En la relevante trayectoria de Josep Lluís Sert, Ibiza ocupa un lugar especial junto a Barcelona, Cambridge y Nueva York. Y digo especial porque Sert confesó reiteradamente su debilidad por Ibiza, su amor a la isla. Nos lo demostró no solo dejándonos una muestra de su buen hacer, sino un delicioso libro, ´Ibiza fuerte y luminosa´, en el que, con el soporte que le dan las excelentes fotografías de Joaquim Gomis, nos descubre su admiración por nuestras pequeñas iglesias y casas rurales. En la Ibiza preturística de los años 30, Sert conoce una arquitectura autóctona, incontaminada, eficaz y de una belleza incuestionable; una arquitectura de materiales pobres y formas sencillas, habitáculos cúbicos de medida humana, funcionales, blancos y sin adornos; una arquitectura sin planos y sin arquitectos, que construyen los mismos payeses y nace de la tierra, de la necesidad y de una experiencia secular que corrige errores y suma aciertos hasta llegar al resultado que conocemos: una edilicia esencialmente mediterránea, arquetípica, minimalista en su desnudez, pero que cubre todas las necesidades de sus habitantes y, lejos de distorsionar el paisaje, se funde con él y, al humanizarlo, lo mejora. Son lecciones que Sert nunca olvidará. Las casas que en 1934 construye en el Garraf ya incorporan su ´visión ibicenca´: un zócalo macizo de piedra vista, extraída al preparar sus cimientos en un relieve accidentado que incorpora sus desniveles en los interiores, consigue una eficaz adaptación al lugar; y las terrazas, al tiempo que diluyen la frontera interior-exterior, devienen un elemento vertebrador que regula los vectores direccionales. En todos sus trabajos, serán ya parámetros determinantes la flexibilidad, la yuxtaposición de cuerpos simples en los que juegan la repetición y la diferencia, la unidad de escala en la composición y los interiores que, evitando siempre servidumbres de paso y espacios muertos, ofrecen posibilidades diversas de organización y habitación.

Sert viene varias veces a Ibiza y, cuando nos visita en los años sesenta, comprueba que las cosas han cambiado y nos advierte sobre los riesgos de mixtificación y destrucción del paisaje que nos amenazan: «Introducir elementos de arquitectura importada destruirá la unidad y la armonía que han sabido sobrevivir al paso de los siglos. Se impone una disciplina constante de limitación a formas auténticas si se quiere que Ibiza siga siendo lo que es, algo único». Y su temor se cumple. El boom del turismo conlleva el olvido de los viejos oficios, entre ellos, la secular sabiduría que nuestros mayores volcaban en sus construcciones. Convertido en camarero, taxista o recepcionista de hotel, el payés cambia la vieja casa de sus ancestros por un anodino apartamento urbano o por una vivienda impersonal que construye a pie de carretera y en la que monta un pequeño negocio, taller, bar o colmado. La casa tradicional ibicenca será ya arqueología.

En cualquier caso, volviendo a nuestro personaje, hoy sorprende saber que sus primeras iniciativas en la isla no llegaron a realizarse. Es el caso de los chalés de Cala Blanca, un proyecto de 1932 que publicó el número 8 de la revista AC, o el Hotel Ibiza que presentó en 1933; o el conjunto residencial que con Raimon Torres preparó para la Cala d´en Serra. Su primera construcción en la isla fue, en 1960, la casa que hizo en Dalt Vila para el fuster Vicarías, la Casa Sert, con 4 plantas, entre el carrer de sa Creu y el Passeig de la Muralla. Finalmente, entre 1964 y 1969, con la colaboración de Rodríguez Arias y Antoni Ferran, construye el conjunto residencial de Can Pep Simó en Cap Martinet, 6 viviendas unifamiliares y los apartamentos conocidos como Els Fumerals, una obra en la que desarrolla el concepto que siempre defendió, el «equivalente contemporáneo de las formas tradicionales».

Sert trabaja un tiempo con Le Corbursier y le trae a Ibiza, un hecho determinante porque, después de apreciar la composición modular de nuestras construcciones, el arquitecto francés establece precisamente el ´modulor´ como unidad básica de sus composiciones que también Sert adopta en Cap Martinet: «En aquesta urbanització hem fet servir sempre un sistema d´amidament ideat per Le Corbusier anomenat modulor, que es basa en la secció àuria, un sistema que permet mantenir una escala humana i obtenir proporcionalitat en tots els elements compositius que, encara que es repeteixin, sempre són diferents». Las casas de Cap Martinet son así construcciones abiertas que aceptan ampliaciones: «Una casa -diría- és un raïm d´habitacions que neixen amb total llibertat». Con razón utilizamos en Ibiza el plural ses cases al referirnos a la vivienda rural. Lo cierto es que muchos parámetros utilizados por Le Corbusier y Sert ya estaban en nuestras casas y el arquitecto catalán los mantendrá incluso en obras mayores como la Fundació Joan Miró de Barcelona, donde enfatiza la horizontalidad, la desnudez, el cerramiento o el blanco absoluto de sus paramentos. No descubrimos el Mediterráneo si decimos que Josep Lluís Sert ha sido en el siglo XX el más internacional de los arquitectos españoles. Y si como teórico sobresaliente dejó desde su cátedra en Harvard una impronta imborrable, en tanto que creador aporta un legado que sigue siendo un ejemplo a seguir. Y aquí lo dejamos. No sin recordar lo que dijimos al principio de su amor a la isla. Y la prueba definitiva de ello la tenemos en su deseo de que sus cenizas reposaran en la isla, en un humilde muro de piedra seca. Hoy descansa en una de las tapias encaladas del pequeño cementerio de Nuestra Señora de Jesús. Una modesta loseta solo dice: ´Sert. 1928-1979´. Pero nosotros sabemos que en tan laico y humilde epitafio se encierra medio siglo de magistral arquitectura.