Hubo un tiempo en que la cutxilla tradicional ibicenca era el símbolo de la personalidad autóctona, incluyendo su vertiente más sangrienta y truculenta, pues no siempre la hoja de estas bellas piezas se hundía en el cuello del cerdo durante las matanzas. Era propio de los jóvenes en edad de festeig llevar una cutxilla al cinto y, como demuestra la hemeroteca de principios del siglo XX, también era habitual que las utilizaran contra sus rivales de amoríos, dando lugar a sangrientos episodios un día sí y otro también.

El cuchillo típico deIbiza, que según la tradición era entregado por el padre al hijo cuando este se convertía en adulto, ha perdido ya toda función que no sea su uso en las matanzas o, sencillamente, la mera decoración de la sala de estar. Hoy, estas piezas son objeto de coleccionista, de nostálgicos de una cultura que ya despareció y que solo pervive en el recuerdo y en algunos hogares.

Y, sin embargo, hace aún medio siglo proliferaban los herreros rurales que, entre todos los objetos que fabricaban a diario, figuraban también estos cuchillos, elemento indispensable para la vida doméstica cotidiana. Entre los herreros que tenían especial renombre por el esmero y calidad de sus trabajos figuraban los Musson y los Armat de Sant Llorenç, además de Vicent de Ca l´Amo. Todos ellos murieron hace bastante tiempo y solo quedaba José Guasch Rosselló, Pep Musson, fallecido en febrero de 2007 y que en ese momento era el último y único herrero fabricante de cuchillos y armas de fuego tradicionales de Ibiza.

Por un momento, este patrimonio se perdió, sin nadie que tomara el testigo. Hasta que, hace unos cuatro años Joan Bonet, mecánico de profesión, se atrevió a acometer la construcción de un espasí, el tradicional instrumento musical ibicenco de percusión, que semeja una espada (de ahí su nombre), elaborado en una única pieza de acero. «El espasí era fácil, pero luego empecé con los cuchillos y eso sí que es difícil», afirma entre gestos que evidencian el esfuerzo que ha tenido que realizar un autodidacta en la materia que no ha recibido las enseñanzas de nadie y lo ha tenido que aprender todo él solo. «Para cuando descubres cómo resolver los problemas que te van saliendo en la fabricación has tenido que tirar a la basura mucho material. Cuando llevaba construido el 70 por ciento de mi primera cutxilla, pensaba: no conseguiré hacerlo, es muy difícil, imposible», explica desde su residencia rural de Santa Gertrudis que, por pura coincidencia, se llama Can Ferrer, aunque es por parte de su esposa.

Joan Bonet no solo superó los problemas que salían a su paso sino que ya ha logrado una producción regular de cuchillos de gran calidad, idénticos a los que se conservan de los maestros ya fallecidos. También elabora las vainas, hechas con piel de buey, «que tampoco nadie me dijo cómo se hacían», recalca.

Comparado con el taller que tenía el desaparecido Pep Musson en su residencia de Can Nebot -un almacén oscuro, desordenado y repleto de materiales de todo tipo, al estilo de los viejos herreros-, sorprende el orden y la aparente simplicidad de medios que usa Boned. Sin embargo, ello es el resultado de la evolución de los tiempos y de la técnica. En vez de calentar la hoja de los cuchillos al rojo vivo entre carbones, él se ha fabricado un pequeño horno de gas en el que introduce el acero. Una lijadora mecánica, además, permite dar forma a la hoja desde su estado inicial, en vez de hacerlo con una lima. El metal del que sale el cuchillo no es sino una ballesta de automóvil, aunque también se usan otras piezas de acero -como limas viejas- que se ´reciclan´ en cuchillos. «La ballesta de coche es lo más habitual, pues es un material muy bueno, aunque difícil de trabajar. Lo que buscaban los ibicencos era material que cortara mucho, lo que pasa es que si corta mucho el filo aguanta poco. Cuanto más duro es el acero, más difícil es sacarle el afilado».

El mango suele ser de dos tipos: de madera (de cerezo, habitualmente) o bien de latón, lo que le da una apariencia más refinada. Tanto en un caso como en otro, sin embargo, el mango aparece esmeradamente tallado con dibujos geométricos o bien vegetales.

La vaina va siempre grabada con motivos vegetales, lo que se hace mojando el cuero y prensándolo dentro del molde que contiene el grabado. Finalmente, se deja secar al sol para que seque y la piel adquiera su rigidez definitiva.

También suele aparecer decorada la propia hoja, habitualmente con unos motivos que evocan la espiga de trigo y que recorren el metal de un extremo al otro. «Ahora me he acostumbrado a hacer un dibujo propio para mis cutxilles, aunque sobre la base de un modelo antiguo», afirma Boned, quien admite que así se permite identificar al autor del trabajo. «Antes, cuando se veía un cuchillo ya se sabía quién lo había fabricado», señala.

Cuatro son los tamaños ´oficiales´ con que se han fabricado desde siempre estas piezas de la más arraigada cultura popular: Palm, palmet, forca y forquet, que toman el palmo como medida de referencia, por lo que «de un herrero a otro podían variar». La más grande se usa para las matanzas o tareas domésticas en la cocina, mientras que el más pequeño (forquet, también llamado punyalet) es, según Joan Bonet, el que empleaban los jóvenes ibicencos de hace un siglo para llevar oculta en el cinto y que, con frecuencia, usaban también para sus ajustes de cuentas con desenlace a menudo mortal.

El único fabricante de cutxilles de Ibiza tiene una producción reducida, como corresponde a «lo que se hace por vocación, en los ratos libres». Dependiendo de los casos, puede terminar una pieza en seis meses o en una semana, según le permitan sus obligaciones laborales. Desde luego, sus precios no pueden ser baratos y oscilan entre los 200 y los 300 euros. «Desde luego, se trata de un capricho, para las personas que quieren tener una cosa nuestra, original y bonita. Hay pedidas, la verdad es que sí. Además, las hago a la carta: si alguien quiere sus iniciales o su fecha de nacimiento, lo pongo... lo que pida el cliente», explica.

¿Eran igual de elaborados, refinados y decorados los cuchillos que se usaban en el trabajo ordinario en las casas payesas de la isla? «Todos los herreros hacían cuchillos, pero no todos los bordaban ni les hacían vainas ornamentadas. Lo que había habitualmente en las casas eran cuchillos con mango de madera y sin bordar. Las que tienen la decoración y el mango de latón ya requerían que su dueño fuera ´de buena casa´, no las tenía cualquiera, porque eran una especie de lujo. Aparte de que no todos los herreros sabían hacer trabajos tan delicados», afirma.

La cutxilla ibicenca asombra allí donde se exhibe. Mucho más esbelta y sugerente que el cuchillo canario y más versátil que la faca albaceteña, la cutxilla de las Pitiüses ha merecido ya amplios reportajes en las revistas especializadas en armas blancas de España y también ha descollado en las ferias del sector a las que ha acudido. «¡Ah! ¿Pero hay cuchillos ibicencos? Me preguntó el director de la revista Arma Blanca. Les envié uno y se quedó prendado; dijo que nunca había visto nada igual. Me invitó a ir a la feria siguiente y llevé algunos ejemplares. Cuando los demás los vieron se quedaron asombrados con la línea y los grabados. Y eso que en esas ferias se ven cosas increíbles», afirma con orgullo.