En su casa. En su habitación. Con la puerta cerrada. Escuchando a sus padres preparando la cena, a sus hermanos jugando y la televisión del salón de fondo. Sus pósters en la pared. Sus peluches en la cama. Su entorno más seguro. ¿Cómo pensar que el ordenador o el móvil son la puerta de entrada de peligros como pederastas o acoso cibernético? «En casa los niños y adolescentes tienen las defensas bajadas porque es un entorno seguro», explica Belén Alvite, directora del Centre d´Estudi i Prevenció de Conductes Addictives (Cepca) del Consell de Ibiza, que alerta de los riesgos de que cada vez niños más pequeños tengan móviles con cámara e Internet y que accedan sin control a las redes sociales.

Esta constatación ya obligó al centro el año pasado a poner en marcha en los colegios de Ibiza el programa ´Controla´t´, en el que participaron todos los alumnos de quinto y sexto curso de Primaria de Ibiza y que han aprovechado para realizar una encuesta sobre el uso de Internet, las redes sociales, el móvil y los videojuegos. «Es que ha bajado mucho la media de edad. Nos encontramos con niños de nueve años que ya tienen un teléfono móvil con cámara y acceso a Internet con tarifa plana. Eso nos obliga a entrar en los colegios con programas de prevención a edades muy tempranas», comenta Alvite. La experta destaca que solo hay que echar un vistazo a los perfiles de Facebook de los adolescentes para comprobar que muchos tienen todo el contenido abierto, a la vista de cualquiera. Muchas de las chicas, además, cuelgan decenas de imágenes, autofotos, en las que aparecen pintadas y con poses pretendidamente sensuales. Nuevas lolitas.

El ejemplo MTV

«Las redes sociales son un coladero para pederastas y los móviles facilitan mucho estos comportamientos de los adolescentes y preadolescentes», recuerda la experta. Alvite explica que el adolescente tiende al exhibicionismo porque es en esa etapa en la que se forma su personalidad y necesita reafirmarse. Sobre estas adolescentes explica que muchas de ellas intentan imitar lo que ven en los vídeos musicales de la MTV. De ahí las poses provocativas, la escasa ropa y el exceso de maquillaje. «Muchas niñas se pasan el fin de semana viendo los videoclips y bailando. Quienes hacen esos vídeos no piensan en niñas, pero ellas intentan imitar lo que ven», indica.

Alvite está convencida de que los smartphones y las redes sociales facilitan el acoso en los casos de violencia de género que se detectan en las parejas más jóvenes, aunque señala que ellos no cuentan con estos datos.

En las escuelas de padres que imparte en los centros, una de las preguntas que más le repiten es «¿cuál es la edad adecuada para que tengan un móvil?». La respuesta, para Alvite, está clara: «No es una cuestión de edad, sino de necesidades». Y se puede elegir entre tener un móvil que únicamente permita llamadas y mensajes y uno con cámara y tarifa plana en Internet. La experta es consciente de las discusiones familiares que puede ocasionar esto. Las sufre en casa, con su hija mayor. «Se trata de que así como nos vayan demostrando que podemos confiar en ellos, ir dándoles más libertad, no dárselo todo con diez años», indica.

De hecho, la pedagoga alerta de que uno de cada cuatro adolescentes no apaga el móvil por la noche, lo que acaba ocasionando trastornos del sueño y dificultad para concentrarse al día siguiente en clase. «La mayoría de los padres no ponen condiciones sobre su uso», asegura. Para esto recomienda a las familias hacer que sus hijos firmen un contrato en el momento en que les dan un móvil. Como no es fácil, recomienda adaptar el que la escritora Janell Burley Hofmann redactó para su hijo de trece años. «Está escrito con mucho cariño, es muy amoroso, pero las condiciones son claras», apunta.

«El teléfono es mío. Yo lo he comprado. Yo lo he pagado. Te lo estoy prestando. ¿A que soy estupenda?», comienza el documento, que establece que hay que descolgar siempre que en la pantalla ponga papá o mamá, que no se lleva al colegio, que se apaga por las noches y que a veces hay que dejarlo en casa, entre otras cláusulas. «No emplees esta tecnología para mentir, burlarte de otro ser humano ni engañarle», señala el contrato, que también establece que no se deben enviar ni recibir fotos de las partes íntimas: «Es peligroso y podría arruinar tu vida de adolescente, universitario o adulto». Alvite considera que, en general, los padres tienen problemas a la hora de establecer límites a sus hijos.

