"Mentre repicaven es tambors i ses castanyoles, si una al·lota feia més de tres balls amb es mateix fadrí, un compromís havia començat. També, però, alguna vegada sa pólvora havia acabat am algun ball i amb quelcom més".

"Anar a festejar".

Joan Marí Tur.

Las noticias que de tales actos daba Diario de Ibiza todavía hoy nos desconciertan por su frecuencia y ferocidad.

El insólito emparejamiento que consigue en nuestras islas la costumbre del festeig -el hecho de que la moza casadera recibiera en su casa a toda una ronda de pretendientes encandilados que, por riguroso turno, la cortejaban hasta que decidía quien era el elegido- es comprensible que creara problemas porque convertía el cortejo en una competición reñida en la que, los que eran rechazados, no siempre sabían perder. Y así sucedía con demasiada frecuencia que el festeig provocaba no sólo desavenencias entre casas amigas y vecinas que podían durar años, sino que daba en peleas que podían tener un mal desenlace. La naturaleza pasional de tales hechos tenía su morbo y se prestaba a que se hiciera literatura, razón de que, al hablar del festeig, se aluda inmediatamente a la corajina y la sangre que provocaba, con el resultado de una hiperbólica y negra mitología que abusa de los aspectos más escabrosos.

Pero dicho esto, tampoco podemos ocultar que tales hechos sucedían. Quien acuda a la hemeroteca de Diario de Ibiza comprobará que, a principios del siglo pasado, no era raro leer titulares como ´Oleada de crímenes´ que, lejos de ser sensacionalistas, daban noticia escueta de desatinos y desgracias que no dejaban de repetirse: «La proliferación de armas blancas, pistolas y trabucos entre la población -recoge el rotativo-, amén de de las frecuentes riñas en que suele acabar el festeig rural, explican el gran número de muertos y heridos que se ha registrado este año de 1902. Los fallecidos por la violencia se acercan a la decena y son muchos más los heridos (€) ¿Cuándo querrá Dios que no tengamos que registrar, casi diariamente, tales sucesos?». Tampoco esquiva esta desconcertante situación la entrada que Lina Sansano nos deja del festeig en la Enciclopèdia d´Eivissa i Formentera: «Malauradament, eren freqüents les baralles i conflictes per motius de gelosia i enveges entre els diferents festejadors, en temps en què els fadrins solien anar armats amb cutxilles, cotxorrillos, fluixes i pistoles».

Lo cierto es que tales sucesos llegaron a provocar alarma social. A finales del siglo XIX, el alcalde de Vila libró al gobernador civil un informe en el que afirmaba que el cortejo payés era el motivo principal de la criminalidad campesina, al tiempo que calificaba como esporádicos y menores todos los otros hechos delictivos.

Y según recoge en sus ´Crónicas´ don Isidoro Macabich, en 1899 y por iniciativa del vicari capitular, don Juan Torres Ribas, se hizo en Ibiza una campaña que pretendía modificar aquella modalidad de emparejamiento, interviniendo en tal iniciativa todos los curas de la ruralía que, con conocimiento de los ediles, hicieron reuniones con los padres de familia y sermonearon con aplicación a la feligresía, sin que su esfuerzo sirviera para nada. En carta que dirige el 3 de febrero de 1909 el párroco de Sant Antoni de Portmany, don Joan Bonet, a don Isidoro, le dice que tan noble intento ha fracasado y que las familias y autoridades locales se oponen frontalmente a suprimir aquellas veladas amatorias, argumentando que, de no poderse reunir más de un joven por cada moza casadera, los demás se irían a las tabernas y casas de juego y que por fuerza habría más desgracias, pues los que se vieran menospreciados no pararían hasta llevarse por delante al pretendiente elegido. Se acaba diciendo que sólo el gobernador de la Provincia podría acabar con el festeig, aunque para ello fuera necesario imponer multas a los padres que admitieran más de un novio para su hija.

La situación era enrevesada. Estaban en lo cierto quienes afirmaban que aquella concurrencia oficializada de varios pretendientes, a la vista de todos, creaba envidias y recelos, situaciones de honor en las que no sólo jugaba el corazón que no atiende a razones, sino también la hombría de los que, al quedar descabalgados, se veían públicamente humillados.

El sentimiento de que ´otro´ fuera preferido como mejor, despertaba resentimientos que, muy frecuentemente, pasaban a mayores. Otra cosa es que, como ha sucedido, el problema se haya magnificado y novelado, creando una leyenda en la que nuestros jóvenes salen a escena con un perfil semisalvaje, pinxos y verros que, al más mínimo contratiempo amoroso, llegan a las manos. Y no siempre era así. Las más de las veces, el festeig discurría con pautas perfectamente aceptadas y sin mayores inconvenientes. No sólo porque los pretendientes ya sabían de antemano que sólo uno sería el elegido, sino porque las pautas del cortejo, incluyendo la retirada, estaban perfectamente fijadas y era de mal perder y mal talante violarlas.