Hasta el año 1919, si los niños de sa Cala querían saber hacer algo más que la ´o´ con un canuto dependían de los curas y de los fareros. De aquella época, en la que el Estado privaba de docentes a lugares tan remotos, el maestro Antoni Marí Marí, Rota, jubilado desde hace cinco años, ha recuperado documentos históricos, testimonios e incluso las figuras geométricas que un niño, Vicent d´en Toni Gat des Port, dibujó en una cuartilla cuando en 1910 el farero Antoni Massanet le daba clases, y los ha incluido en ´Escola i mestres a sa Cala´, libro que en 2010 recibió el Premi Baladre, que otorga anualmente el Institut d´Estudis Eivissencs.

Para completar este exhaustivo trabajo, en el que repasa las biografías de más de medio centenar de docentes destinados a esa parroquia, Rota visitó «el 80% de las casas de sa Cala». Aquel trabajo de campo le sirvió para recopilar abundante información sobre la educación en esa apartada zona de la isla durante el último siglo. También halló una curiosa reliquia, la moneda de una peseta de plata con la efigie del rey Alfonso XIII con la que el maestro Antoni Llopis obsequió a Vicent d´en Xic Bosquets por haber respondido correctamente cuando le preguntó quién había atravesado el Atlántico en un tiempo récord a bordo de un avión: Ramón Franco.

Los niños que a finales del siglo XIX y principios del XX querían estudiar (o cuyos padres querían que estudiaran) tenían, literalmente, un camino de cabras por delante si deseaban aprender a sumar: debían llegar hasta el faro de punta Grossa, cuya puerta, señala Marí en el libro, se cree que fue usada para la entrada de la escuela que se construyó en sa Cala en 1920.

Aunque no ha podido contrastarlo, Rota cree que los fareros daban aquellas clases «gratis o mediante pago en especies», posiblemente como los capellanes de la zona. Y en algunos casos, incluso se la jugaban por ejercer de maestros. Dice Marí al respecto que en diciembre de 1913 la Guardia Civil tuvo que intervenir porque varios chavales habían amenazado e insultado al farero Bartomeu Tur y a su madre, posiblemente instigados por un mallorquín que, según El Resumen, diario de la época, estaba al frente de una escuela «ilegal».

Con Agustí Laseca Sanz sa Cala empezó a tener, en 1919, cierta normalidad educativa. Fue el primer docente oficial de la zona, aunque duró apenas unos meses. A sus 51 años tenía que enseñar a 27 chavales en ses Cases Noves, inmueble alquilado junto a la iglesia que hizo las veces de escuela hasta que esta fue construida. En el extremo noreste de Ibiza , Laseca, que procedía del pueblo soriano de Pozalmiro, debía sentirse tan desubicado como un pulpo en un garaje.

Arroz al tiro

Le sustituyó otro soriano, Luis Rovira Miralles, «persona ordenada y legal» que lo primero que hizo fue elaborar un inventario de lo que se encontró en la escuela. Marí subraya que llegó a la isla junto a otros seis maestros que «revolucionaron» la enseñanza, como Joaquín Gadea. Precisamente, relata Marí que cuando Gadea iba a comer a casa de Rovira lo hacía con un fusil al hombro, «que disparaba en cuanto, tras atravesar las montañas, divisaba sa Cala». Así ya sabían en casa de Rovira que «podían poner el arroz en la olla porque estaba a punto de llegar». Lo llamaban «arroz al tiro».

Rovira, que tuvo un papel fundamental en sa Cala, consideró que la iniciativa popular era imprescindible para impulsar la construcción de la escuela. El Progreso fue el ariete civil para lograr ese propósito, una asociación cultural de la que fue fundador y en la que, según Antoni Marí, «había más gente que sabía leer y escribir de la que se podría pensar». Aquel castellano debía sentirse a veces impresionado por los usos y costumbres de los habitantes de ese «simpático pueblo», como en 1924 lo describía La Voz de Ibiza. Por ejemplo, «le debía chocar», según Marí, que los chicos justificaran que habían hecho novillos (pellas, campana) porque tenían que ayudar en el desembarco de un cargamento de contrabando.

Precisamente, el autor trabaja ahora en otro libro en el que contará la historia del Port de sa Cala y de sus llaüts. «Una cosa me ha llevado a otra. Al entrevistar a tanta gente de la zona surgía material que me ha conducido a interesarme por otros asuntos. Puede parecer que un sitio tan pequeño no tiene historia. Pero la tiene, muy larga», explica Rota.

El impulsor de la escuela de sa Cala acabó sus días de la peor manera. Alcalde de Muro de Alcoy en 1926, adonde fue en 1924 como docente, fue detenido en 1939 en Barcelona por los nacionales y fusilado en Alicante el 12 de julio de 1940 junto a 14 personas más. Fue enterrado en una fosa común.

La historia está trufada de episodios sencillos que marcan para siempre la vida de muchas personas: por ejemplo, el maestro Manuel Piles Alegre –depurado por los nacionales en plena contienda– pasó a los anales de sa Cala por introducir el fútbol en la escuela. Recaudó entre los estudiantes los 33 céntimos que costaba una pelota de piel.

¿Y las chicas? Hasta 1928, como si no existieran. Cuando el inspector Joan Capó visitó en 1927 sa Cala para asistir a la inauguración oficial de la escuela se fijó como objetivo construir otra para niñas: «Porque un hombre instruido ha de tener una compañía también instruida», alegó, según apunta Marí en el libro. Hasta que en 1928 llegó la primera maestra, María Jacoba Morro (que duró menos que un caramelo a la puerta de un cole), el docente de niños Salvador Escrivà daba clases a algunas chicas fuera del horario escolar oficial, previa petición de los padres y cobrando como horas particulares.

Marí incluye en esta obra el croquis de aquella escuela para niñas, que aunque estaba planeada nunca se construyó. Y eso que en 1950 estaba presupuestada en solo 155.076 pesetas (935 euros).

Un baño en un ´safareig´ que decidió toda una vida

«Más que preocupado estoy indignado con lo que ocurre actualmente en la educación balear. Ya no es solo la enseñanza. Es que lo que hacen con el catalán es una indignidad», comenta Antoni Marí.

´Rota´ resalta que de un lugar geográficamente tan reducido hayan salido tantos docentes: «Existe la creencia popular de que es tierra de maestros», señala.

Así, además de los que enseñaron allí mismo a los niños del pueblo, Marí incluye un capítulo sobre quienes nacieron en sa Cala pero nunca dieron allí clase, casi 20.

Como él mismo, que llegó a ser delegado de Educación en las Pitiusas. En su caso, un baño en el ´safareig´ del canal de sa Font junto a su primo Jaume Marí, Rei, fue lo que le empujó, involuntariamente, hacia la docencia.

«´Dice el maestro que si estudiamos bachiller podremos ser peritos mecánicos´, me contó mi primo. Tenía 14 años y la palabra mecánica me hizo pensar en coches y en motos. Y entonces me decidí a seguir estudiando», explica. Después se sucedieron 40 años «de servicio» en las aulas.