En el caso de las redes sociales, la experta recuerda que, si piensan que sus hijos no están preparados para gestionarlas, siempre pueden usar un argumento bien sencillo: «No es legal». Hay que tener un mínimo de 14 años para acceder a la mayoría de las redes sociales. En el tiempo que llevan trabajando con esto, asegura que han visto situaciones surrealistas, como la madre de una niña de diez años que se enfadó con su cuñada, de más de 30, porque durante un viaje colgaba fotos de chicos en la playa que luego veía su hija. «La treinteañera puede hacer lo que quiera, lo que no era lógico es que una niña de diez años tuviera un perfil de Facebook», indica.

La experta reconoce que los niños intentan presionar a los padres con el argumento de que son los únicos de la clase o del grupo de amigos que no tienen perfiles en alguna red social. «Si cedes a esa presión son los demás los que acaban decidiendo cómo educas a tus hijos», apunta. «Ya es suficientemente complicado educar a un hijo como para, además, tener que hacerlo con los criterios de otros», apunta Alvite, que confiesa que le preocupa que los padres sepan que sus hijos son activos en las redes sociales y no ejerzan ningún control. O que, incluso, les hayan ayudado a crear los perfiles.

En el caso de los adolescentes que ya tienen la edad para acceder a las redes sociales recomienda que los padres controlen regularmente los contenidos y comentarios que cuelgan.

Minimizar lo que pasa en la red

Alvite explica que los adolescentes «tienden a minimizar» lo que ocurre en la red, de manera que se vuelven más permisivos con los comentarios y despreocupados con las imágenes que incluyen y reciben. «Hay que enseñarles a responsabilizarse de todo lo que escriben y cuelgan», indica. En este sentido, afirma que en Ibiza ya han detectado casos de grupos de Facebook y de Whatsapp creados con el único objetivo de ridiculizar y burlarse de algún compañero de clase. «Las nuevas tecnologías facilitan mucho el acoso», lamenta.

Lo más grave, sin embargo, insiste Alvite, son los comportamientos de riesgo, como tener contacto e intercambiar información con desconocidos. «Si eso mismo ocurriera en la calle, cambiarían de acera. Si alguien les hace una pregunta fuera de lugar en la calle se les disparan las alarmas. Hay que enseñarles que en Internet deben comportarse igual», apunta. Belén Alvite recuerda que muchos chicos de Ibiza estaban entre los contactos de un joven detenido en Valencia por hacerse pasar por un adolescente y chantajear a menores con difundir imágenes íntimas que previamente le habían enviado si no accedían a sus favores sexuales. En el folleto del programa ´Controla´t´ hay una imagen que ilustra muy bien el riesgo de no saber con quién se está hablando: el lobo de Caperucita frente a un ordenador chateando teclea «hola, soy un niño como tú».

Alvite reconoce que controlar absolutamente todo es casi imposible, pero pide a los padres que se esfuercen en conocer todos los espacios que utilizan sus hijos en Internet y que revisen el historial de páginas visitadas. «Uno de los problemas es que los padres aún somos analógicos y nuestros hijos son digitales», ironiza antes de avisar de que establecer límites y mecanismos de control en el móvil e Internet puede tener un efecto secundario: el desgaste familiar. Discusiones durante meses, incluso años, sobre lo mismo.

La pedagoga destaca que no hay que buscar casos extremos para darse cuenta de los riesgos que implica no controlar los contenidos que consumen los adolescentes en Internet, que incluso ha invalidado el horario protegido de la televisión. «Ahora puedes ver cualquier cosa en cualquier momento», apunta poniendo como ejemplo las series ´La que se avecina´ o ´Aída´. «Antonio Recio les encanta a niños y adolescentes, pero no están preparados para entender el personaje, la ironía, que lo que dice sobre los negros, los inmigrantes y las mujeres no es así. Y lo mismo con el dueño del bar de ´Aída´, que llama machupichu al inmigrante que trabaja con él. Eso tiene una repercusión luego en las aulas», indica la experta, que está convencida de que, dentro de unos años, se empezarán a notar las consecuencias de otro de los grandes problemas que están detectando entre los adolescentes: el elevado consumo de pornografía.

«Antes era algo puntual. Cogían una película que sus padres guardaban escondida o las revistas que el tío o el hermano tenían debajo de la cama, pero ahora pueden acceder en cualquier momento. Creo que eso será un problema dentro de un tiempo», lamenta.