Daniel Juan, natural de Sant Carles y director comercial de la empresa de seguridad GPS, lleva nada menos que diez años ejerciendo de maestro de ceremonias en el ritual de la paella para 500 comensales que prepara para los vecinos de Puig d’en Valls en sus fiestas. A media mañana el delicioso aroma de su sofrito de marisco se ha extendido por la zona de las pistas deportivas donde se celebra la fiesta. «Me gusta colaborar para que todo salga bien y que la gente disfrute», asegura el cocinero, que desvela el secreto para que no se pase una paella que requiere 80 kilos de arroz: «Cuando se llega a un punto de cocción se para el fuego y se sigue moviendo el arroz hasta frenar el hervor. Así se evita que quede pastoso». Añade que es imprescindible también «una buena picada, sofreír bien la carne y un buen caldo de pescado». Y es que la paella de Puig d’en Valls es una de las más generosas de la isla. No escatiman carne, mejillones, cangrejos y sepia.

A su lado hay muchos voluntarios y voluntarias que colaboran en la elaboración de la paella y del resto del menú: ensalada, café caleta, orelletes y fruta. Entre ellos, Toni Marí, concejal de Puig d'en Valls y vocal de la comisión de fiestas, que explica que todas las personas que colaboran de manera desinteresada en las fiestas están invitadas a degustar el manjar, que también se reparte en menús, a un precio de 14 euros (siete para los niños) para todo aquel que se acerca, algunos incluso con tuppers para llevársela a casa.

Que gane el más lento

La asociación Paladines de Ibiza, que reúne a unos 18 miembros en la actualidad, atrajo la atención de los visitantes durante buena parte de la mañana con sus actividades.

Mariano Moreno, su presidente, coordinó todas las propuestas que incluían juegos moteros como las ‘carreras de lentos’. «En estas carreras gana el último y la clave está en mantener equilibrio, no poner los pies en el suelo y llegar en última posición», relataba, mientras algunos de sus compañeros hacían verdaderos esfuerzos para controlar la moto a la mínima velocidad. Además, protagonizaron un torneo de lanzas medievales, que consistía en ensartar unas anillas con la moto en movimiento -una competición que el viento hizo todavía más difícil y divertida- y también hubo lanzamiento de dardos desde la moto en marcha.

«La crisis ha reducido las concentraciones moteras tanto fuera como dentro de la isla y los aficionados se conforman por el momento con hacer algunos encuentros puntuales», admitía Moreno.

Los vecinos también visitaron las exposiciones de coches y motos antiguas. Juan Oliver, de profesión mecánico y uno de los miembros más jóvenes del Club de Motos Clásicas, explicaba que tiene una colección privada de 40 vehículos de este tipo. «Es un hobbie que con el tiempo se convierte en un vicio», admitía con una sonrisa. A la exposición llevó dos Bultaco y relataba que todo comenzó cuando ‘heredó’ la moto de su abuelo.