la Fundació Deixalles, no fue fácil, puesto que la caña tiende a rebrotar enseguida. Por ello, hubo que aplicar de forma reiterada (hasta en cinco ocasiones sucesivas) un herbicida sobre todos y cada uno de los tocones de los tallos cortados, «lo cual es un trabajo enorme». Pero de este modo se consiguió que los brotes nuevos fueran reduciéndose cada vez más hasta prácticamente desaparecer.

Sin el citado herbicida y sin una aplicación reiterada en los primeros meses, la eliminación de las cañas es imposible, recalca el responsable del proyecto.

Este plan piloto, que ha dado «muy buenos resultados», costó unos 70.000 euros en total, a razón de entre 22 y 34 euros por metro cuadrado. Dado que ello incluye la trituración de las cañas y eso supone parte importante del coste, Palerm destaca que si se hubiera optado por no triturarlas, el precio habría bajado hasta los 5 euros el metro cuadrado, mucho más asumible. «Además, el coste en años posteriores es ya prácticamente nulo, porque basta un mantenimiento anual, cortando los brotes un día cada tres meses», añade.

En la zona de Can Planetes, por ejemplo, cerca de la desembocadura del río de Santa Eulària, ha pasado de haber hasta 55 cañas por metro cuadrado a solo 3,8 ejemplares, que además, a la larga, acabarán desapareciendo.

Al liberar de cañas un torrente o el río de Santa Eulària -solo se actuó sobre un tramo de menos de 500 metros de longitud en su curso final- se consiguen varios beneficios, tal y como se explica en el informe sobre los resultados obtenidos. En primer lugar, se ahorra un elevado consumo hídrico, pues las cañas «chupan mucha agua», más que las especies autóctonas, «lo cual agrava la escasez de agua». El mismo informe alude también al peligro que suponen los cañaverales en caso de incendio forestal: «Las cañas son muy inflamables y, por tanto, representan un factor de riesgo, especialmente en los veranos secos de Ibiza».

Por otra parte, los ambientes en los que predomina una sola especie son más propensos a desarrollar plagas que aquellas en que hay una rica biodiversidad.

La modificación de los cursos fluviales y la creación de barreras en los lechos de torrentes se evitan también erradicando las cañas y manteniendo despejados estos torrentes.

Como en tantas otras cosas, la salud de un hábitat es más fácil y más barata cuanto más a menudo se cuide. Es la principal conclusión del plan piloto desarrollado en el río.