Carla Marrero es una prestigiosa violinista que, a pesar de su juventud, ya ha tocado con Plácido Domingo, Daniel Barenboim y Jesús López Cobos y ha ganado numerosos premios por su talento, entre ellos el Demidov International Violin Competition de Rusia. A los 18 meses ya tenía un violín entre sus brazos y, poco después, se subía a un escenario. La virtuosa de la música se ha formado entre Alemania y España, donde actualmente finaliza sus estudios de grado superior en el Conservatorio Superior de Música de Madrid. Ahora se encuentra en Eivissa para abrir esta noche a las 22 horas en el Centre Cultural de Sant Carles el XX Festival Internacional de Música de la isla.

—¿Alguna vez ha pensado qué sería de su vida si no hubiesen puesto ese violín en sus brazos cuando tenía 18 meses?

—Probablemente tocaría otro instrumento. Si no tuviese nada que ver con la música, que sería raro, sería bióloga o científica o algo así.

—¿En alguna ocasión cree que lo hubiese preferido?

—No, nunca.

—Hace poco afirmó que la profesión de músico «no es reconocida como debería». ¿Por qué?

—La mayoría de la gente no sabe el trabajo y la formación que tiene que tener un músico para poder salir al escenario. Se creen que solo tocan el instrumento pero tienes que aprender muchísimas otras cosas, desde cultura general hasta idiomas. La gente ni se lo imagina. Es tan sacrificado como el deporte, e incluso yo diría que un poquito más, porque a nivel mental es muy agotador si uno no está acostumbrado.

—¿Cuántas horas diarias dedica a estudiar?

—Depende del tiempo de que disponga. Cuando estoy en el Conservatorio, a parte de las clases de orquesta y demás, dedico entre tres y cinco horas a tocar y estudiar las obras.

— ¿Qué tiene la música que hace que valga la pena tanto sacrificio?

—Primero de todo, la satisfacción personal que tiene uno al hacer algo que le gusta. Luego también, compartes mucho con los demás músicos, estás constantemente intercambiando puntos de vista, conociendo a gente nueva, sitios nuevos... en definitiva, aprendiendo muchas más cosas. Además, cuando uno sale al escenario, sale para que el público disfrute con lo que hace y, cuando lo consigue, es muy gratificante.

—Está finalizando sus estudios de grado superior en el Conservatorio Superior de Música de Madrid. ¿Qué le aporta a la hora de coger el violín?

—Son muchas cosas. La música de cámara es muy importante porque te enseña a que, cuando tú tocas, tienes que estar pendiente de lo que hace el resto. La historia de la música es imprescindible también para ver el punto de vista del compositor, saber en qué contexto ha escrito una pieza y por qué. Todo eso te ayuda a interpretar la pieza para transmitir un mensaje.

—¿Qué puede llegar a decir con el violín?

—Lo que quiera el compositor hacer sentir, por eso es importante saber por qué escribió la obra. Puedes hacer sentir cualquier sensación, no se sabe por qué, pero llega. Dicen que una imagen vale más que mil palabras, pues la música va más allá que la imagen.

—¿Hay algo que no se pueda decir con palabras pero sí con notas musicales?

—Lo bonito de la música es que puedes comunicarte con personas de diferentes culturas y que hablan distintos idiomas. La música es un idioma universal.

—¿Tiene algún rito o hábito que repita siempre que se va a subir al escenario?

—Bostezar. No sé por qué, pero bostezo. Supongo que será una forma de coger oxígeno.

—¿La mejor violinista de Europa se pone nerviosa sobre el escenario?

—No, no son nervios. Notas toda la fuerza que hay pero siempre con la cabeza en su sitio.

—¿Cuál ha sido el pico de su carrera hasta el momento?

—Cada cosa que hago, en ese momento es lo más importante. Es un pico constante.

—¿Hasta dónde quiere llegar como violinista?

—Hasta lo más alto, el máximo.