Una superficie aproximada de 100 hectáreas y un largo de dos kilómetros en línea recta entre sa Punta des Cavall, al norte, y es Cap des Blancar, al sur. Vista desde lejos, la isla parece una ballena que acaba de despertarse y se dobla por su cintura, zona angosta que queda entre dos ensenadas, más desprotegida la del oeste que mira a mar abierto, s’Estanci de fora, y más cerrada -es decir, con mejor refugio- s’Estanci de dins o d’en terra, llamada así porque queda orientada hacia la costa ibicenca de Portmany, situación que justifica las morosas y sangrantes huidas del disco solar que se oculta, precisamente, por el mismo centro de sa Conillera. La isla es de una extrema aridez y en ella sólo medran las plantas aromáticas -romero, ruda, tomillo, etc- que tienen cierta fama y algunos payeses recogen por San Juan, la mata o lentisco, raquíticos pinos y retorcidas sabinas que el viento vence dejando formas arbustivas que salpican con sus manchas verdes el severo paisaje. La fauna es inevitablemente pobre, pero de singulares registros por sus endemismos. Además de los numantinos conejos, hay varias especies de lagartijas -algunas azules-, estivales cigarras que con su monocorde chirrido dan la matraca, endémicos escarabajos de extraño gigantismo, cormoranes moñudos, una nutrida población de gaviotas y algún halcón de Eleonora.

El nombre de la isla sigue siendo una cuestión controvertida. La versión popular toma el atajo y afirma que Conillera o Conejera viene de conill o conejo, no en vano los lepóridos en la isla han llegado a ser una plaga. Los filólogos, en cambio, derivan la voz de Cunicularia que sería algo así como ‘Cavernaria’ o ‘Isla de las cavernas’, nombre que haría referencia a su subsuelo perforado con galerías subterráneas y cuevas como un queso de gruyere. Tal vez la opción correcta sea ésta pues el mapa de la isla es un auténtico rosario de grutas, espeluznas y pozos: es Forat, sa Cova de na Collet, sa Cova de ses Pades, sa Cova des Forn, sa Cova de ses Cigales o Cova de davall des Far, ses Cavernes, sa Cova des Collet, sa Cova des Pedrís Mal, sa Coveta o Cova d’en Manyà, ses Coves Roges, es Pou de s’Olleta o Cova de n’Anníbal, etc. Cabe decir que este último nombre y el de sa Casa d’Anníbal, ambos en el sur de la isla, vienen justificados por la mitología local, que explica el nacimiento en la isla del general cartaginés. Dice la leyenda que su madre andaba pasada de cuentas cuando, acompañando a su esposo Amílcar en una expedición que subía desde Cartago Nova a Ibosim, un fuerte temporal del SW desvió su nave a sa Conillera, donde, después de bordear la isla por su norte y doblar sa Punta de Mestral, fondearon en s’Estanci de dins un borrascoso mediodía y allí pasaron la noche en la que Tanit y Bes dispusieron que naciera Aníbal. Si dejamos de lado las viejas consejas, a ciencia cierta no sabemos gran cosa de la azarosa historia de la isla. Y digo azarosa porque los pecios fenicio-púnicos y romanos localizados en sus fondos -muchos pescadores de Portmany tienen en sus casas ánforas que engancharon sus redes de arrastre- nos hacen pensar que sus aguas fueron escenario de no pocos acontecimientos a los que no sería ajena la extraordinaria bahía de Sant Antoni, que los romanos bautizaron como Portus Magnus y de donde deriva el Portmany actual. Fue un enclave que, sin ninguna duda, por su situación, tuvo que tener relevancia para todos los pueblos que navegaron sus aguas, púnicos, griegos, romanos, portulanos, árabes y catalano-aragoneses medievales.

Uno de los mayores atractivos de sa Conillera -sucede lo mismo en Tagomago y s’Espalmador- está en su misma orografía y en su sugerente toponímia que dispara, sin que uno lo pretenda, las más aventuradas divagaciones. Sería interesante, por ejemplo, descifrar la razón de nombres como es Racó des Cavall, sa Punta de sa Vaca, es Tragams, es Grum de sa sal, es Mustalí, sa Pesquera de s’Àguila, es Llenegador des àsens o es Rellotge. Y nos preguntamos, también, qué papel jugaron quienes dejaron en la isla nombres de lugar como sa Cova de na Collet, sa Punta d’en Manyà, l’embarcador de sa Salvadora, -¿era ‘Salvadora’ el nombre de una barca?-, na Margalida o es Mac d’en Jordi. Y por si fueran pocos indicios novelescos, no hace mucho se localizaron en la isla tres esqueletos que parecen ser del siglo XVI, uno de ellos con una bala de plomo alojada en su columna vertebral y otro con señales de tortura y decapitado, sin que por ningún lugar apareciera su cabeza.

Se hace difícil no imaginar una historia de corsarios y piratas que, por otra parte, en aquellos tiempos eran una circunstancia cotidiana.

Faro

Más recientemente, a mediados del siglo XIX, se construyó el faro que todavía vemos en el NW de la isla, a 69 metros sobre el mar, con una linterna que en su arranque funcionó con aceite y alcanzaba las 20 millas. Los fareros que lo habitaron han dejado noticia de lo que vieron en sus aguas durante casi cien años. Con el paso del tiempo, se construyó un camino desde el faro al embarcadero de sa Salvadora, siguiendo una torrentera, de manera que se pudo utilizar un motocarro para subir a la torre el combustible de la linterna y las provisiones que necesitaban los fareros. Los más viejos de Portmany, al mentar sa Conillera, hablan por lo bajo del juego que daban las covachas de la isla para esconder el contrabando que, entre los años 40 y 60, proporcionaba una inestimable ayuda a su magra economía. Y aquí lo dejamos. No sin decir que por su importancia ecológica y ser un auténtico laboratorio para la microevolución de especies que sólo pueden darse en estos mundos aislados, sa Conillera debería protegerse de la mayor amenaza que tiene hoy, el asalto estival de los turistas.