La casa Pleyel cierra. La fábrica de pianos más antigua del mundo baja la persiana con uno de sus secretos mejor guardados: el sonido rico y refinado, pero a la vez con cuerpo, que conquistó a los mejores instrumentistas del siglo XIX y principios del XX. Mallorca es beneficiaria de esa sabiduría misteriosa y proverbial de los artesanos franceses. Uno de los modelos de la marca gala mejor conservados del mundo reposa en una de las paredes de la celda 4 de La Cartoixa. Si el piano tuviera memoria, aún recordaría las manos de Chopin posándose sobre sus teclas mientras componía los ´Preludios´. «De los cuatro pianos Pleyel en los que compuso el músico polaco, el de Mallorca es excepcional porque es el único que jamás ha sufrido modificaciones o alteraciones posteriores», explica el actual propietario del instrumento y director del Museo Chopin Celda 4, Gabriel Quetglas. Característica excepcional a la que hay que sumarle otro hecho que abunda en su singularidad: «De sus pianos [el compositor tuvo hasta siete], el nuestro es el único que, además de ser vertical, se mantiene en su contexto original, es decir, en la estancia donde compuso y se inspiró el músico», aclara Quetglas. El resto se expone en museos o centros culturales.

¿Cómo pudo mantenerse intacto este Pleyel, matriculado con el número 6.668? ¿Fue crucial que Mallorca fuera una isla? La verdad es que la historia del instrumento (el más antiguo de los pianos de Chopin conservados) no es ningún misterio a día de hoy. Quetglas la tiene documentada hasta la obsesión.

En la aduana

El relato arranca hace 175 años, en septiembre, cuando Chopin tenía previsto abandonar París para poner rumbo a Mallorca. «Antes de partir elige en la casa Pleyel un piano vertical, esto es, un piano de pared, para exportar al extranjero», narra Quetglas. El músico llegó a la isla junto a George Sand el 8 de noviembre de 1838. El instrumento no tocó tierra mallorquina hasta diciembre, cuando la pareja ya estaba instalada en Valldemossa. Pero hubo un problema con los aranceles abusivos que había que pagar para que el piano pudiera entrar en la ciudad. «El instrumento se quedó en la aduana poco tiempo porque en seguida consiguieron que entrara a menor coste gracias a la mediación del cónsul francés», señala el director del Museo Chopin. Lo subieron con un carro hasta el pueblo y lo instalaron en La Cartoixa. Fue en la celda 4 donde el polaco se puso a trabajar en una serie de obras que tenía pendientes: en concreto, terminó los ´Preludios´. Gracias a su epistolario es posible rastrear las otras piezas que compuso en la isla con el Pleyel: una balada, dos polonesas o un scherzo. «La época en la que estuvo en la isla coincide con un momento muy prolífico y de transición en su producción», comenta Quetglas. «Imagínate: estuvo un año en Inglaterra con tres pianos distintos y no compuso nada allí».

Cuando Chopin abandonó la isla (en concreto el 11 de febrero de 1839), el instrumento quedó a cargo de la familia Canut, del banquero que les proporcionó crédito y otros servicios financieros durante su estancia en Mallorca. «Se lo ofrecieron a varias familias de aquí, pero nadie lo quería porque había corrido el rumor de que lo había estado tocando un enfermo contagioso», relata Quetglas. Hasta que al final, hubo desenlace feliz: la última noche que pasaron en la isla el músico y la escritora, Basilio Canut le preguntó a su esposa, Hélène Choussat, si lo quería para ella. Y así fue: se lo quedó por 1.200 francos tras ofrecerle a una amiga suya su antiguo piano, un modelo Pape.

Y llegó la mudanza: el Pleyel pasó a ser el nuevo inquilino de dos residencias palmesanas: primero estuvo en la calle Sant Nicolás y luego pasó a Concepción número 14. Tras la muerte de Choussat, el instrumento lo heredó su hijo Ernesto Canut, quien a su vez lo legó a su esposa Josefa Pujol. En 1913, cuando esta falleció, fue el momento en que cayó en manos de los Quetglas, en concreto del tío abuelo de Gabriel, Sebastián, protegido y administrador de la familia Canut. «Se lo dejaron todo porque no habían tenido descendencia», asevera el director del Museo Chopin. Finalmente, fue en 1932, años después de que se organizara la musealización de La Cartoixa, cuando el Pleyel regresó a la celda, donde ha permanecido hasta ahora. Intacto.

Una última curiosidad: el instrumento, que no se toca desde el año 32, fue rastreado por Arthur Rubinstein en 1917 con motivo de un recital en Palma. El célebre pianista lo tocó en la casa de calle Concepción. Seis años antes le había precedido Wanda Landowska.