Mucha mezcla: Animals, Aretha, Boney M, Karina, Village People, Donna Summer, Los Bravos... y por supuesto, los Beatles. Pop, rock, soul, surf, twist y pachangueo. Pelucas rubias, morenas, pelirrojas, moradas, lisas, afro... gafas redondas de Lennon, de corazones, de símbolo de la paz, de guitarras... Disfraces de todos los estilos, desde los que mezclan a Lemmy de Motorhead con los Jackson Five a los que unen al payaso de Micolor con las azafatas del ´Un, dos, tres´. Miles de personas de todas las edades, desde bebés en carrito con pijamas de flores a abuelos con cintas en el pelo... porque la fiesta Flower Power de Sant Antoni, celebrada este sábado, es multigeneracional, multiétnica, multicultural, multicolor, multidisciplinar, multiusos, multiorgásmica y multidetodo.

A las diez de la noche la carpa está vacía y es difícil imaginar que solo un par de horas más tarde no cabrá un alfiler en ese espacio enorme.

Poco después de la medianoche Javi Box pincha para una multitud botante. La gente se anima con los movimientos sensuales de cuatro bailarinas envueltas en mallas fluorescentes. Las espectaculares proyecciones hipnotizan. Hay tanta gente que la gran bola de espejos no da abasto para mandar un rayito de luz violeta a cada uno. El fiestón no para hasta bien entrada la madrugada.

Fuera huele a torrada, pachuli, yerba y orina. Hay colas interminables en los baños públicos y en los de los bares. La gente va y viene: del paseo al West, del West al paseo y vuelta a empezar. Hay muchas más risas que gestos serios, mucho love y muchos vasos de cerveza de aquí para allá.

En la furgodiscoteca de Retro, Pep Pilot, vestido de quinto beatle, pincha a los Stones ante una procesión de seguidores. Pronto le llegará el relevo de la estrella de la noche, el Mariskal Romero, con sonidos más contundentes. En la esquina de la calle Santa Agnès Chris Langley puntea su guitarra hasta con los dientes: «Feliz Navidad, feliz año, feliz Semana Santa y felices fiestas de Sant Antoni», grita antes de lanzarse con el ´Born to be wild´.

La estrecha Vara de Rey, cubierta con lonas, se ha convertido en un túnel del tiempo en el que seres llegados de otra época danzan como a cámara lenta en una niebla de hielo seco. Más allá, en la calle del Mar, cuatro chicos vestidos como cucarachas marcianas juegan a un futbolín instalado en plena calle.

The Frígolos tocan temas de buen rock añejo en un remolque esperando a sus sustitutos: The Folkin Hobos. El técnico de sonido es el omnipresente Omar Gisbert: «Esto de la música ambulante es una aventura», dice riendo antes de subir de nuevo al camión y reiniciar la marcha. Los músicos, mientras arrancan, tocan un ritmo surfero de rodillas en la plataforma.

Unas calles más allá del epicentro de la fiesta no hay nada. El vacío. La Guardia Civil hace controles de alcoholemia en la entrada del pueblo.

En la playa de s´Arenal los pescadores de siempre lanzan sus anzuelos alumbrándose con linternas. En el eco que atraviesa la oscuridad de la noche retumba la voz de Barry White: «You´re the first, the last, my everything».