«¡Vamos, a las barras!. A la orden de Miguel Barnosi, capataz de la Cofradía del Santísimo Cristo del Cementerio, seis mujeres se colocan junto a las andas delanteras del paso de ´Jesús entrando en Jerusalén´, conocido popularmente como ´La borriquita´, mientras seis hombres se sitúan en la parte posterior. Dentro del templo de Sant Elm, Barnosi toca dos veces la campanilla, seguido de un breve silencio y un tercer toque seco: «Vamos», y la docena de costaleros aúpa la imagen de unos 200 kilos, demasiados para lo que fue pensada inicialmente: «La adquirimos mediante suscripción popular hace seis años con la idea de que la llevaran a hombros los niños, pero nos dimos cuenta de que no podía ser. Pesa demasiado para ellos», cuenta Juanma Pérez, uno de los costaleros, poco antes de salir de la iglesia. «Son doce y sufriendo», remata Barnosi. Justo en esos momentos parte de la iglesia de Santo Domingo otro burro, pero ese de carne y hueso y con un actor a sus lomos que interpreta a Jesús.

«La vamos a levantar a hombros», comunica el capataz a sus costaleros para asombro de uno de ellos, que duda: «¿Pero pasa por esa puerta?». «Pasa, pasa», responde seguro Barnosi. Y pasa. Lo primero, los cuatro escalones de bajada, una de las primeras dificultades a las que se enfrentarán en los 45 minutos que les esperan de ascensión bajo un sol de justicia desde Sant Elm hasta la iglesia de Santo Domingo. Incluso bailan frente al templo la imagen -que lleva una austera palma prendida con hilo de pesca en la pierna izquierda del pollino y en la mano derecha de Jesús- al son de la banda de cornetas y tambores de la cofradía.

Al frente de la procesión, que partió a las 11 horas, la banda de la Cofradía del Santísimo Cristo del Cementerio; detrás, el paso, y cerrando, decenas de vecinos que portaban en sus manos palmas y ramas de olivo que el párroco Ángel Francisco Arroyo Anadón bendijo a las puertas de Sant Elm con un hisopo. «La hemos bendecido fuera de la iglesia para representar el momento en que Jesús entra en Jerusalén a lomos de la borriquita», explicó Arroyo. Decenas de ramas de olivo fueron depositadas en el poyete de ese lateral para los feligreses interesados.

La cuesta, de un tirón

Los costaleros calzan zapatos de suela de goma para llevar a hombros la imagen de ese Jesús descalzo a lomos del hijo de una acémila. Son de goma para no resbalar en el suelo empedrado de las empinadas cuestas de Dalt Vila, tan peligrosas por cómo deslizan como por los huecos que hay entre ellas, propicios para los esguinces. «Ese calzado viene bien para los momentos más complicados de la procesión, que son los giros y cuando atravesamos los arcos, justo cuando empieza el empedrado», detalla el capataz.

Dos toques, un silencio y otro toque seco para un breve descanso antes de iniciar el ascenso, de un tirón, por la cuesta del Portal de ses Taules mientras las cornetas interpretan ´Una mirada desde el cielo´ y un motorista de la Policía Local abre paso entre las docenas de turistas de la tercera edad que con sus cámaras inmortalizan ese sufrido momento. Para los avisos Barnosi emplea la campana de la peana del Eccehomo, una imagen de esa cofradía de la que también es capataz.

Son las 11.25 horas y lo peor ha pasado. «¿Cómo lo llevamos?», pregunta Barnosi a sus costaleros, por los que se desvive en cada momento, despeja las zonas llenas de público para que no se tropiecen, rota a los que ve cansados e incluso pliega los espejos retrovisores de los automóviles estacionados en las calles más estrechas para que no se golpeen con ellos.

Los tambores retumban en el interior de Santo Domingo mientras la banda pasa frente a sus puertas a las 11.50 horas. Llega otro de los momentos delicados de esta procesión del Domingo de Ramos: la entrada al templo, donde han de subir dos escalones y bajar otro, este muy traicionero. «Primero vamos a enfilar», les comunica Barnosi en la calle. No es sencillo. La imagen está en paralelo a la puerta, por lo que la han de girar poco a poco en un reducido espacio. Y de espaldas. Introducen el paso con la borriquita de cara a la calle mientras la bailan. Aguantan así un minuto y luego se dan la vuelta sobre las andas para penetrar de frente en un templo con los bancos decorados en sus extremos con pequeñas ramas de olivo y algunas palmas. En cuatro minutos depositan la imagen a orillas del presbiterio, junto a la capilla donde se encuentra el retablo de la Virgen del Carmen. Ya por la tarde, devolverán ´La borriquita´ a la capilla de Sant Antonio, de donde, como cada año, salió el sábado para la procesión de ayer. También aprovechan para preparar la procesión que hoy lunes partirá de Santo Domingo a las 20 horas.

Llegados a Santo Domingo, los costaleros pueden, al fin, descansar. Antonia Moreno porta la imagen desde hace dos años: «Lo hago porque lo siento en el corazón». Le acompaña en las andas su hermana Ana Belén, costalera desde hace seis años junto a su pareja, Francisco Rodríguez: «Para nosotros forma parte de una promesa porque mi marido tiene una enfermedad en los huesos. Hasta que podamos, lo haremos», explica. También va con ellos su hijo, Francisco, pero como músico de la banda de la Cofradía.

El granadino Antonio López es costalero desde hace más años, concretamente 51. Tiene 67 años de edad y empezó en 1963: «Desde entonces han cambiado mucho las cosas. En esa época la gente se agrupaba en gremios. Apenas había cofrades, tan pocos que los gremios sustituían a las cofradías al llegar al rastrillo», relata. Había gremios de pescadores, de albañiles, de carpinteros, de todos los oficios menos del de López, asesor fiscal que por entonces era oficinista. Así que se afilió al gremio de los pescadores. Lo de ayer, pese a su edad, parece que le sabe a poco: «Lo duro es llevar la imagen del Santo Cristo en Viernes Santo». Pesa 450 kilos, más del doble que ´La borriquita´, pero no se lo piensa perder.