­Siguiendo la máxima política que establece que la mejor pregunta periodística es aquella que no se hace, el presidente del Govern, José Ramón Bauzá, optó ayer por permanecer acuartelado en Marratxí, a salvo de periodistas y dedicando la jornada a afilar cualquier objeto de propiedades inciso-contusas que sirva para seguir propinando esos certeros hachazos con los que Bauzá-Manostijeras está logrando que la economía y los servicios públicos de Ibiza se parezcan cada vez más a los de ese próspero país que es Somalia.

Sin embargo, la ausencia del presidente €en la que, de todos modos, tampoco reparó demasiada gente€ fue sabiamente compensada por el Consell de Ibiza, que desplazó a la misa y al discurso presidencial de Sant Ciriac nada menos que a ocho personas de su departamento de protocolo, prensa y asimilados, lo que arroja un nada desdeñable promedio de un funcionario por cada 22 asistentes (180 personas en total en la catedral), tal vez para recordar a la concurrencia que el Consell sigue existiendo, aunque solo sea para mover documentos de un lado a otro.

El 777 aniversario de la conquista de 1235 no fue precisamente un festival de alegría. La plaza de la catedral era una metáfora de la situación económica actual: a un lado, el museo arqueológico con las puertas cerradas, al otro lado, el Parador de Turismo totalmente paralizado. Y, entre ambos, el único local nuevo que ha abierto sus puertas es... un centro de Cáritas para recoger ayuda benéfica. Inquietante visión.

Otra vez en tacones

Acabada la misa, la comitiva oficial salió luego en procesión. Inasequible al desaliento e inmune a las prudentes recomendaciones, la alcaldesa Marienna Sánchez-Jáuregui fue de las pocas que reincidieron en el uso de tacones sobre el resbaladizo empedrado de la calle del Tropezón, también llamada de Sant Ciriac, mientras su figura y la de otras asistentes semejaba una flota de balandros dando tumbos sobre las olas.

La asistencia de público al claustro del Ayuntamiento, donde el presidente del Consell pronuncia su discurso anual, se vio algo menguada este año, seguramente al ver defraudadas la ciudadanía sus expectativas gastronómicas, pues las mesas del anunciado aperitivo permanecían tan limpias y despejadas como el presupuesto de un hospital. Solo tras acabar el discurso el Consell accedió a servir a los asistentes un banquete consistente en Fanta, Coca-Cola y cerveza, sacrificio este que muchos asumieron resignadamente por el necesario ahorro que requiere el tener que pagar los sueldos a esa legión de cargos ociosos que pueblan el Consell.

Lo único que ha experimentado una evidente mejora desde la fiesta del año anterior es el discurso del presidente, Vicent Serra. Si en 2011 brindó al mundo el notición de que Ibiza es puente de civilizaciones y crisol de culturas («fenicios-púnicos-romanos-musulmanes-catalanes») y que los corsarios eran unos señores muy valientes, ayer al menos advirtió de que ya se ha cansado de ser tan bueno y que a partir de ahora el Consell se enfadará pero que mucho muchísimo si Bauzá no le envía más dinero. Un elemental sentido del decoro impidió a los miembros de la oposición estallar en carcajadas.

Por lo demás, el boicot con que el ala carcundia del PP obsequió a Vicent Serra hizo que, por momentos, el plantel de autoridades pareciera haber rejuvenecido en al menos una generación. Políticos del siglo pasado como Pere Palau o Enrique Fajarnés y otros cuya ideología bascula entre el Carbonífero y el Mesozoico, como Juan Daura, José Sala o Pepa Costa (que se declara admiradora de Sarah Palin, nada menos), habían desaparecido del mapa súbitamente, aunque quedaban otras jóvenes promesas de la política local, como Virtudes Marí, para mantener viva la llama de la esperanza.

No cabe duda de que este partido político ha de seguir brindando en el futuro impagables titulares a la prensa local. Al tiempo.