Con un padre extremadamente conflictivo, al punto de que intentó matar a sus dos hijos, maltrató a toda su familia y acabó abandonándola, marchándose a Cuba. Estos hechos explican que el escultor renunciara tempranamente a su apellido paterno, Batiste, y que firmara sus obras con el de su madre, Alentorn. Si aquí y ahora le dedicamos estas rayas es porque, a pesar del prestigio que tuvo y tiene en la estatuaria pública catalana y habiéndonos dejado en Ibiza una de sus composiciones más complejas y meritorias -en la Enciclopèdia d´Ibiza i Formentera le dedicamos sólo 12 líneas-, entre nosotros sigue siendo un personaje absolutamente desconocido.

Eduard B. Alentorn tuvo buena escuela. A los trece años entra como aprendiz en el taller barcelonés del escultor Joan Roig y Solé que, viendo sus posibilidades, le anima a entrar en La Llotja de Barcelona, donde, entre los 14 y los 24 años, estudia escultura y anatomía pictórica. Pasa unos años perfeccionando su técnica en Roma y es aún estudiante cuando reclaman su colaboración los talleres de Rafael Atché, Andreu Aleu y los hermanos Vallmitjana, Venanci y Agapit, con los que ya obtiene notoriedad. El 1881 participa en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid, con la escultura El hijo pródigo y aquel mismo año gana el concurso que promueve el Ayuntamiento de la ciudad de Palma, en Mallorca, para erigir un monumento a Ramón Llull. A partir de entonces, casi toda su obra se quedará en Barcelona. En primer lugar, trabaja en el proyecto de escultura para el General Prim y el Ayuntamiento de la Ciudad Condal le encarga la escultura de La Venus que vemos en la Cascada del Parque de la Ciudadela y que ya prueba, con el acusado naturalismo de su primera época, su fuerte personalidad. Sus trabajos serán marcadamente realistas y de una fuerte expresividad, aunque en sus últimos años derivan hacia el estilo noucentista.

A partir de aquellos primeros trabajos, su éxito es tan inmediato que, desde 1883, le llueven los encargos. Hace, entre otras obras, el busto de Rius i Taulet, crea el Tetramorfo de la fachada del Sagrado Corazón de la calle Caspe, las esculturas de Félix de Azara y Jaume Salvador para el Museo Martorell, obras premiadas en la Exposición Universal de 1888, la Fuente de la zorra y la cigüeña, El astrólogo y Las alegorías de la fama que coronaban el Palacio de Bellas Artes, obra en la que también decoró la fachada. En 1888 trabaja en la escultura La Marina para el monumento de Güell i Ferrer, finaliza las esculturas que le habían pedido para el monumento a Colón -la del Capitán Margarit y Juan Pérez-, hace 3 esculturas, -Santa María del Socorro, Sant Ramon de Penyafort y Sant Josep Oriol- para la fachada de la catedral de Barcelona (1890) y otras 4 para el Palacio de Justicia en el que también deja notables relieves. Trabajos suyos son, también, la escultura de Santa Eulalia del Pla de la Boquería y los relieves del tímpano de la basílica de Santa María de Vilafranca del Penedés a la que también aporta la Coronación de la Virgen. De 1904 es nuestro monumento a Vara de Rey y dos años después, el 1906, trabaja en el cimborrio de la catedral de Barcelona para el que crea el formidable conjunto de los nueve ángeles que rodean la colosal escultura de Santa Elena, de siete metros de altura, que corona el templo. Es el momento en que también finaliza La alegoría de la religión para el mausoleo Malagrida en el cementerio de Montjuïc y el crucifijo de la cripta de la capilla de Manuel Girona en la catedral de Barcelona. El 1915 cumple el encargo del ayuntamiento de la ciudad para 3 fuentes públicas, La tortuga, El negrito y La fuente de la payesa. Y entre sus últimas obras están el Mausoleo Sedó de Reus y el busto de Ferran Alsina que hoy puede verse en el Mnactec de Terrassa.

La importancia de su legado

El escultor murió en Manresa, dejando inacabado el monumento Iniciadors de la séquia. En los días que siguieron a su muerte, la prensa catalana subrayó la importancia de su legado, pero lo cierto es que enseguida cayó en el olvido. Posiblemente contribuyó a ello el talante reservado del propio escultor, hombre modesto que en ningún momento buscó reconocimientos y que prefería la soledad de su trabajo. La prensa de su tiempo ya advirtió que andaba siempre encerrado en su taller, descuidando su imagen y sin hacer alarde de sus obras, hasta el punto que ni sus amigos sabían en qué andaba trabajando. Y de ahí, en parte, que luego no haya tenido la popularidad que le corresponde. Sirvan estas notas de reconocimiento y, al menos, para que los datos escuetos de su biografía y de su obra queden en la hemeroteca del Diario de Ibiza.