Unos pedregales que sorprendentemente sólo ocupan las orillas y dan paso, mar adentro, a prodigiosos y extensos arenales.

Para traducir la palabra còdols al castellano -inexistente en el diccionario de la RAE- tendríamos que recurrir a cantos rodados, guijarros o cantales, pero pienso que nadie entendería que hablara de ´guijarrales´ o ´playas cantales´. Podríamos hablar, en todo caso, de ´playas de cantos rodados´, pero el enunciado perdería la fuerza y la sonoridad que para nosotros tiene codolar, un adjetivo que, por su importancia y su rareza en nuestros litorales, se convierte no sólo en sustantivo, sino en el nombre propio ´es Codolar´, lugar que inmediatamente identificamos.

De ahí que hablemos -y espero que el lector me admita la licencia- de playas ´codolares´. Y si las traemos a cuento es porque las ignoramos o no las apreciamos en su justa medida, siendo que crean paisajes excepcionales, tan poco frecuentes que en Formentera ni tan siquiera existen, mientras que en Ibiza sólo los encontramos en el sur de la isla.

En nuestras playas dominan los arenales que, por la comodidad que ofrecen para el baño, son los espacios que más valoramos. Esta preferencia ha tenido la feliz contrapartida de mantener vírgenes dos espacios privilegiados, es Jondal y la Platja des Codolar. A pesar de que en estos últimos años, poco a poco, el turismo masivo está colonizando también Cala Jondal, cosa que hace, no sin descaro, modificando sus orillas. Cualquiera puede ver que, a cada verano que pasa, la mutación avanza. Mientras unos acumulan arenas arcillosas en algunos tramos de la playa para tapar el pedregal que también salvan colocando pasarelas de madera que permiten alcanzar el agua con comodidad, otros optan por trajinar de un lado a otro, según convenga, montañas de piedras, con el mismo fin de minimizar las molestias de los bañistas. Son estrategias que no deberían tolerarse porque el paisaje es el que es y lo empeora cualquier intervención que hacemos en él. Es algo parecido al error que supone retirar la posidonia muerta que arrojan en las playas los temporales, siendo que es el elemento que fija y preserva sus arenas.

Me gustaría que los geólogos nos explicaran este fenómeno -curioso por infrecuente en nuestras islas- de las playas ´codolares´ del sur ibicenco, pedregales en los que nos sorprenden dos aspectos. El primero de ellos es que, lo mismo en Cala Jondal que en es Codolar, la acumulación de piedras se da únicamente en las orillas y en todo el largo de las playas, pero únicamente en una franja que no tiene más de 20 o 30 metros de anchura. Superada esta extraña barrera, basta entrar dos o tres metros en el agua para encontrarnos sobre inmensos arenales y unas aguas de extraordinaria transparencia. Me pregunto de dónde sale y a qué se debe este insólito cordón de piedras que se concentra y mantiene únicamente en las orillas. Y un segundo fenómeno que asimismo sorprende es que, en uno y otro espacio, el tamaño de las piedras disminuye de forma ostensible en dirección este-oeste, de manera que si en el codo del Cap des Falcó los cantos son enormes -algunos de casi un metro de diámetro- los tamaños se reducen según reseguimos el perfil de la playa hacia poniente, hacía el rincón de sa Caleta, donde las piedras son mucho menores. Y lo mismo sucede, aunque a menor escala, en la otra playa: en el recodo de Punta Jondal las piedras son también de considerable tamaño y reducen sensiblemente su volumen según nos dirigimos hacia es Xarco, en dirección a Porroig. Pienso que esta diferencia de tamaño tal vez esté motivada por los rodamientos de las piedras provocados por las corrientes marinas dominantes, es decir, por embates y resacas que pueden ser más frecuentes en el levante de las playas. En otro caso, no consigo entenderlo.

Sea como fuere, está claro que estamos ante dos espacios en los que deberíamos preservar el carácter abrupto y original que define su naturaleza. Particularmente cuando en nuestros litorales constituyen no sólo una excepción, sino, sobre todo, porque conforman dos paisajes de extraordinaria belleza.

A este respecto, hay dos perspectivas que los ibicencos conocemos bien y que apreciamos especialmente. Una es la que tenemos desde las estribaciones de es Cap des Falcó. Mirando desde su altura hacia poniente, vemos a nuestros pies y a la derecha el cuadriculado espejo salinero y, junto a él, el insólito cordón de piedras que perfila una dilatada bahía de casi 4 kilómetros que cierra la Punta des Jondal. Y formidable es también la visión que tenemos desde el otro lado de la playa, desde sa Caleta, en cuyo caso el paisaje se levanta en la Punta de la Rama y se prolonga, ya marino, hacia los Freus y Formentera. En cuanto a Cala Jondal, el diorama no es menos atractivo cuando se llega a la playa desde una zona elevada y la bahía queda al fondo como un semicírculo perfecto, una herradura de inmensos azules protegida por el norte, el este y el oeste. Y abierta sólo al sur.