El estudio científico de los vestigios que dejaron en nuestras islas los primeros pueblos que las habitaron durante los casi dos mil años que van desde finales del siglo VIII aC a los inicios del siglo XIII es reciente en términos relativos, lo que no quiere decir que tal retraso sea excepcional pues la arqueología como disciplina universitaria no existió hasta bien entrado el siglo XX. Todavía hoy se cuestiona su independencia epistemológica y, desde un planteamiento excesivamente interdisciplinar y generalista, es una especialización que puede obtenerse en nuestras universidades desde las licenciaturas de Historia, Historia del Arte, Antropología y Humanidades.

En nuestro caso concreto, la Sociedad Arqueológica Ebusitana se constituyó el 1903, fecha en la que también empezaron a realizarse auténticos trabajos de investigación en los yacimientos fenicio-púnicos de Cartago, Sicilia, Cerdeña, y Argelia. Antes de entonces, la arqueología era un mundo teñido de romanticismos y utopías clasicistas, con más aficionados y curiosos impenitentes que auténticos estudiosos. Esto explica que, durante muchos siglos, los yacimientos, más que una fuente de conocimiento, fueran el objetivo de desaprensivos cazatesoros. Sin ir tan lejos, todavía hoy existen empresas que con sofisticadas tecnologías se dedican a localizar los restos del pasado que enterró la historia y que luego venden al mejor postor. Fue el caso de la empresa Odyssey Marine Exploration, que el mes de mayo de 2007 localizó en el golfo de Cádiz el pecio de ´Nuestra Señora de las Mercedes´, goleta española hundida por los ingleses el 1804, apoderándose de la valiosa carga de monedas de oro y plata que transportaba. El litigio planteado por nuestro país permitió después su recuperación, pero fue un caso más entre muchos otros. Sabemos, por ejemplo, que la confusión provocada por la ´primavera árabe´ ha facilitado que en muchos países norteafricanos, especialmente en Egipto, se multipliquen en estos momentos las excavaciones ilegales. Y también sabemos que los tesoros de antiguas culturas -mesopotámica, azteca, egipcia, griega, romana, etc- que hoy vemos en los museos de Londres, París, Berlín o Nueva York, confirman el mismo expolio que los países dominantes han venido haciendo en los últimos doscientos años.

Esta historia de desvalijamiento y destrozo arqueológico viene a cuento para recordar que nuestros yacimientos insulares no han tenido mejor suerte y también han sido objeto de sucesivos pillajes. El expolio de los ajuares funerarios de nuestras necrópolis -particularmente la del Puig des Molins- es algo que nuestros arqueólogos conocen bien. Jorge H. Fernández, actual director del Museo, decía hace ya algunos años que desde 1907 a 1921, «coleccionistas y anticuarios sin escrúpulos iniciaron un saqueo sistemático que dañó sensiblemente el tesoro artístico de nuestro principal yacimiento (?) y que excavaciones autorizadas por el Estado y sufragadas por particulares no tenían otro fin que engrosar las colecciones privadas». Podríamos decir que en las fosas y los hipogeos solo nos queda lo que han dejado los ladrones de tumbas o lo que no pudieron encontrar. Al reutilizar las sepulturas púnicas, posiblemente los árabes fueron los primeros en arramblar con todo lo que para ellos tenía valor. Y la luctuosa rapiña continuó en los siglos que siguieron, hasta el punto de que, en tiempos más próximos a nosotros, el expolio pudo hacerse con guante blanco y total impunidad, hecho que explica no solo la existencia de importantes colecciones privadas, sino el que un buen número de piezas de nuestras necrópolis estén hoy en museos de Barcelona, Madrid, Valencia y Mallorca, o incluso en el de poblaciones menores como Lluc o Sitges. No es exagerado decir que nuestras necrópolis han sido hasta los años cincuenta del siglo pasado tierra de nadie. Recuerdo que, todavía a principios de los años sesenta, los chicos de mi generación, anticipándonos a Indiana Jones, visitábamos con cuerdas y linternas los túneles y las cámaras funerarias del Puig des Molins, buscando monedas o pequeños fragmentos de pasta vítrea que rara vez aparecían.

Necrópolis del Puig des Molins

La impresionante necrópolis del Puig des Molins, posiblemente la mayor y mejor conservada que se conoce del mundo fenicio-púnico, nos permite disfrutar de un museo de primer orden, pero lo cierto es que en nuestras islas se ha excavado poco en relación al significativo número de yacimientos localizados que casi siempre han aparecido por casualidad. Alguien pasaba aviso de unas piedras raras que sobresalían en una finca, un payés entregaba unas monedas que habían aparecido al pasar la reja en sus campos y, las más de las veces, al preparar los cimientos de un edificio, han aflorado tumbas, vestigios de antiguas construcciones o los restos de una muralla. En cualquier caso, hoy, también en la arqueología pintan bastos. Hacen falta recursos y el interés institucional está puesto en otros menesteres. Lo prueba el que algunas de las últimas excavaciones las ha sufragado el mecenazgo privado, caso del que protagonizó no hace mucho Diario de Ibiza. En todo caso, si muchos yacimientos esperan ser estudiados, no es menos cierto que las excavaciones no lo son todo. Sigue, después de los hallazgos, un largo y paciente proceso de análisis y catalogación de piezas que, finalmente, necesitan un ámbito de exposición muy superior al que ahora tenemos. Dicho lo cual y visto lo visto, posiblemente sea mejor no levantar la liebre sobre lo que aún permanece enterrado y esperar a que vengan tiempos en los que nuestros arqueólogos puedan trabajar con mejores medios y garantías.